Celso Medina

Podria ser este título una tautología. Pero no lo es. La actual pedagogía no es para pedagogos, pues ha sido secuestrada por una pretenciosa ciencia de la educación, que ha vaciado sus basamentos más elementales. Por ello los pedagogos de ahora y los sitios donde se forman (pedagógicos, escuelas de educación) han convertido el oficio del maestro en tecnologías o abstracciones que se elevan cada día más por encima de ese complejo campo que es la escolaridad educadora.
Diría que esa macrofísica ha hecho que perdamos a la escuela como epicentro clave del hacer educativo. Categorías como currículum y competencias, reducen el complejísimo campo escolar a hojas de ruta rígidas o a tipologías de habilidades.
Creo que hay que asumir más una microfísica de lo escolar. Y para ellos habría que pensar en espacios más vividos, como el aula y la clase escolar. Se trata de rescatar aquella definición de Émile Durkheim de pedagogía, como “una teoría práctica”. Esta versión paradójica nos permitiría abordar en primer lugar el oficio de enseñar, como un acto concretamente escolar. Es decir, liberarlo de esa abstracción que es “educación”, y mirarlo como una acción que hace la escuela en concreto.
A la escuela se va a aprender. ¿Qué se aprende? Esencialmente los valores que servirán para la emergencia de los ciudadanos que tendrán que hacerse un espacio en el mundo. Y para ello el maestro es clave, y clave su clase. Y es aquí donde se debe reinventar una pedagogía para pedagogos, una pedagogía que practique su clase y la reflexione. Dirán algunos y qué pasa con el contexto, con la sociedad. Por supuesto, son importantes, pero solo con la condición de que no ahoguen las microfísicas de la escuela y de la clase. Nuestros alumnos no provienen de la luna ni de Marte, son de algún lugar. Y esa procedencia aflorará cuando el maestro intente colocar el conocimiento público en sus estudiantes.
Uno de los males de la pedagogía clásica (Pestalozzi, etc) es su origen paternalista y caritativo. La caridad deshumaniza al ser objeto de la filantropía. Porque parte de una mirada compasiva del Otro.
El maestro es intérprete de una partitura. Debe tocar su música como intérprete de lo que toca. Tener consciencia de que no es un solista, pero sí un ejecutor clave para que el currículum (partitura) se convierta en música que enaltezca a todos aquellos que la oyen. ¿Cuál es la ontología de la pedagogía? La reflexión de su hacer y el hacer de su reflexión. El maestro tiene que ser un científico, pero no solo un científico de su disciplina, esencialmente que serlo de su oficio. De su constante experiencia en el aula, con su alumno, con sus clases. Así podrá hacer ciencia con lo cotidiano. Basarab Nicolescu, impulsor de la ciencia transdisciplinaria, nos habla de que "El carácter paradojal de la ciencia contemporánea es predecir lo desconocido a partir, cierto, de lo que es conocido pero también a partir de lo que es desconocido. Matrimonio tumultoso entre la teoría y la experiencia".
Mientras en los círculos académicos circula profofusamente la macro pedagogía, el aula se descuida, en ella pululan prácticas que minan la potencia de la escolaridad educadora.

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Muy avanzado su análisis Maestro Celso. saludos desde Colombia.

MI querido profesor muy de acuerdo con la analogía que ha hecho, pero me permito agregar que la pedagogía se convierte en las herramientas y estrategias de lo que el docente hace, pero en cuestión del acto pedagógico hay que redefinir la clase, no solo desde el angulo de lo que se enseña, cómo se enseña, hay que extrapolarlo al para qué se enseña, la docencia y el acto docente se ha transformado en lo que se enseña, y quien aprende, en este caso el estudiantado, debe asumirlo realmente para perfeccionar o afinar lo que le haga falta en su constructo como futuro profesional y como ciudadano capaz de integrarse y transformar las realidades que les toque vivir y no para una nota o un título solamente, esto ultimo debe verse como un logro, una meta cumplida o a cumplirse, pero como consecuencia del haber asumido el aprendizaje como el logro real a perseguir. Es complejo y la verdad difícil concretar tales pretensiones, pero no imposible, disfrutar de lo que se aprende y definir a la clase como la apertura real de discusiones que permitan explotar al máximo el potencial del docente y del estudiante. Es es mi humilde opinión.

Profesores, gratos saludos.

Que prudente se muestra rememorar en los tiempos que nos ocupan, el sentido ontológico de educar desde lo próximamente natural, así como lo planteaba Rousseau en "Emilio o la Educación", donde la interpretación asistida, el modelaje y la adecuación contextual, determinaban el aprehender (a la manera transpersonal de Grof en su "Dominio del inconsciente humano...".

El currículo, la metotatecnia, los grados del conocimiento, el sentido epistémico preferente, las organizaciones educativas y lo a fin, se han dispuesto como factores de coincidencias para brindar una ininteligible y contemporánea visión compartida del "Pensamiento complejo" de Morín, donde el proceso enseñar se distancia diametralmente del consecuente aprehender (asumiendo responsablemente este término, desde la visión de Grof como lo había comentado).   

Se ha hecho significativo y representativo en los espacios de transferencia hermenéutica (clases) y transdisciplinares (eventos) de conocimientos y saberes, la evaluación sistemática de la producción intelectual con calidad editorial de excelencia didáctica, encontrándonos tras el encuentro con estudiantes que no logran procesar metacognoscitivamente un constructo, para convertirlo en beneficio personal, profesional y colectivo.

Entonces la transformación neuropsicodidáctica del promotor de la enseñanza se logro desde el avance personal y profesional individual, sin asidero en el protagonista del aprehendizaje.

Es fundamental en grado superlativo que la interpretación multiperpectiva de la realidad, supere el ego y derive en formas conmunicacionales variadas (Etnográficas. K. Lewis, Fenomenológicas. E, Husserl, Estructurales. L. Strauss, Pragmáticas. C. Pierce, entre más), para que el conocimiento conocido y el que esta por conocerse, cumplan la función suprema de desarrollo humano trascendente, a través de la amplitud de horizontes intelectuales, bajo la égida de acompañamiento, instrucción y formación al semejante, a la manera de Maturana y Valera: "al legítimo otro".

  

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