Hablar de docencia universitaria, a la luz del aseguramiento de Calidad, exige reflexionar sobre el acto pedagógico y lo que implica su proceso de construcción. Un proceso de formación que nos lleva a la interioridad que se desarrolla entre maestro y estudiantes, a través de diálogos intersubjetivos, sobre la esencia de un saber; y que busca que los educandos desarrollen todo su potencial, su naturaleza creativa y el despliegue vital de sus posibilidades para conocer el mundo, comprenderlo y re-crearlo.

El oficio del maestro es enseñar, señalar, mostrar, indicar la ruta. Hay que dar a los alumnos la oportunidad de transitar su propio camino y encontrar las cosas por sí mismos. Como señala Takahashi, 1992, cada vez que entregamos a un alumno un conocimiento ya elaborado y decantado, le estamos quitando la oportunidad de descubrirlo. Lo importante es enseñar a aprender. En ello entra en juego la memoria y también el olvido. A menudo el maestro debe olvidar lo que sabe para que el alumno lo descubra. En este ámbito se reconoce al maestro como un protagonista central del acto educativo y hacia él se dirige la mirada para reflexionar sobre el saber que constituye su quehacer, las fundamentaciones que dan origen a sus actuaciones y las estrategias para conducir la reflexión pedagógica por caminos que realmente contribuyan a su reconstrucción como saber específico.