¿Cómo abordar desde las Instituciones escolares, la construcción de una ética civil consciente que nos permita mejores formas de convivencia y salidas justas y humanas para la superación de los conflictos? ¿Qué condiciones y qué recursos se necesitan?
Son interrogantes, al parecer, sencillos de responder por cuanto es sabido desde hace mucho tiempo atrás que el ejemplo arrastra, según Einstein: “la mejor manera de enseñar no es el ejemplo, es la única”, es decir, cuando un docente tiene un alto grado de respeto, ética, tolerancia, solidaridad y demás valores sus estudiantes trataran de seguir su ejemplo y serán su reflejo dentro de la sociedad. En ese orden de ideas se diría que las Instituciones escolares deben trabajar bajo esa premisa, “educar con el ejemplo”.
Estos valores se ven reflejados en acciones sencillas y cotidianas como por ejemplo el trato respetuoso, la amabilidad, cordialidad hacia sus estudiantes y compañeros docentes, la honestidad, justicia en las evaluaciones y en general su ética dentro y fuera de la Institución.
Pero, deteniéndose a mirar los contextos sociales y culturales de muchas de las Instituciones Educativas de Colombia, lastimosamente existe una triste y dura realidad, el conflicto armado, que no solo afecta a aquellos lugares aparatados, sino también a las ciudades capitales.
La labor docente se complica cuando suceden situaciones delicadas, desconocidas para algunos, pero cotidianas para otros, como por ejemplo cuando un estudiante al conocer su pérdida de una materia, se dirige al profesor con cierta mirada desafiante y dice: “profe, le doy cincuenta mil y póngame el tres” o cuando una estudiante al recibir la negativa de una profesora, para repetir una evaluación, murmura: “por eso es que aparecen por ahí tiradas en un barranco”, o cuando un padre de familia después de abogar, infructuosamente, por su hijo para que el profesor no lo repruebe en una materia, hace, aparentemente, un simple comentario: “profe, ese carrito nuevo que está afuera es suyo, cierto?, es mejor que para acá ni lo traiga…”. Estas son solo algunas de las situaciones que muchos maestros deben sortear diariamente en nuestro país y sólo quienes lo han vivido conocen lo paralizante que es el miedo.
En consecuencia cabe anotar algunas consideraciones: ¿Qué debe hacer un maestro, cuando la integridad física y emocional tanto de El cómo de su familia están seriamente amenazadas por estas situaciones?. ¿Cómo puede un maestro ser constructor de una ética y buscarla en sus estudiantes, cuando probablemente sus enseñanzas, sus palabras, sus acciones (todas con buenas intenciones y buena fe), que son encaminadas a buscar una ética, pueden estar incomodando o interponiéndose (sin saberlo) a los intereses de ciertas personas que harán cualquier cosa para “quitar esa piedra del camino”?. ¿Cómo se siente un educador cuando sus buenas intenciones y su quehacer pedagógico en general se ven frustrado por amenazas en contra de su vida y la de su familia?
Es ahí donde se abre una gran brecha entre planear políticas educativas estatales desde una cómoda y amplia oficina, y el accionar desde la cruda realidad en el contexto. En la primera todas las políticas funcionan perfectamente mientras que en la segunda aquellas minucias desconocidas, son los grandes obstáculos para ejercer una docencia de ética y calidad como su deseo y vocación lo quisieran.
Por ultimo cabe anotar que muchos docentes son héroes en sus regiones y por encima de todas las dificultades y adversidades, prima su inmensa vocación de servicio, su interés desmedido por mejorar la calidad de vida de los estudiantes y sus familias, poniendo en riesgo su propia vida.