Cuando se habla de un presunto culpable dentro del sistema educativo mexicano, comúnmente, en mesas de debate a nivel social, noticieros e incluso dentro de las aulas escolares, el personaje mayormente señalado, como el que ha echado a perder la educación, son los docentes, y es que dentro de la práxis, el encargado de llevar a los estudiantes al mundo del saber, guiado por los planes y programas de estudio (que estos a su vez son elaborados por las autoridades educativas, para el logro de las famosas competencias) fallan por motivos que la sociedad denomina como desidia, falta de preparación o nula vocación; pero vamos a desglosar poco a poco a cada uno de los entes educativos para saber realmente quienes son o quien es el presunto culpable, sin tener que descubrir el hilo negro.

Sabemos de antemano que tanto, alumnos, docentes, padres de familia y las autoridades educativas aunadas a las instituciones, han fallado de una forma imperdonable, dentro nuestro sistema.
Primeramente vamos a “indiciar” a los docentes, estos cuando son señalados como el principal actor o uno de los protagonistas dentro del proceso enseñanza-aprendizaje, se sienten ofendidos porque consideran que es injusto que un docente pueda realmente enseñar o hacer que un estudiante aprenda con cierta cantidad de horas, que se tienen que administrar para poder dosificar, y enseñar una enorme cantidad de contenidos, además de generar competencias. Muchos se escudan en que ante tales circunstancias, no se puede trabajar.

Hemos encontrado en diferentes instituciones educativas de nivel medio superior, una mayoría de docentes esforzados valientes y comprometidos con el hecho y el fenómeno educativo, los cuales han logrado hacer que sus estudiantes realmente aprendan los conocimientos que los programas indican; a estos regularmente se les da una mención honorífica, un incentivo económico, una especie de reconocimiento ante tan grandiosa hazaña, y es verdad ¡que es una gran hazaña! que muchos de nosotros como docentes que conocemos y sabemos el reto que es lograr cumplir con un programa, ante la cantidad de horas que se nos han dado, y que a su vez se han descontado de estas: puentes, suspensiones programadas y no programadas, consejos técnicos, temporadas de exámenes, entre otros contratiempos más; cumplir con esto es algo digno de aplaudirse y admirarse .

Otro de los retos que tenemos como docentes es que al estar frente a grupo tenemos una amplia gama de mundos, cada estudiante tiene una forma diferente de pensar, tiene circunstancias familiares distintas, un tipo de inteligencia mezclado con otras más, problemas emocionales y hormonales, problemas personales y nosotros como docentes, tenemos que lidiar con todo eso y más. Se logra, cierto, pero siendo realistas ¿cuántos maestros están comprometidos con la vocación de enseñar?, vamos a pensarlo; si los comparamos, sabríamos que son muy pocos, muchos docentes al momento de dar clases e incluso al ingresar dentro del sistema, su único interés es su quincena, sus prestaciones y que nada ni nadie se interpongan de ellas, al final y al cabo, “si el gobierno hace como que me paga, yo hago como que trabajo”. Insisto en preguntar ¿cuántos docentes son de vocación?.

Sabemos que de los docentes que existen dentro del sistema de educación media superior, al igual que los otros niveles, sólo están por la plaza heredada, por el “palancazo familiar”, por el favor de un funcionario de gobierno o por pura suerte, y obviamente que al llegar al salón de clases no importa cuántos aprobados haya, no importa cuántos niños frustrados queden, cuántos conocimientos adquieran y se enseñen, lo único que importa para muchos de esos maestros, es ir, presentarse, sentarse en el escritorio a dictar una actividad, para después de una forma poco profesional y ética evaluar los pseudo-conocimientos que según ellos impartieron; si buscamos un culpable en los maestros, los podemos encontrar en aquellos que sólo enseñan por amor al dinero y no por amor al prójimo, ese prójimo sólo se le ve como un número de lista, como un fastidioso, como un bueno para nada, y el que sólo va a llenar una banca al salón de clases, un simple alumno (ente sin luz).

Osvaldo Roberto López Ortiz

Tomado de Asómate

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