Respeto al honor, el tuyo y el mío ®Ivette Durán Calderón

El hombre es por antonomasia un ser social, que puede y debe vivir en sociedad, y para ello ha establecido normas, que se han ido mejorando con el transcurrir del tiempo y con el progreso mismo de la humanidad.
Basándonos en las enseñanzas del filosofo Felicien Challaye consideramos importante entender que para vivir en paz y buscar la felicidad, es necesario ser tolerantes con los errores ajenos, practicar la solidaridad y justicia como un ideal importante del esfuerzo humano.
El sentimiento que nos lleva a no perjudicar a otro, es el de la justicia.
Al sentimiento que nos impulsa a hacer bien a los demás se le puede llamar caridad, entendiéndose por tal, el amor a los otros hombres sin que intervenga el amor de Dios. De ordinario los deberes del hombre para con la humanidad se dividen en deberes de justicia y, deberes de caridad.
Los deberes de justicia son comúnmente negativos; consisten en abstenerse antes que en obrar y se expresan por medio de negaciones: No matar, No robar, No hacer el mal, No mentir, No calumniar, No traicionar…
De hecho, la justicia es el respeto al derecho o a los derechos del otro. Asimismo, la justicia ha sido definida como el sentimiento que nos impulsa a no hacer daño a los demás, siendo precisamente justos.
El vocablo justicia es aplicable a los hombres y a las sociedades. El hombre justo procura no hacer a los otros lo que a él no quisiera que otros le hiciesen. Una sociedad justa es una sociedad en que los derechos de todos son igualmente respetados.
De un modo general, los deberes de justicia consisten en respetar la vida de los demás, su libertad, su facultad de pensar libremente, su propiedad, su honor, los contratos suscritos y las promesas hechas.
El hombre debe respetar los derechos de los demás. El honor es un derecho. Es verdad que nuestro honor salvaguardado dentro de nosotros mismos, se hallará libre de todo ataque exterior, y además, es injusto privar a los demás del beneficio de la buena reputación motivados por intereses mezquinos, sean éstos políticos o simplemente personales. En este aspecto se condenan la injuria y el ultraje; la maledicencia que da a conocer malvadamente las intimidades y faltas de otro; la delación que denuncia secretamente la comisión de faltas que las autoridades pueden castigar; la calumnia que une la maldad con la mentira y puede llegar a ocasionar estragos en las familias y en las naciones; en suma, son censurables todos los actos que dañan el honor.

La calumnia y el daño al honor son temas ancestrales y tan antiguos como la humanidad, son el arma favorita de los traidores, de los gratuitos detractores, de los envidiosos y acomplejados Con demasiada frecuencia se comete el error de decir: “no hay humo sin fuego”. Y los difamadores pérfidos aprovechan este estado de espíritu al repetir esta frase: “calumnia, calumnia que algo queda”.
En los tiempos que corren, aprovechar las redes sociales para escudarse detrás de un dispositivo para repetir, divulgar y compartir noticias que son simples especulaciones, rumores periodísticos, acusaciones o denuncias sin sentencia, es el más bajo nivel de la mediocridad de un ser indigno acomplejado y rebasado de envidia que, además, desconoce las leyes o hace caso omiso de ellas.
Dañar el honor es la sempiterna agresión rastrera y furtiva de quienes son incapaces de enfrentar a sus enemigos de frente y sin temor a las repercusiones. Recordemos que la calumnia y sus consecuencias son el tema central de la obra clásica “Otelo” de William Shakespeare.
Sin embargo, es preciso aclarar que si se presenta un caso de verdadero interés nacional y humano como ser la falta de honradez de ciertos hombres públicos y la denuncia va acompañada de pruebas aceptando las responsabilidades consecuentes, el cumplimiento de este deber constituye un acto tanto más meritorio, cuanto mayores son los riesgos de los que va acompañado.
Entonces, si somos inocentes víctimas ¿cómo comportarnos con quien nos ha hecho daño o nos ha ofendido? La decisión es personal. La moral religiosa de Cristo y de Buda nos dicen que: “hay que ser indulgente y perdonar”. Idea aceptable, sin embargo, no confundamos el perdonar, con nuestro deber de “defender nuestros derechos y nuestro honor” cuando estos son conculcados, violados, vejados y vilipendiados.
El pensamiento del célebre Confucio parecer ser menos idealista y de sabiduría más humana: “Hay que devolver bien por bien y, justicia por injusticia” acotando su magnánima sentencia: “deseo larga vida a mis enemigos…para que contemplen mis éxitos”.

Ivette Durán Calderón es jurista, experta internacional en Inmigración y Extranjería. Autora en diferentes géneros literarios, investigadora sociojurídica, comunicadora social y gestora cultural. Contacto: ivettedurancalderon@gmail.com RR.SS.

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Comentario por María Dolores Martínez el junio 29, 2021 a las 10:40pm

Dañar el honor es la sempiterna agresión rastrera y furtiva de quienes son incapaces de enfrentar a sus enemigos de frente y sin temor a las repercusiones. Nunca mejor dicho.

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