Se ha dicho históricamente que la ciencia es un invento del ser humano, una creación llevada cabo a partir de su capacidad racional y de su inteligencia. Por la ciencia el hombre hizo su primera ruptura con el mito, con las realidades divinas, fantásticas y metafísicas. La ciencia en sus inicios fue un ejercicio contemplativo, teóricos y de alcances extraordinarios según las civilizaciones y sociedades que la desarrollaron. Su evolución se debe al deseo y aspiración del hombre, un deseo profundo de develar el misterio de la vida y de encontrar respuestas a sus incertidumbres, y de buscar nuevas maneras de acontecer el mundo. La ciencia es la extensión a las preguntas de la vida, al mundo de la vida y su desarrollo en la historia.

La ciencia tiene un extraordinario valor para la sociedad y para los seres humanos. Ese valor es intrínseco a su condición; la ciencia no es algo externo al ser humano. Lo externo son sus usos y prácticas y estas pueden ser positivas como negativas. la ciencia es un valor contemplativo, una teoría de valor. Prada Márquez dice que “poco a poco se ha ido comprendiendo que la ciencia encierra una multiplicidad de valores y esto ha hecho pensar a algunos filósofos de la ciencia, que su actividad debe ampliarse involucrando en su trabajo el estudio epistémico y metodológico, pero también el axiológico, de tal manera que hoy día es difícil mantener una separación radical entre la filosofía de la ciencia y la filosofía práctica, como trató de buscarlo Locke en sus Ensayos sobre el entendimiento humano, al separar entre Física (filosofía natural), Filosofía práctica (Ética) y Semiótica (o doctrina de los signos)” (Prada, 2004, p. 2).

En este sentido pensar en la ciencia como actividad axiológica, como un valor propio del ser humano, implica identificar su génesis, su trayectoria y su sentido; no para repetir lo que muchos ya pensaron sino como un sentir propio provocado, como un deseo de escribir, de ensayar y gustarse de la ciencia.

En este sentido cabe decir que el valor de la ciencia y de su avance está basado en algo que los epistemólogos de este tiempo no lo abordan y se llama “contemplación”. La contemplación no es un asunto de los epistemólogos en sus disertaciones científicas o teóricas, es algo que no genera valor dado que la ciencia hoy es un producto cultural sometido a las lógicas del poder. Se dice hoy que “saber es poder y tener” y ese poder de la ciencia está en su grado de aportación a la trasformación de las actuales condiciones del ser humano en materia de producción científica, desarrollo científico y tecnológico, innovación científica, transformación de la naturaleza, solución de problemas específicos, avances, patentes, productos, etc. “Los científicos no conciben la ciencia como una reproducción fiel de la realidad sino como una simple sistematización de datos de la experiencia” (Mondin 2000, p. 61)

Decir que hoy la ciencia es un valor contemplativo suena como volver a los griegos y esa etapa, dirán los científicos, ya está superada. Quizá entender la ciencia desde los medievales como sabiduría para decir que “sin fe es imposible la ciencia; o seguir con la idea de los modernos de que la ciencia debe reducirse al estudio de la naturaleza, cuyo comportamiento se puede controlar, describir o predecir por el ser humanos. En este caso, el valor de la ciencia está enfocada a la productividad y logro de fines más utilitaristas, de consumo y de generación de conocimiento para ciertos grupos y sociedades. Sin embargo, hay aún una línea reducida que piensa que la ciencia como valor debe ser contemplada para llevarla a la vida de muchos seres humanos y grupos que no la conoces, que aun piensan en la ciencia como algo lejano, algo abstracto, algo complejo, algo de expertos, pura teoría, etc.

El valor contemplativo de la ciencia esta en su democratización, en buscar las formas para hacer posible en todas las culturas y grupos humanos, llevarla a los desplazados, a los pobres, a las personas que tienen deseo de saber.

Es decir, la ciencia como valor aún está en la etapa de ser integrada según Castillo Sánchez (2000) a nuestro diario vivir y no seguir viéndola como algo lejano que no tiene nada que ver con nosotros. Ello implica la democratización y popularización y su efecto debe ser su acceso libre y placentero, es decir, contemplativo. “Tanto el conocimiento como la ciencia nacen de una quietud de contemplación, de pensar, de concentración, de algo que está en contraposición con lo que hoy se hace con la tecnología”. (Jaramillo Fernández, 2013, p.81).

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