AUTONOMÍA MORAL E INDEPENDENCIA COGNITIVA: DESCOLONIALIDAD EN EDUCACIÓN

Resumen
El presente ensayo propone una formación universitaria que propicie la autonomía moral y la independencia cognitiva en respuesta al actual paradigma educativo fundado en el binomio: economía-intelecto. Se enmarca en la línea de la reflexión del Dr. Aníbal Quijano, la Dra. Annick Stevens, Ken Robinson, el equipo de Reevo.org, Robert Root-Bernstein; los aportes de Gerd Gigerenzer, Richard Dawkins; y el legado de Juan Pablo II y la Antropología Cristiana. Resalta la labor de los maestros, además de la necesidad del cultivo del espíritu. Sugiere el análisis de memes y, la lectura inferencial y crítica como algunas de las estrategias metodológicas para este fin.

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Los constructos mentales inmersos en los procesos que Aníbal Quijano (2000) cita como fundamentales en el “patrón de poder”, en el documento “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”: raza y capital-mercado mundial (párr.1-2), nos presentan un marco pertinente para ubicar la necesidad específica de la orientación que debe tomar la educación en América Latina y, por ende, en nuestro país. El concepto colonizador de raza -que implica una jerarquización de seres humanos- así como el de “capital” y el de “mercado”, permanecen en las estructuras de conformación de los sistemas tanto político-sociales como educativos, en estos últimos porque la escuela y el aula de clases constituyen también esferas sociopolíticas de convivencia humana: allí, como en el núcleo familiar, se dan nuestros primeros aprendizajes de poder, interacción comunitaria, valores, propiedad, lazos y todo el conjunto de constructos que organizan la psicología del ser.

La premisa de este breve escrito se sintetiza en la idea de que es necesario que la educación, en todos los niveles y núcleos sociales, debe tener como objetivo la independencia cognitiva y la autonomía moral de la persona; es decir, capacidad de autorreflexión, autodisciplina, autoeducación, autoconstrucción del propio ser y de la propia vida en uso real de la facultad de libre albedrío.

Cuando indagamos por el fin último de la educación, la respuesta se enfoca en el logro de la felicidad. Esta ha quedado relativizada a los intereses de unos pocos con el poder suficiente para influir en los lineamientos de la política educativa ya no solo de nuestro país sino de la mayoría de países. En la génesis del modelo educativo que tenemos hasta hoy y que data de hace dos siglos, hay dos adjetivos claves: económico e intelectual, como se afirma en el clarificador video titulado “Paradigma del sistema educativo” (minuto 3:22), de Ken Robinson. Las consecuencias: estigmatización de las personas según su “capacidad” cognitiva tabulada por sus respuestas a test estandarizados. Es decir, se educa para la felicidad de unos pocos en base a la infelicidad de los muchos que no “califican”.

Ese estado de falta de felicidad que acontece en el diario devenir, no es más que el cúmulo de frustraciones resultante del dejar de hacer lo que realmente resulta importante para uno por responder a lo que la sociedad -los otros- demandan como lo conveniente, como lo que aseguraría una vida plena, una plenitud de escapismos perentorios por materiales en una tendencia consumista. Lo cierto resulta ser que en este mundo globalizado y competitivo, la verdad de que “el cambio es lo permanente” se agudiza más.

Esta herencia, como status quo, es la que grupos minoritarios dominantes nos pretenden instalar desde décadas, seleccionando a los mejores para que a través de la formación de otros –atendamos aquí a la formación en las universidades que es el nivel del que nos ocupamos- se mantenga la mencionada dominancia. Como afirma Annick Stevens, doctora en filosofía de la Universidad de Lieja desde el 2001, en su artículo “¿Por qué renuncio a la universidad tras diez años de docencia?” «nunca hoy la universidad ha sido tan complaciente con las tendencias dominantes [… ] exigen cumplir con esta huida hacia adelante, ciega e irreflexiva, hacia formas de conocimiento pobremente utilitaristas y determinadas por el economismo y tecnologismo» (párr. 1-2). Este tipo de educación es herencia del despotismo ilustrado, el paradigma positivista, el contexto industrial, como nos recuerda Rafael González Heck, del colegio Rudolf Steiner (Chile), en una de sus intervenciones en la película “La educación prohibida” estrenada en agosto del 2012, filme del que es pertinente rescatar la pregunta de una de las maestras-personaje: «¿Estamos dispuestos a tomar esta oportunidad y estamos preparados para ese cambio?» (h.1 m.46 ss.17-38).

¿Por qué a los mejores? ¿Quiénes son esos mejores seleccionados? Los mejores -escogidos hoy en los procesos de admisión de varias universidades del mundo- son aquellas mentes capaces de constituirse en referentes para otros; con la sensibilidad necesaria para comprometerse por el servicio; vale decir, con la pasión necesaria por su labor que la haga eficaz. Contrario a lo esperado algunos de esos mejores sí detectaron las verdaderas intenciones y las detectan hoy y, abrieron y abren los ojos: porque leyeron otras fuentes, mantuvieron su pensamiento divergente, no fueron “anestesiados” por las promesas de éxito aparente. Varios de esos seres perspicaces han sido estigmatizados y desterrados del “edén” elitista del poder de diferentes formas: quemados sus libros, tildados de nocivos para la mente, señalados como fracasados por no haber acumulado riquezas materiales, o simplemente silenciados al darle las espaldas con los medios de comunicación que son el cuarto poder.

En este contexto, importa entonces que lo permanente sea antónimo de ese reinado de una intelectualidad monetarizada, de esa colonialidad del poder, del consumismo compulsivo de modelos sin mediar crítica, de sistemas educativos iterativos. Así, lo trascendental que tenemos que rescatar es sinónimo de ser interno: la esencia o espíritu, en el que habitan los valores, ese conjunto de principios que rigen las decisiones del actuar frente a cada una de las situaciones que nos toque vivir.

Recordemos que los valores tienen su parte cognitiva o conocimiento del significado del valor y su parte actitudinal o de concreción en conductas reales. Por ello, la Educación Universitaria -y Superior, en general- debe actuar de forma decidida en convertir sus Casas de Estudio en centros de deontología profesional real, no solo para el futuro sino en la convivencia del presente y como patrimonio del pasado, propiciando la autonomía moral de las personas de su comunidad educativa. Como afirma el maestro Belisario Zanabria Moreno, en la versión escrita del discurso “Gestión de calidad en el desempeño laboral”, «el acervo moral de la humanidad se convierte en el conjunto de las capacidades morales de una persona, esto es en el modelo de base al cual se organiza la actividad autoconsciente de la personalidad» (párr.4), la cual se reflejará en cada comportamiento laboral.

En la universidad, la lectura resulta ser una de las actividades más cotidianas y se sabe que esta nos hace cada vez más “inteligentes”. El cultivo de la persona a través de la lectura -como el proceso interactivo y constructivo de significados que es- se convierte en una necesidad imperiosa para el empoderamiento de la misma hasta para el más mínimo detalle de su vida, con la condición de que aquella se mantenga a una distancia suficiente como para evaluar las distintas versiones y posiciones frente a un mismo hecho versado en un texto escrito y, en el uso de su libre albedrío, tome una decisión. Esto nos hace volver al fin de la educación como consecución de la felicidad del hombre, no como una meta sino como un estado interno por encima de las dificultades propias del devenir diario, mediado, acompañado y propiciado por la lectura, en aplicación de una estrategia de desarrollo y evolución del alma.

Al respecto del alma, colegimos con la afirmación de Tales que conceptúa al alma como “motor y principio de la vida” y la de Heráclito que “entiende al alma como principio” hasta el punto de estar de acuerdo con Sócrates cuando sostiene que “el hombre es su alma”. Estamos convencidos -como este último- que “la felicidad humana no está determinada por ningún agente externo sino que depende de nuestras propias decisiones (que resultan de nuestros conceptos)” y que hemos venido a este mundo (en estas y en posibles otras vidas) a ser felices, y que nuestra inteligencia está al servicio de este fin alcanzable en el día a día. No creemos en que la dualidad: alma-cuerpo (como las dos caras de una misma esencia) tenga una “unión accidental” (propuesta de Platón), sino en la consustancialidad de Aristóteles. Discrepamos del futuro de “sombras” para el alma de Aristóteles, pues afirmamos que ella sigue en la luz adoptando nuevos cuerpos para poder cerrar círculos de aprendizajes necesarios para su esencia en un camino hacia la perfectibilidad, haciendo la aclaración que toda experiencia es útil y perfecta para el enriquecimiento del alma. Este enunciado se contrapone al del Empirismo inglés que sostuvo que “el alma es una función más del cuerpo” y que “nacemos como una pizarra en blanco” pues -en coherencia con nuestra convicción de la transmutación del alma para vivir nuevas vidas (como nuevas oportunidades de aprendizaje)- creo en que las experiencias anteriores afloran en nuestras sensaciones sobre situaciones que se afrontan y decisiones que se toman; por ello, resalta lo enunciado líneas atrás por el maestro Zanabria respecto del acervo moral de la sociedad. No estamos de acuerdo con el Materialismo que nos propone un hombre “necesitante”, sino más bien pensamos que el Hombre nace con todas las posibilidades y que va desarrollándolas, descubriéndolas, lo cual es cercano a la concepción de “naturaleza divina”, de ser imagen y semejanza de Dios. Es así que consideramos que merece destacarse por su especial trascendencia e importancia, la Antropología del Cristianismo, que nos aporta el concepto de persona, con una naturaleza (entiéndase “esencia”) “única, irrepetible y novedosa”, que es aliento divino en su concepción, poseedora de libertad total, de principio a fin (que es un nuevo comienzo); que “se hace” a cada paso- y he aquí el gran valor de la educación-, en cada experiencia de aprendizaje cotidiano y que en palabras de San Agustín “vale más que todos los reinos de este mundo”. Los postulados del Cristianismo han calado en todas las culturas, ideologías y esferas socio-políticas, al punto de marcar: adhesión o contraposición. Fechados aquellos desde antes de la Edad Media permanecen hasta ahora, uniendo en la diversidad e influyendo en todo tipo de decisiones: políticas, sociales, económicas, educativas y demás. Las revelaciones de la Antropología Cristiana dan las respuestas a las más profundas interrogantes del Hombre: le habla de su origen y su destino, pasando por el relato innumerable de posibilidades para vivir feliz, haciendo uso de su libertad innata; finitos y mortales por una condición corporal de espacio y tiempo, pero trascendentes por el alma. Ambos, cuerpo y alma unidos en el Espíritu que tiene una voz: la conciencia, intuición (asumida como “resumen de inteligencias”) moral que nos guía a lo correcto desde un origen divino sin menoscabo sino potenciando nuestro libre albedrío sobre seguir libres o esclavizarnos a lo que nos destruye. He aquí una línea educativa, más allá de confesiones religiosas, una postura de educar en uso de libre albedrío con autonomía moral e independencia cognitiva, pero en respeto al ser humano, fin último de toda acción humana.

El ser humano es una unidad y en muchas oportunidades de la discusión se pierde la visión holística del mismo, conduciéndonos en este paradigma reinante intencionado desde el economicismo y tecnologismo por la primacía de la inteligencia ponderada. Habernos conducido más por la inteligencia sola que por la espiritualidad, nos ha traído a este presente, sin haber tomado en cuenta que la inteligencia es limitada. El producto es una sociedad deshumanizada. De aquí surge entonces, nuestra responsabilidad y compromiso de hacer un alto y dejar de echar culpas al abstracto etéreo, al “otro”, porque cada uno de nosotros ha de actuar, ir haciendo el cambio y extendiendo esa actitud. Lo real necesario es también volver a nuestra naturaleza solidaria aceptar que nos necesitamos entre humanos para ser más humanos porque el fin de la sociedad somos cada una de las personas. El actuar atropellante de la sociedad actual está basado en esa tergiversación del fin último que es la persona, con todo lo que ella significa de relevante. Relevante es su perfeccionamiento, su trascendencia, su libertad, su derecho a opinar y ser considerada en las decisiones que se tomen y le afecten. Aquí entra a tallar el concepto y ejercicio de la autoridad, la cual debe surgir naturalmente del reconocimiento de quienes la ejercen –en la línea de lo que sostenemos- de su gran humanidad, de su respeto por la persona, de su convencimiento de que es autoridad para servir a otros y no para servirse de un cargo para sí. Es entonces la moralidad de la persona que ejerce un cargo la que le da autoridad, de lo contrario, si es solo arbitrariamente impuesta y más si una vez ejercida no se subordina a los intereses humanos de la persona, cuando la autoridad no tiene que ser. La autoridad así es fruto del actuar, el cual es consecuencia de qué constructos se tiene, de qué conceptos de persona y demás se tiene. Así, la autoridad tiene una base de admiración por el otro y nunca se podrá basar en la conveniencia ni en el miedo. Pero la práctica educativa no se condice con esto en infinidad de casos pues vemos que la autoridad se da porque se ocupa el cargo y porque se tiene el poder de colocar la nota, aunque se tengan conductas inadecuadas y hasta corruptas como presentar materiales educativos plagiados de otras fuentes, se llegue tarde constantemente a clases, se avale prácticas injustas de otras autoridades, se permita la discriminación y la violencia en todas sus manifestaciones, se quiera que las respuestas en un examen sean memorísticas o tal y como el profesor las dijo, no se permita que los estudiantes manifiesten sus posiciones críticas, se evite la consulta de fuentes con ideas opuestas a las manifestadas por el docente, y demás realidades que se evidencian en las aulas universitarias (y también en las de los otros niveles educativos), desconociendo que «la autonomía moral se ejerce a través del diálogo, por lo que se logra ser auténtico individuo solo en la interacción con el otro» (Sepúlveda, 2003, p.32).

A estas alturas de esta manifestación, creo pertinente traer a colación el tema del descontrol del ego, contrario al valor de la humildad. El descontrol del ego reinante bajo la supremacía del “Ser superior” que está dentro y se proyecta afuera por eso de ser los “reyes de la creación” habiendo incluído a los demás seres humanos como los “súbditos” (nos preguntamos si en la idea de “reyes de la creación” ya se gestó el concepto de raza y la colonialidad del poder), está tras ese paradigma de ir en contra de educar para la independencia cognitiva y la autonomía moral, porque una persona con posición e ideas y una escala definida de valores asentada en los valores universales, resulta peligrosa al mantenimiento del status quo mencionado en las primeras líneas de este escrito. Toda diferencia con la permanencia de ese estatus afectaría a la propiedad que quiere detentar ese grupo minoritario que ha enmarañado el verdadero fin de la educación. La propiedad debe propiciar paz social, de lo contrario está fallando en sus fines y principios. Por eso, el tema es tan actual, porque hoy la propiedad está generando las mencionadas discrepancias: se está haciendo trabajar a los muchos para el beneficio de unos pocos; se está “anestesiando” con la educación a los muchos para que solo se enfoquen en producir para que se mantenga la propiedad de esos pocos. La propiedad es un derecho natural que deriva del trabajo como parte del derecho a la vida; y, el trabajo, tiene un carácter dual: el específico según lo que se produce y el simple general a todo esfuerzo humano. Pero todo derecho incluye un conjunto de deberes que serán aquí nuestras responsabilidades para con nuestra propia evolución y la de los demás. El no respeto de esto sería el límite de la propiedad privada. Y aquí me quiero referir a la propiedad intelectual o del conocimiento relevando su sentido solo para ser compartida: es necesario que la educación comparta esta propiedad de conocimiento para lograr la libertad e independencia cognitiva de la persona. Así como el capital (material) y trabajo (espiritual por ser actividad del hombre) se unen para generar trabajo productivo para el bien de todos, la propiedad debe servir para el bien de todos. Y el Bien es el camino virtuoso. Por eso, en estos conceptos tan materiales, solo la presencia de Dios en los hombres hará que el trabajo, el capital, la propiedad, y los conceptos implicados en estos macroconceptos sean el camino hacia Él, que es la felicidad. Sería muy bueno para el abordaje integral de estos conceptos que sumemos las encíclicas Rerum Novarum, Laborem Excercens, Populorum Progressio, así como: Gaudim et Spes (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy), Mater et magistra (de Juan XXIII, sobre el desarrollo de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana), Pacem in terris (sobre la paz entre los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad, de Juan XXIII) y Quadragesimo anno (por su visión ya no solo de la cuestión obrera sino social integral, desde una visión orgánica del orden económico-social, de Pío XI). La lectura, esa actividad permanente en la universidad, se convierte otra vez en una herramienta de independencia cognitiva.

Para que la educación cumpla su objetivo de lograr una persona con autonomía moral e independencia cognitiva que lo desligue de cualquier intento como la situación actual descrita, debe estar empoderada, lo cual implica tener una autoestima adecuada. Sobre el tema, podríamos escribir libros enteros como los que se puede encontrar en distintos repositorios de internet y bibliotecas físicas, pero aquí, haremos alusión a un conocimiento, el compartido por Gerd Gigerenzer, el psicólogo alemán estudioso de la racionalidad limitada y la heurística (reglas de oro, lo ecológicamente racional) en la toma de decisiones, del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano. Él ya demostró que la visión tradicional –esa que logró un premio Nobel por demostrar que la intuición falla (otorgado a Daniel Kahneman-2002)- de que más información es siempre mejor, no es verdadera; lo hizo al desarrollar la existencia de la inteligencia intuitiva, la cual es también racional. Así que confiemos más en esa “sensación” que tenemos de estar haciendo lo que otros quieren y no lo que realmente necesitamos, lo que realmente es justo, lo que en verdad es moral, pues así como está la educación en muchas universidades actualmente, si no hemos tenido el privilegio de tener en frente como maestro a esos “desterrados” del edén tecnologista y economicista de unos cuantos que quieren mantener su status quo, si más bien estamos frente a quienes aún no se han dado cuenta de que están trabajando para crear mentes anestesiadas por el consumismo, mentes totalmente convergentes, heterónomas morales, dependientes cognitivamente hablando, pues si nuestra “sensación” nos dice que no hay que seguir a estos últimos, Gigerenzer nos estaría dando la razón, nuestra inteligencia intuitiva nos estaría alertando de que estamos a punto de tomar una decisión inadecuada.

La Economía, como ciencia social basada en decisiones humanas, debe ser considerada a la luz de los conceptos de persona y sociedad de los hombres que plantean sus principios, ya que el binomio causa-efecto es una de sus columnas: toda decisión trae una consecuencia. Esta ciencia social con bases en el trabajo asume un compromiso moral: el trabajo no es solo para las necesidades propias y de los más cercanos, es también para todo el entorno indirecto y para los que vendrán, como se nos recuerda en el texto, en palabras del “Papa Amigo” Juan Pablo II, en cita de la Laborem Exercens, con motivo de los 90 años de la Rerum Novarum. En la introducción de esa hermosa encíclica, el Papa nos recuerda que:


Hecho a imagen y semejanza de Dios en el mundo visible y puesto en él para que dominase la tierra, el hombre está por ello, desde el principio, llamado al trabajo. El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas, cuya actividad, relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo; solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra. De este modo el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza. (párr.1)



¡Qué mejor descripción del valor del trabajo para la vida humana! Una actividad inherente a su naturaleza como llamado de su papel en la tierra y que lo hace constructor en su medio. Por lo tanto, lo perfecciona y perfecciona así su entorno, como fines, porque lo ubica en su lugar y misión en la tierra: el trabajo nos da capacidad de adquisición de los bienes en lo material, pero nos eleva en lo espiritual, si está bien hecho y llevado a cabo con la felicidad de la construcción para nuestro ser mejores y, para otros, de un espacio y futuro mejores. Es la felicidad del servicio entonces, la emoción en el trabajo, y la alegría de la posibilidad de desarrollo de nuestras potencialidades. Esta visión cambia por completo nuestra actitud frente al trabajo y nuestra conducta y afectos hacia él. El “sacrificio y esfuerzo” que demande aquel se hace llevadero y hasta deseable por la felicidad descrita, además del valor agregado de forjar nuestra voluntad y virtudes. Esta importancia lo acerca a su trascendencia. Un matiz importante, es que al realizarlo con otros, los compañeros de trabajo, se crea un círculo de solidaridad para el perfeccionamiento y construcción en conjunto colaborativo. Una empresa que propicia lo descrito será una organización cada vez más humanizante y llevará el verdadero sentido de ser “el mejor lugar para laborar”. Estas ópticas resultan ser principios fundamentales en la formación de todo universitario.

Resulta gravitante, también, en la formación universitaria, que los estudiantes analicen los “memes” circundantes en cada una de las ciencias y sociedades a las que pertenecen las carreras y estudios que siguen. Cuando hablamos de memes no nos estamos refiriendo al préstamo que ha hecho la informática de este neologismo, sino al término que Richard Dawkins utilizó para -en analogía con los genes- referirse a «las unidades de información discreta de herencia cultural […] instrucciones culturales que forman el sentido social de las épocas» (Santibáñez Yáñez, 2001, p.3-4). Ello permitiría evitar convertirnos en “memobot”, subordinados completamente a la propagación de memes, algunos de los cuales son falacias: «El meme como patrón de información a veces contagia a agentes que parasitariamente los aceptan, y siguiendo con la metáfora, infecta sus inteligencias alterando sus comportamientos y motivándolos a difundir el patrón» (Ibídem, p.5). La lectura inferencial y crítica, la interacción dialógica y el debate, como estrategias metodológicas de base, constituyen las herramientas preventivas de la “memobotización” y propiciadoras de la independencia cognitiva y la autonomía moral.

Por último, toda formación en opciones científicas -llamadas así para diferenciarlas de las humanísticas- deben revalorar las asignaturas de Humanidades, pues «la ciencia solo puede florecer en la mente de personas sensibles y emotivas» (Root-Bernstein, Robert, 2003, párr. 5) que encuentren las conexiones entre las áreas del conocimiento más polares, convirtiéndose en verdaderos polímatas y no diletantes. Seres humanos en los que sea una disposición constante, desde el área de formación universitaria en la que estén, crear y participar en iniciativas solidarias, proactivas, constructivas, como por ejemplo la lista de ODS (objetivos para el desarrollo sostenible) publicados en la página web de la OEI.

Asumamos el reto desde el espacio social en el que nos desempeñemos, más aún si somos maestros: aquí hay una decisión que tomar, un rol que retomar, un equipo que congregar. Mediemos la formación de personas que posean autonomía moral e independencia cognitiva; así estaremos colaborando, solidariamente, humanamente, a su felicidad. Para ello, cada uno también tiene que ser ejemplo de esa autonomía y de esa independencia: de esa autorreflexión, autodisciplina, autoeducación y autoconstrucción que los haga sentir a cada uno en paz para construir la paz, a cada uno ser feliz para colaborar con la felicidad de los demás.

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