estimados colegas
les dejo algo para leer y analizar, no hay apuro, con tiempo, para leer varias veces...se pueden extraer muchas enseñanzas de nuestro colega, Javier Martinez Aldanondo y su trabajo "EL REY SIN CORONA" que en el año 2003, ya nos transmitia sus pensamientos, sobre el e-learning y como llevar a cabo la modalidad de formacion con la calidad y gestion que nuestros estudiantes se merecen.
espero sus comentarios y podamos seguir aprendiendo todos de todos.
cariños
silvina
resistencia -chaco-argentina
* Artículo publicado en Educapro (junio de 2002, n.º 1).
Contenidos en e-learning: el rey sin corona
(por ahora)[*]
Javier Martínez AldanondoDirector de proyectos de Talentus
jmartinez@talentus.cl
[Fecha de publicación: febrero de 2003]
Contenidos en e-learning: el rey sin corona (por ahora)
http://www.uoc.edu/web/esp/art/uoc/20126/20126.html
ã Javier Martínez Aldanondo, 2003
ã de esta edición: FUOC, 2003
RESUMEN:
Hemos vivido una cultura y una tradición educativa donde el rol de los alumnos
ha sido siempre pasivo: escuchar, leer y recitar en el examen. Desde luego, poco
motivador, bastante aburrido y de nefastas consecuencias (tratemos de recordar lo que
estudiamos en los años de colegio o universidad y nos daremos cuenta de que lo hemos
olvidado prácticamente todo). Yo creía que el rol de la educación era enseñar a pensar por
uno mismo. Las ciencias cognitivas hace tiempo que han demostrado que el verdadero
conocimiento se adquiere y se construye cuando la persona desempeña un rol activo,
cuando HACEMOS cosas, practicamos, resolvemos problemas, nos equivocamos y nuestra
mente desencadena un proceso imparable para tratar de explicarse la causa de nuestro
error y las posibles maneras de corregirlo. Hacer es divertido, vencer obstáculos es
motivador. Basta con que pensemos cuántas de las cosas que hoy forman parte de nuestro
"saber hacer personal" (aquello por lo que nos pagan en nuestro trabajo) las hemos
aprendido en las aulas o en el sinuoso camino de la vida.
Sin embargo, estamos viviendo una curiosa paradoja: parece que el e-learning y la
tecnología son la panacea que nos va a salvar y a sacar de este callejón sin salida donde
estamos estancados y, además, de forma más barata y sin esfuerzo. Y esto me lleva a
preguntarme: ¿Cómo nos metemos de lleno en el e-learning cuando no se ha innovado ni
mejorado la formación presencial primero? La formación presencial, ¿es perfecta, funciona
excelentemente o tiene importantes imperfecciones y hay gran margen de mejora? La
respuesta es obvia y, desde luego, la tecnología no tiene nada que ver en este asunto, no
es ni la culpable ni quien nos va a sacar las castañas del fuego. Más bien al contrario,
añadir tecnología a este modelo imperfecto solo conduce a empeorarlo. Lo que importa no
es Internet, lo que importa es si la gente aprende a HACER lo que se supone que debe
aprender cuando se matricula. Por eso la falacia del e-learning consiste en que la e de
electronic en realidad debería ser effective learning, algo que rara vez sucede.
Ahora bien, lo que las TIC parece que producen es un debate, una puesta en duda del
modelo tradicional. Para mí hay una cosa muy clara: el ordenador (que los americanos
llaman doing device) lo que sí nos permite es introducir una serie de cambios orientados
hacia esta dinámica de learn by doing (aprendizaje basado en la práctica) que tan difíciles
resultan de implantar en un aula con 30, 100 o 500 alumnos. E Internet facilita
enormemente el proceso de comunicación entre los actores implicados (tutores, expertos,
alumnos, contenidos), flexibiliza el proceso (cuando me convenga y desde donde me
convenga) y permite hacerlo accesible a muchas personas distribuidas geográficamente
por todo el globo.
Por desgracia, y a pesar de que los ordenadores hace ya tiempo que forman parte de
nuestro entorno, desempeñan un papel totalmente marginal en el ámbito de la educación y
existen todavía pocas experiencias sobre cómo emplearlos y emplear Internet como
herramienta de aprendizaje y no como medio de distribución de contenidos.
¿Cómo aprendemos realmente? ¿Qué papel puede desempeñar la tecnología para un
mejor aprendizaje? ¿Por qué existe una tan alta tasa de abandonos entre los alumnos de
los cursos de e-learning? ¿Cómo podemos convertir una experiencia de recepción
pasiva de información en una experiencia activa de construcción de conocimiento?
Érase una vez (principios de los años ochenta) un joven (yo) que pensó que había llegado el
momento de aprender a conducir. Y para lograrlo, la opción más evidente era la de matricularse
en una autoescuela. Existía, además, otra opción que consistía en sentarse a los mandos de
un coche (el de mi padre) junto con alguien experimentado (mi padre) que me ayudase a
aprender. Como la segunda opción era más sencilla (y económica) comencé por pilotar el
coche de mi padre por algunos lugares poco concurridos de San Sebastián, abusando de su
paciencia y tratando de seguir sus consejos cada vez que no hacía las cosas de la mejor
manera. Con el tiempo, no me quedó otra alternativa que matricularme en la autoescuela,
estudiar el código de circulación y realizar multitud de tests de respuesta múltiple e incluso
pagar por el mínimo de clases prácticas obligatorias. Como colofón de la historia y como todos
hemos hecho, tuve que superar el examen teórico y el examen práctico (recuerdo que era uno
de los pocos días que he visto nevar en San Sebastián y podía sentir en el cogote el aliento del
parco e inexpresivo examinador). Resultado: casi dos décadas después sigo conduciendo
normalmente aunque tengo serias dudas sobre si sería capaz de aprobar el examen teórico.
Supongo que habrá personas que se preguntarán por qué he escogido este ejemplo para tratar
el tema de los contenidos de e-learning. Como veremos, hay múltiples aspectos comunes:
• El aprendizaje tuvo lugar fuera de las aulas: reflejos, educación, prudencia,
averías, atascos, accidentes...
• La motivación
• El aprendizaje en el momento en que se necesita
• Aprender haciendo
• La importancia de cometer errores
• El razonamiento
• La posibilidad de tener expertos a quien acudir en el momento de cometer los
errores
• El papel de las emociones
Sin embargo, la manera en que aprendemos a conducir no es ni mucho menos un ejemplo
habitual sobre la forma en que nos enseñan el resto de habilidades y conocimientos necesarios
para trabajar y vivir en nuestra sociedad.
No tengo ninguna intención de añadir otra definición de e-learning a la larga lista que circula
hoy en día entre nosotros. También quiero adelantar que estamos en los albores de algo que
presumiblemente va a tener un impacto enorme en la manera en que aprenderemos a partir de
ahora, al igual que los ordenadores han cambiado sin remedio nuestra forma de trabajar. Sin
embargo, el principal medio de producción en la aldea global sigue siendo el cerebro humano.
Sabemos que los contenidos no tienen un poder mágico para convertir a un alumno en un
experto. Aprender es una tarea compleja, es una habilidad en sí misma, que requiere tiempo y
diseñar unos buenos contenidos también. Y como todo en Internet, los alumnos están siempre
a un solo clic de ratón de abandonar el curso.
Como punto de partida me gustaría señalar cuáles son las dos preguntas que nos debemos
hacer a la hora de valorar un contenido de e-learning:
1. ¿En cuánto se parece al trabajo para el que intentamos formar al alumno? Por
ejemplo, si es un curso de negociación, ¿el alumno negocia? ¿Se enfrenta a
diferentes situaciones, personalidades, problemas?
2. ¿Qué sabe HACER el alumno cuando finaliza que antes no sabía? El alumno,
¿sabe negociar? Cuando llegue a su trabajo, ¿se darán casos donde piense "esto lo
hice ayer en el curso, sé que me equivoqué pero también sé cómo lo resolví y, por
tanto, puedo aplicarlo"?
Si somos mínimamente críticos, nos daremos cuenta de que pocos, muy pocos contenidos –de
e-learning o no– superan esta primera prueba.
Para empezar a hablar de contenidos debemos tener en cuenta tres aspectos que por regla
general pasan inadvertidos y que, sin embargo, son la clave sobre la que se asienta todo lo
demás: CÓMO aprenden las personas y, en función de ello, CÓMO enseñamos y QUÉ
enseñamos.
Para analizarlo –y aunque pensemos que el e-learning es el futuro que nos espera– tan sólo
tenemos que retroceder unos cuantos siglos: Sócrates predicaba que el conocimiento estaba
dentro y no fuera de las personas y trataba de ayudarlas a razonar por sí mismas. Aristóteles
sentenció en su momento: "Lo que tenemos que aprender, lo aprendemos haciendo". Los
romanos también entendieron que educare consiste en extraer lo mejor de uno mismo.
Plutarco decía: "El cerebro no es un vaso que hay que llenar, sino una chispa que hay que
encender". Incluso Galileo sentenció: "No se puede enseñar nada a ningún hombre,
simplemente podemos ayudarle a descubrirlo por sí mismo." ¿Y qué hacemos nosotros?
Tratamos de llenar las cabezas de los alumnos con ingentes cantidades de datos, les hacemos
un examen y si responden lo que el profesor ha dicho, aprueban y obtienen un título. Pero el
mejor maestro no es el que da la respuesta correcta, sino el que ayuda a encontrarla por uno
mismo. Medimos los cursos por los "kilos" de contenidos, por las horas de clase. La capacidad
de procesar información de los humanos es finita. Einstein dijo: "No necesito saberlo todo. Tan
sólo necesito saber dónde encontrar lo que me haga falta, cuando lo necesite".
Pero la realidad, y todos los que estudiamos una carrera universitaria lo hemos podido
comprobar en nuestras carnes, es muy diferente. En la vida no hay respuestas correctas ni nos
hacen exámenes escritos a final de mes en el trabajo. La vida es mucho más compleja que
todo eso. Como mucho hay cosas que funcionan y cosas que no. Lo más importante en una
empresa no son las personas, ni siquiera el conocimiento de esas personas. Lo más importante
es su EXPERIENCIA, lo que SABEN HACER. Es por esa razón por la que les contratan, por la
que aportan valor y por la que les pagan. Si nos paramos a pensar, la mayor parte de las cosas
que hacemos en el trabajo no las hemos aprendido ni en el colegio ni en la universidad. Las
hemos aprendido a lo largo de muchos años de trabajo y esfuerzo, de cometer errores, de
aprender de ellos y de acumular una valiosísima experiencia. Y cuanta más experiencia
tenemos en un trabajo, mejor lo hacemos. Yo no aprendí a conducir en la autoescuela, aprendí
a lo largo de muchas horas sentado al volante haciendo kilómetros y viviendo situaciones
diferentes.
Esto lleva a la primera afirmación sobre CÓMO APRENDEN LAS PERSONAS. Aprendemos
haciendo y no escuchando. El modelo "Yo sé, tú no sabes, yo te cuento" no es real. Cuando
una persona se hace una pregunta quiere decir que está pensando, explorando, buscando
explicaciones, soluciones. Sólo entonces puedo estar seguro de que empieza a aprender.
¿Qué oportunidades damos en los cursos de pensar, investigar, experimentar, preguntar? Para
aprender, éste suele ser el proceso que seguimos inconscientemente:
• Fijarnos un objetivo (por ejemplo, ir de vacaciones a Australia).
• Actuar en consecuencia (reservar avión, alojamiento, buscar información del país,
• Es probable que vayamos al aeropuerto y que las cosas no sucedan como
esperábamos porque, por ejemplo, nos encontremos un problema de overbooking
que nos deja en tierra hasta el día siguiente.
• Reflexionamos, buscamos una explicación (hay que confirmar el vuelo con
cuarenta y ocho horas de antelación) y la almacenamos en la memoria.
APRENDEMOS. La próxima vez que planifiquemos unas vacaciones, sabremos
que tenemos que confirmar el vuelo antes de ir al aeropuerto.
En el fondo, un experto no es más que una persona que acumula gran número de casos, que
ha practicado tantas veces unas determinadas tareas que ha terminado por dominarlas
perfectamente. Ha creado respuestas automáticas a todos esos casos, ha acumulado la
experiencia de cómo resolverlos de manera que sabe responder a ellos casi sin pensar. La
única diferencia respecto a los demás es que se ha entrenado con esmero para solucionar
todos esos casos. Pero no olvidemos que al comienzo era igual que los demás, empezó de
cero.
En la oficina no nos pasamos las horas sentados en una silla escuchando a alguien, nos
pasamos las horas haciendo cosas continuamente. Si fuese tan sencillo, bastaría con escuchar
a los mejores expertos en cada materia para convertirnos en expertos como ellos y de esta
manera acabaría el fracaso escolar y en gran medida el negocio de la formación sería
diferente. Los problemas no se pueden comprender intelectualmente, hay que vivirlos. ¿Alguien
piensa que podemos modificar el comportamiento de las personas, cambiar su manera de
hacer las cosas para que las hagan mejor por el mero hecho de sentarlas en un aula o
ponerles unos textos en una pantalla y unos ejercicios?
Si lo que se aprende no procede del descubrimiento personal, de una experiencia o de un caso
concreto, no se recuerda ni se aprende. ¿Quién de nosotros sería capaz hoy de aprobar un
examen de cualquiera de las asignaturas de la carrera? Posiblemente casi nadie. El problema
no es que se nos haya olvidado, el problema es que nunca lo aprendimos. Lo único que
hicimos fue memorizar una serie de datos para una fecha determinada. A partir de aquí el
cerebro, que tiene una enorme facilidad para eliminar lo que no necesita o utiliza, sustituyó
aquello por otras informaciones y lo borró. De hecho el conocimiento real es inconsciente. Para
tratar de explicar y formalizar lo que realmente sabemos hacer, tenemos que pararnos a pensar
un buen rato y nos costará trabajo tratar de enunciarlo claramente. Por ejemplo, para aprender
a conducir, yo tuve que superar cuatro fases:
1. No sé que no sé. Con doce años, ni sabía conducir ni sabía que hubiese que saber
conducir porque no era un tema que me preocupase lo más mínimo.
2. Sé que no sé. Con dieciocho años me di cuenta de que conducir era algo útil y yo
no sabía hacerlo.
3. Sé que sé. Cuando me bajé del coche aquel día de noviembre en que nevaba, era
consciente de que ya sabía conducir, aunque tenía que pensar cuidadosamente casi
cada paso que daba.
4. No sé que sé. Hoy cuando cojo el coche, ni siquiera tengo que pensar en lo que
hago. Ponerme el cinturón, arrancar el coche, soltar el freno, pisar el embrague,
meter marcha atrás... se ha convertido en algo inconsciente.
Aquí podemos introducir uno de los aspectos relevantes de los contenidos de e-learning: la
motivación. Yo aprendí a conducir cuando me di cuenta de que para no depender del
transporte público, de terceras personas (casi siempre mis padres) o de otras limitaciones, la
mejor solución era aprender a conducir. La motivación no existía a los doce años, pero sí a los
dieciocho, de la misma manera que hace doce meses poca gente estaba motivada para
aprender a pensar en el euro como moneda. Sin embargo, la motivación es algo básicamente
interno, no puede ser impuesto, y una persona motivada es capaz de aprender de un trozo de
periódico viejo, mientras que una persona que no lo está no aprenderá aunque le paguemos un
MBA en Harvard.
Ahora bien, todas las personas nos movemos por objetivos, cosas o situaciones que nos
interesan y por las que estamos dispuestos a actuar para alcanzarlas porque nos producen
sensaciones placenteras. Cuando tienes un objetivo, tienes interés en aprender para
alcanzarlo. Éste es un elemento fundamental, porque el alumno aprende cuando él quiere y no
cuando lo decide el profesor. No podemos obligarle a aprender lo que nosotros sabemos sin
que le hayamos despertado un interés previo. Tampoco podemos enseñarle lo que hemos
decidido que queremos que sepa y menos todavía si es capaz de darse cuenta de que
seguramente no podrá aplicar o transferir a su trabajo lo que le estamos contando. El
protagonista ya no va a ser el profesor, que deja de ser el poseedor de los conocimientos y la
autoridad que decide sobre el futuro del alumno. No obstante, si somos capaces de alinearnos
con sus objetivos, si somos capaces de entender qué es lo que le mueve, lo que le motiva, lo
que le gusta, entonces tenemos una ocasión incomparable para diseñar unos contenidos que
resulten atractivos y donde sea el protagonista de una historia en la que deberá desempeñar
un papel activo, un rol principal para construir su propio conocimiento.
Y es aquí donde generalmente se desperdicia una gran oportunidad. ¿Cómo podemos esperar
que los alumnos dediquen su tiempo (anytime suele ser su tiempo libre) y su propio espacio
(anywhere acaba siendo su propia casa) para leer manuales aburridos convertidos a HTML en
una pantalla y hacer tests de autoevaluación? Al menos en el aula pueden charlar con sus
compañeros cuando se aburren. El ordenador es un doing device, un aparato para hacer cosas
y no para pasar páginas ni para escuchar pasivamente. Para eso ya está la televisión. Pulsar
iconos no es sinónimo de interactivo. E-learning no significa leer en la pantalla del ordenador lo
que antes leíamos en un papel. Ni multimedia (animaciones preciosas, sonidos, imágenes,
vídeos espectaculares) es sinónimo de aprendizaje. La razón por la que muy poca gente es
capaz de disfrutar haciendo un curso vía e-learning es porque quien lo ha diseñado, lo ha
hecho pensando en sí mismo, en lo que sabe y en lo que cree que los demás deben saber. Sin
embargo, vivimos en una era donde es el cliente el que juzga los productos y no al revés,
donde tenemos que hacer las cosas con el cliente como punto de referencia, pensando en lo
que le gusta, lo que disfruta y lo que necesita. Pero eso significa realizar un trabajo bastante
más complejo.
Veamos un par de ejemplos: posiblemente para un niño aprenderse de memoria las capitales
de las provincias españolas no sea un plato de muy buen gusto. Con todo, si diseñamos un
contenido donde el niño forme parte de un equipo de fútbol o de un grupo musical que todas
las semanas tiene que jugar o actuar en una ciudad distinta, es altamente posible que en el
propósito de alcanzar el objetivo que le motiva (planificar cada viaje, jugar o actuar en cada
ciudad), el niño aprenderá lo que queremos y lo hará divirtiéndose y sin darse cuenta.
Segundo ejemplo, un curso de Macroeconomía, y lo elijo porque lo encuentro especialmente
árido. Todos los modelos que se manejan hoy en día se parecen como gotas de agua a la hora
de impartir un curso de Macroeconomía, da lo mismo que sea presencial o no. Monólogo del
profesor o experto cualificado, durante muchas horas, y tal vez algún tipo de evaluación para
comprobar si los alumnos han entendido los conceptos. ¿Resultado? Curso en principio poco
atractivo, con un enorme caudal de contenido teórico y poquísima interacción y aprendizaje
real.
¿Podemos pedir al alumno que se motive? Difícilmente. ¿Que participe y –sobre todo– que
cuando acabe tenga los conocimientos suficientes para ejercer un trabajo en esa área? Es
mucho pedir. El propio alumno tiene sus dudas sobre si "sabe que sabe". ¿Seré capaz de
HACER lo que me han dicho que hay que hacer en mi trabajo diario? Sin embargo, el problema
no radica en el alumno, ni siquiera en la materia. Radica en el método.
¿Hay algo que podamos hacer? El ser humano es por naturaleza curioso, le gusta jugar (al
fútbol, a las cartas, a los juegos de rol o a hacer crucigramas). Planteemos las cosas al revés.
Lo lógico es que si alguien quiere o debe hacer un curso de Macroeconomía es porque trabaja
o quiere trabajar en algún puesto donde pueda aplicar esos conocimientos. Entonces,
construyamos una historia que recree, lo mejor posible, una situación real de trabajo donde
tenga que poner en práctica sus conocimientos. Tenemos que crear un escenario donde hay
que situar al alumno, asignándole un papel y un objetivo que debe cumplir, una meta.
Propongámosle, por ejemplo, "Vas a trabajar en el equipo de asesores del presidente de los
Estados Unidos, se desatará una crisis de suministro de petróleo y tu tarea consistirá en
asesorarle sobre las diferentes medidas que habrá que tomar para solucionarlo".
De entrada ya le estamos planteando un reto, y la aplastante mayoría de los seres humanos
reaccionan positivamente ante estos estímulos sobre todo cuando identifican que les va a
reportar beneficios directos sobre su desempeño profesional. No le aburrimos con
introducciones sobre el curso, sobre para qué le servirá. Tenemos que captar su atención e
interesarlo desde el comienzo. Que adopte una actitud proactiva, que "haga cosas". A partir de
aquí, el alumno va a ser quien tendrá las claves para desenvolverse en un entorno donde va a
encontrar todos los elementos que necesite, en forma de información, vídeos de expertos,
historias reales sobre casos similares, instrumentos de trabajo, para llevar adelante su tarea y
"hacer cosas" (un informe al presidente, defender el informe en una rueda de prensa, etc.).
Pero tendrá que hacerlo él, con su cerebro y su razonamiento. Y sobre todo fracasando y
razonando sobre los motivos de su fracaso hasta dar con la solución a su error. No hay mejor
tutor que uno mismo cuando está cautivado por una actividad que le fascina.
Cómo enseñamos
Tenemos que reconocer que la educación ha evolucionado muy poco a lo largo del tiempo. Si
pudiéramos trasladar en el tiempo a un cirujano de hace 400 años a un quirófano de hoy,
posiblemente entraría en shock por la diferencia de escenarios y su incapacidad para entender
la situación. Sin embargo, si hacemos el mismo experimento con un profesor, es casi seguro
que en cinco minutos podría tomar el mando y seguiría la clase con total normalidad (los
pupitres de la famosa aula de Fray Luis de León no son muy diferentes de los que yo utilicé).
La tónica habitual sigue siendo pizarra y borrador, y ello significa que el profesor hace el 95%
del trabajo. Habla, lee, explica, escribe, dicta, pregunta, etc. Pero lo curioso es que quien
debería hacer el 95% del trabajo debería ser el alumno, que es quien debe aprender. ¿Alguien
se imagina a un padre enseñando a montar en bici a su hijo y empleando el 95% del tiempo
pedaleando sentado sobre la bici mientras su hijo le escucha? ¿O aprender a cocinar viendo a
Arguiñano en la tele? Además, no siempre el que enseña es el profesor ni el que aprende es el
alumno.
En el caso del e-learning, reproducimos prácticamente el mismo modelo, con lo que se deja
nulo espacio al alumno para que reflexione, tome decisiones, investigue, se cuestione y tenga
dudas. Todo lo que le pedimos es que avance páginas, lea y escuche y al final haga unos
cuantos tests.
Para aprender, el protagonista debe ser el alumno, que tiene que hacer cosas y no escuchar
pasivamente cómo se las cuenta otra persona. Nadie aprende a negociar si no es negociando y
practicando mil veces hasta perfeccionar la habilidad que acaba siendo automática e
inconsciente. Y para ello tiene que experimentar, cometer errores, reflexionar, buscar
explicaciones, recibir el consejo de quien sabe, intentarlo de nuevo, es decir, ser proactivo. La
memoria y el aprendizaje van íntimamente ligados a las emociones. Y no parece muy
emocionante ni impactante saber que durante un curso (o una carrera) tu papel es el de
sentarte en un aula a escuchar y tomar apuntes. Si cada vez las personas van a tener más
autonomía y más poder de decisión, habrá que prepararles para ello y no tan sólo para aplicar
las reglas como si fuesen robots.
Qué enseñamos
Según lo que las propias empresas solicitan, éste sería el retrato robot del perfil del
universitario recién licenciado que necesitan (no es exhaustivo, ni mucho menos):
• Capacidad de escribir y redactar correctamente y de forma estructurada.
• Capacidad de hablar en público y de hacer presentaciones verbales y escritas.
• Capacidad de análisis.
• Razonamiento y resolución de problemas. Negociación.
• Trabajo en equipo.
• Espíritu emprendedor.
• Creatividad e innovación.
• Comunicación.
• Inteligencia emocional.
• Capacidad para aprender y desaprender.
Por desgracia, esto no es lo que se aprende en la universidad (ni casi en ninguna parte; lo
aprendemos trabajando y practicando). La universidad fabrica académicos, profesores de
primero de carrera, pero no profesionales. Entre otras muchas cosas porque quienes suelen
impartir las clases tampoco son profesionales, sino académicos. Es casi aquello de cómo me
va a dar un sacerdote lecciones sobre el matrimonio (a no ser que considerásemos que
estuviese casado con Dios). Esto es tan evidente que las empresas están creando sus propias
universidades corporativas para tratar de corregir este problema. Existen ya varios cientos de
universidades corporativas censadas en Estados Unidos, un fenómeno que comienza a
extenderse en nuestro país. Lo malo es que luego reproducen, con los mismos errores, el
mismo modelo de formación que las otras universidades.
Todas aquellas habilidades por las que realmente somos valorados para acceder a un trabajo
prácticamente no aparecen por ningún sitio en la universidad. Recibimos clases de latín, de
álgebra, de trigonometría y de muchas cosas más que jamás utilizamos ni recordamos, y sin
embargo nunca aprendemos sobre salud y nutrición o a convivir con una pareja durante
muchos años.
En Estados Unidos existen algunas iniciativas donde las propias empresas preparan esos
retratos robot que recogen las capacidades básicas que necesitan para sus nuevos empleados
y se negocia con algunas universidades para empezar a crear currículos universitarios
adaptados a estas necesidades.
Aspectos clave para diseñar contenidos de e-learning
Vamos a tomar como base el ejemplo que nos ha servido de guía hasta este momento, que es
el de aprender a conducir.
Aprender haciendo
Parece obvio pensar que aprender a conducir es una actividad de "hacer". El aprendizaje se
desdobla en dos partes: teórica y práctica. La verdad es que no tiene mucho sentido hacerlo
por separado porque cuando conducimos empleamos ambas facetas al mismo tiempo. Por
tanto, lo ideal sería aprender la teoría mientras practicamos, ya que es cuando mejor
estableceremos la conexión entre la teoría y su aplicación en la vida real. Dando por hecho que
es imprescindible conocer las señales y las normas básicas de circulación, la parte clave es el
aspecto práctico, manejarnos con el vehículo. Es decir, lo que vamos a hacer durante nuestra
vida va a ser conducir un coche en multitud de situaciones. Nadie entendería que para
aprender a conducir solo hiciésemos un examen teórico. Sin embargo, en la mayor parte de los
casos en que las empresas o las instituciones educativas tratan de enseñar algo a los alumnos,
casi nunca los alumnos tienen la oportunidad de practicar, de "hacer" eso que les queremos
enseñar. Los cursos de Ventas, Inteligencia emocional, Atención al cliente, Gestión de
proyectos, Dirección de reuniones y cualquier ejemplo que queramos exponer describen
situaciones, hablan de principios, teorías, definiciones, pero no ponen al alumno en situación
de vender, de empatizar con el cliente o de atenderle. El alumno NUNCA vende a los clientes ni
les atiende. Increíble pero cierto, máxime cuando la actividad de los alumnos al finalizar el
curso será precisamente ésa. No obligan a pensar, a tomar decisiones, a equivocarse, a
reaccionar. Se trata de razonamiento superfluo, superficial. Hagamos esta reflexión: ¿Cuánto
tiempo pasa el alumno activamente, haciendo cosas durante el curso? ¿Y cuánto tiempo pasa
pasivamente leyendo, escuchando, mirando?
Los expertos: historias, casos y ejemplos
Las personas pensamos con palabras y nos comunicamos básicamente hablando. Nuestra vida
es una historia y cuando describimos situaciones, lo solemos hacer en forma de cuentos e
historias y nos apoyamos en ejemplos para hacernos comprender mejor. Desde el principio de
los tiempos, la tradición oral ha tenido una importancia capital y, por tanto, ha incorporado en
sus relatos una enorme cantidad de información y conocimiento.
Una figura clave a la hora de diseñar cualquier contenido son los expertos, aquellas personas,
dentro o fuera de la organización, que han conseguido dominar su área de actividad hasta ser
reconocidos como los mejores. Debemos ser capaces de trabajar con ellos para entender cuál
es el proceso que siguen, dónde se cometen los errores más habituales, cuál es la mejor
manera de resolverlos, etc., y construir contenidos para que el resto de empleados puedan
"vivir" esas mismas experiencias. Pero, sobre todo, que en los momentos en los que los
alumnos necesiten ayuda para avanzar, puedan tener a su alcance a esos expertos, grabados
en vídeo, en línea, para consultarles. No podemos desaprovechar oportunidades de aprender y
por ello los expertos deben estar siempre disponibles. Mi padre era ese experto cuando tenía
problemas para aparcar o cuando el coche salía dando tirones al arrancar y meter primera.
Obviamente, el valor de la tecnología es el de proporcionarnos al alcance de la mano a todos
esos expertos a los que posiblemente nunca podamos conocer. Hace cientos de años, la
educación estaba reservada para unas elites. Sólo algunos tenían acceso a ella. Esos
privilegiados tenían sus tutores particulares que les educaban en un entorno 1 to 1 en todo tipo
de materias. La democracia trajo consigo la universalización de la educación y pasamos a un
entorno de aprendizaje masificado 1 to X. En lugar de 1 profesor y 30, 50, 100 alumnos, la
tecnología nos permite pasar a la situación contraria: 10 profesores para 1 alumno. ¿Hay quien
dé más?
Disponer de la información relevante en el momento en que se necesita
Está muy relacionado con el aspecto de la motivación. Si no voy a utilizar lo que estoy
aprendiendo hasta dentro de 10 meses, difícilmente lo voy a tener muy en cuenta. Cuanto más
se aproxime el entorno de aprendizaje a la realidad en la que queremos que el alumno
desempeñe el trabajo, tanto más efectivo será. Y cuanto más cercano sea a sus intereses, más
fácil será que aprenda y quiera saber más. Además, en la era de Internet lo lógico es que la
gente aprenda cuando lo necesite y no cuando conviene realizar el curso o las aulas están
libres o a los expertos les va bien.
Motivación
La motivación y la curiosidad son la energía para el aprendizaje. No hay nada que pueda
superar la fuerza de una persona que está encandilada por un tema en particular. Cuántos
compañeros hemos tenido en la escuela que sacaban malísimas notas pero que lo sabían todo
sobre deportes. Todos tenemos un enorme caudal de energía y creatividad del que
desconocemos sus límites y que se desaprovecha porque nuestro sistema educativo y laboral
lo reprime. Si alguna vez habéis visto cuántas personas hacen falta para reducir a un demente
lo comprenderéis. El reto consiste en transformar a los alumnos de asistentes en participantes.
Como indicaba al comienzo, de nada habría servido que alguien hubiese tratado de enseñarme
a conducir cuando tenía doce años. El alumno debe perseguir sus propios objetivos y sólo
aprendemos cuando nos hacemos una pregunta y vamos a buscar la respuesta, y no cuando la
respuesta nos viene sin que la hayamos pedido. Tenemos una magnífica oportunidad para
ofrecer a los empleados instrumentos y herramientas para hacer mejor su trabajo. Y la mayoría
de personas agradecen esa posibilidad, a nadie le gusta la sensación de inseguridad y el temor
a no hacerlo bien.
Los errores
Es muy importante practicar, pero sobre todo es importante cometer errores. ¿Por qué? Porque
cuando cometemos un error, se pone en marcha un mecanismo automático que busca la
manera de resolver el problema, o bien por mí mismo o bien pidiendo ayuda a alguien. Y es en
ese momento en el que estamos preparados para encontrar una solución o escuchar a alguien
que nos ayude a encontrarla. Ese momento de aprendizaje es la clave y sólo se desata cuando
las cosas no suceden como preveíamos. Por eso, la práctica perfecciona el aprendizaje y la
reflexión lleva al aprendizaje profundo. El mejor ejemplo de ello son los niños: no saben que
aprenden, no son conscientes y tienen objetivos (hablar para comunicarse, andar para explorar
sitios, etc). Son auténticas máquinas de aprender: ¿alguien ha visto a un niño deprimido por
sus errores o que haya decidido dejar de intentar aprender a andar? Están motivados y
aprenden a base de cometer errores que los padres siempre entienden como imprescindibles.
El ordenador nos permite practicar tantas veces como sea necesario. Los ordenadores tienen
una paciencia infinita con nosotros y, sobre todo, nuestros errores no tienen consecuencias
porque constituyen entornos seguros de aprendizaje. Y mientras en la vida real las personas
cometen errores accidentalmente, en el mundo virtual podemos provocar que los cometan. Y
ésta es una ventaja de la que podemos sacar un provecho incomparable, y, si no, pensemos
en los simuladores de vuelo. También permiten reproducir escenarios costosos o peligrosos
con relativa comodidad.
El estudiante decide su propio ritmo y controla su proceso
Parece indiscutible que, si estamos viviendo la era del 1 to 1, resulte difícil entender que los
alumnos tengan que estar el mismo día, en un mismo sitio, a la misma hora, en la misma
página. Y que si un profesor explica algo, mientras un alumno se queda pensando en ello,
aquél continúa avanzando. Las personas, aunque aprendemos todas igual (haciendo), tenemos
diferentes estilos. Unos prefieren pasar directamente a la acción, otros prefieren investigar,
otros solicitar consejo, otros ver cómo lo hace un experto. Por eso un buen contenido deberá
tener en cuenta que hay que proporcionar diferentes vías para que todos esos estilos estén
representados y el alumno pueda escoger su propio camino. Además, no todos tenemos la
misma capacidad para aprender, unos van más rápido que otros. Poseemos cinco sentidos y
cuantos más de ellos impliquemos, más le facilitaremos la labor. Por tanto, el e-learning
consiste también en dar al alumno la libertad para avanzar cuando y como quiera.
El resultado de la tarea es el examen
¿Tiene mucha importancia el hecho de que aprobase el examen teórico o lo que realmente
cuenta es que sepa conducir? Tenemos una tendencia difícilmente controlable de medir el
conocimiento sobre la base de exámenes y tests. Posiblemente porque resulta mucho más fácil
que tratar de medir el desempeño. Pero la vida es mucho más que verdadero o falso. Tratemos
de medir tareas reales y no lo simplifiquemos por muy cómodo que nos resulte. Si quiero
enseñar a alguien a ir en bici y al día siguiente viene yendo en bici, no me preocupa demasiado
que sepa responder cuántos radios tiene la rueda o dónde está el freno delantero.
Entretener
El aprendizaje debe ser divertido. Pensar puede ser divertido y aprender también. Aunque la
tradición nos asocia la educación con entornos serios (todos con uniforme, en silencio o nos
castigaban), la realidad es que los seres humanos nos implicamos con aquello que nos divierte,
que nos entretiene. Lo llevamos en la sangre desde niños. Nos gusta jugar, nos gusta disfrutar
y si ponemos un poco de creatividad, veremos que no es tan complicado aquello de "proponer
una experiencia agradable de aprendizaje". Es más, va a resultar imprescindible. Vivimos en
una sociedad de estímulos constantes, de ocio, cine, televisión, videojuegos y los alumnos no
van a entender ni aceptar contenidos aburridos, planos. Van a querer aprender y pasárselo
bien mientras aprenden. Pero por muy maravilloso que sea el clima, por muy gratificante que
sea la experiencia, si no está conectada directamente con lo que cada individuo afronta en el
día a día de su trabajo, no lograremos que sea efectivo para el fin que se le supone: que sean
capaces de hacer mejor sus tareas.
Las emociones
Los seres humanos recordamos las experiencias que nos han dejado huella en nuestra vida.
La primera novia, un accidente, el fallecimiento de un familiar, el 11 de septiembre. Como
decíamos, memoria y emoción van íntimamente ligadas. Cuando vamos al cine, no sólo lo
hacemos porque nos divertimos, sino porque nos hace soñar, emocionarnos, a veces
reflexionar, vivir historias, identificarnos con personajes, odiarlos, defenderlos, llorar, reír. Y sin
embargo sabemos que es sólo una película. Si somos capaces de provocar ese tipo de
reacciones en un alumno, reforzaremos enormemente el aprendizaje. Debemos esforzarnos
por provocar situaciones memorables, intensas, perdurables, donde el alumno se olvide de que
está en una simulación virtual y viva las sensaciones que vive en la vida real. Y se puede
hacer, ya lo creo que se puede.
El aprendizaje es individual
Aunque las personas vivimos, aprendemos y trabajamos en grupo, el aprendizaje real es
individual. Lo que yo sé HACER, me lo llevo conmigo allá donde vaya. Los grupos fomentan la
relación social y refuerzan el aprendizaje, pero el proceso es individual. El e-learning permite
las diferencias entre personas. Aprendo de otros y con otros, pero aprendo YO. O YO sé
conducir o no lo sé. Por eso el rol del profesor será primero aprender a enseñar para luego
enseñar a aprender (y no tanto ser el mejor experto en su materia), y el del alumno, cada vez
más aprender a aprender.
¿Por qué el e-learning está fracasando?
Porque hay cosas que hoy en día los ordenadores no pueden reproducir como el mundo real.
Para aprender a hablar en público, no hay más remedio que hablar en público. Porque la
manera en que aprenden las personas no tiene nada que ver con la forma en que tratamos de
enseñarles. Estudiar no tiene sentido, aprender sí que lo tiene. No es natural pasarse horas
sentado leyendo o escuchando cuando nos pasamos el día haciendo cosas, activos, en
continuo movimiento. Y porque parte de los responsables de e-learning en las empresas son
los antiguos responsables de formación y estamos en una situación que se asemejaría a poner
en manos de Correos y Telégrafos el hacerse cargo del correo electrónico.
Errores más habituales al diseñar contenidos:
• Digitalizar los contenidos en papel actuales. Por el mero hecho de poner
información o contenidos en un web no significa que se vayan a aprender. Internet
es una gran biblioteca, pero eso no equivale a pensar que hemos reunido todo el
conocimiento de la Tierra en una sola y gigante base de datos. Si seguimos
subiendo a la Red los mismos manuales que utilizamos en las aulas, sólo estamos
empeorando el modelo por mucho que lo queramos disfrazar con foros, tutores y
herramientas colaborativas.
• Creer que escuchar, leer y memorizar es aprender.
• Creer que escoger una respuesta equivale a practicar.
• Creer que escoger la respuesta correcta es un buen examen de aptitud.
• Dar la respuesta correcta cuando te equivocas.
• Creer que describir una situación sustituye el hecho de estar en esa situación y
vivirla.
• Olvidar que aprender y divertirse no son conceptos opuestos.
Tú PRACTICAS, y cuando tengas PROBLEMAS te ayudamos. Para esto es para lo que nos
sirven las tecnologías. El 1 a 1 del e-learning cambia el modelo: los ordenadores no se aburren,
eliminan el miedo al fracaso y al ridículo, permiten experimentar, simular situaciones reales y
diferentes estilos de aprendizaje. El proceso para el alumno es el siguiente:
1. Se sitúa en un escenario: situación real (física o virtual).
2. Le planteamos unos objetivos realistas que debe alcanzar.
3. Se empieza a hacer preguntas para lograr alcanzar los objetivos y le surgen dudas.
4. Aquí entramos ofreciendo ayuda: expertos, historias, teoría, etc.
Ahora háganse esta pregunta: ¿Cuántos cursos conocen donde se conjuguen todos estos
elementos? ¿Cuándo han visto un curso tan bien diseñado que les entrasen unas ganas
irresistibles de hacerlo? Además, los profesionales no necesitan cursos, lo que necesitan son
soluciones a problemas.
Llamar e-learning a lo que se hace a día de hoy me parece un poco atrevido. Hay nombres
más adecuados como e-reading o e-training. Existen contadísimas personas que puedan ser
consideradas expertas en este campo, que hace muy pocos años era un completo
desconocido. Conocemos muy pocas experiencias de éxito y, en cambio, existe bastante
confusión. Un buen profesional no es sinónimo de buen formador. Y un buen formador
presencial tampoco es sinónimo de buen formador en línea.
Les brindo la ocasión de que hagan el siguiente experimento: acudan a cualquiera de los
múltiples seminarios, conferencias, jornadas sobre e-learning (los hay por docenas) y fíjense en
ver si son capaces de encontrar en alguna de ellas algún ejemplo real de algún curso real
hecho para algún cliente real que de verdad les impacte, les resulte una experiencia
interesante sobre cómo aplicar las tecnologías para que las personas aprendan mejor.
Créanme, les van a sobrar dedos de una mano. ¿Por qué? Muy sencillo, porque jamás se mira
el mundo a través de los ojos del alumno y porque todavía no tenemos experiencia en este
campo. No podemos construir cursos para e-learning sin antes comprender cómo aprenden las
personas y sin entender que estamos hablando de un medio nuevo como es Internet. Estamos
empleando las nuevas tecnologías (Internet) con la mentalidad antigua (editorial), lo que es en
cierta manera natural. Los comienzos del cine tienen muchas similitudes con esta situación.
Las primeras películas de los hermanos Lumière trataban de filmar obras de teatro o escenas
de la vida real, como Obreros a la salida de una fábrica. Tuvieron que pasar algunos años
hasta que el cine desarrollase su propio lenguaje (guiones, exteriores, sonido, efectos
especiales, montaje) para llegar a ser lo que hoy conocemos. Así que tenemos que ser
conscientes de que, por regla general, nos encontramos en la primera generación de
contenidos de e-learning, que siguen un esquema similar al de un libro de texto aunque
aprovechando las mejoras que permite la digitalización, como la incorporación de la imagen, la
animación, el sonido y la capacidad de poner ejercicios en línea al alumno. Estos contenidos
son lineales y secuenciales y utilizan el examen como herramienta de evaluación.
Sin embargo, si hablamos de contenidos a día de hoy, seguimos hablando del hermano pobre
del e-learning. La mayor parte de las inversiones económicas se están realizando en tecnología
(LMS, comunicaciones, hardware), que no deja de ser un medio y nunca un fin (condición
necesaria, sí, pero no suficiente). Esto nos conduce a poner un énfasis desmedido en la
distribución y, por tanto, en el ahorro de costes sin preocuparse apenas por la calidad. Como
resultado, las primeras experiencias de los alumnos con un curso vía e-learning resultan
aburridas y decepcionantes, lo que genera una importante tasa de abandonos. No perdamos
de vista que las tecnologías que empleamos para el aprendizaje son el soporte, el vehículo que
nos permite un acceso más rápido, más sencillo, más completo. Pero la clave está en los
contenidos. La tecnología es respecto a los contenidos lo que el envoltorio respecto al
caramelo. Ambos son imprescindibles, pero lo que nuestros alumnos necesitan son los
contenidos, el motivo por el que los formamos no es la tecnología, lo que van a emplear para
trabajar son los contenidos. El aprendizaje dejará de ser un anexo, un paréntesis en el trabajo
para integrarse y formar parte como un elemento más.
Hace tiempo leí estas dos asombrosas estadísticas:
• Sólo del 10% al 20% de lo aprendido se transfiere al puesto de trabajo.
• A partir del año 2002, por cada euro que se gaste en tecnología, se gastarán cinco
en contenidos.
La clave del e-learning radica en que es la ÚNICA manera de proporcionar información y
conocimientos actualizados a los trabajadores (las armas clave para competir) en un entorno
donde es el rápido quien vence al lento y no el grande al pequeño. Los métodos tradicionales
de formación simplemente no van a poder mantener el ritmo. Todo esto es especialmente cierto
en grandes organizaciones con alto número de personas que hay que formar y amplia variedad
de productos y servicios. Por tanto, las empresas no quieren el e-learning, necesitan el
e-learning. Y tenemos que empezar a pensar en los contenidos de segunda generación.
Aquellos que están concebidos para que el alumno aprenda algo mediante la práctica de ese
algo, que se basan en la idea del simulador, que son totalmente activos, en los cuales no hay
teoría y la evaluación se realiza en la medida en que el alumno es capaz de completar una
tarea.
Para finalizar, parece una obviedad hacer hincapié en que nos hallamos ante una magnifica
oportunidad. El mercado de la educación va a ser uno de los más importantes en los próximos
años (ya es el segundo en la economía estadounidense). Las empresas saben que la única
ventaja competitiva sostenible es lo que saben hacer sus empleados. Y las personas son
conscientes de que aprender es ya crucial para desarrollar su carrera profesional. La demanda
no cesa de crecer continuamente.
Como he venido sosteniendo, no hay nada mejor que el aprendiz que aprende junto al maestro
y tiene la oportunidad de mirar por encima de su hombro para ver cómo hace las cosas y recibir
su consejo cada vez que comete un error. Y esto, que hasta hace poco tiempo resultaba
prohibitivo, la tecnología ya nos lo permite, de manera que las personas pueden aprender de
forma natural, como siempre lo han hecho. No desaprovechemos la ocasión. Hoy, cuando los
alumnos se asoman a un campus virtual, o bien encuentran muy pocos contenidos o bien los
que hay no les ilusionan. Como cuando vamos al cine con ánimo de disfrutar un rato, una
buena película nos engancha, una mala nos aburre.
Pero mañana las cosas no serán así. La calidad de los contenidos será la clave por la que las
personas se decantarán por una u otra oferta. La tecnología será transparente (al igual que lo
es hoy en el caso del cine y la televisión). Y quienes empiecen a diseñar y construir contenidos
teniendo en cuenta estos y otros aspectos tendrán más posibilidades de triunfar en esta aún
incipiente industria del e-learning.
Ésta es la pregunta que nos deberíamos hacer siempre que vayamos a diseñar contenidos:
¿cómo podemos convertir una experiencia de recepción pasiva de información en una
experiencia activa de construcción de conocimiento? Los contenidos reinarán y aunque todavía
están sin corona no será por mucho tiempo.
Enlaces relacionados:
ß Página sobre el profesor Seymour Papert:
http://papert.org/
ß CognitiveArts:
http://www.cognitivearts.com
[Fecha de publicación: febrero de 2003]
Contenidos en e-learning: el rey sin corona (por ahora)
http://www.uoc.edu/web/esp/art/uoc/20126/20126.html
ã Javier Martínez Aldanondo, 2003
ã de esta edición: FUOC, 2003
¡Necesitas ser un miembro de RedDOLAC - Red de Docentes de América Latina y del Caribe - para añadir comentarios!
Participar en RedDOLAC - Red de Docentes de América Latina y del Caribe -