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Eco teología, descubriendo la presencia del Creador en su creación

Extracto del Cántico de las Criaturas …. (san Fco. de Asís)

3Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.

4Y él es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.

5Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.

6Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.

7Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.

8Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual alumbras la noche,
y él es bello y alegre y robusto y fuerte.

9Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.

Introducción:

Una de las formas en que Francisco se aproxima a Dios fue el camino hacia la exterioridad, la contemplación del mundo, de la belleza inherente a cada ente de la realidad.

El camino hacia Dios se puede desplegar desde la contemplación del mundo, por que el mundo -desde la perspectiva Cristiana - (franciscana)- no es un espacio neutro, una masa homogénea de objetos, una yuxtaposición caótica de cosas, sino que el mundo es creatio Dei y quien se deja interpelar por la belleza de la creación se acerca al Dios infinito y creador que se manifiesta a través de ella de una manera analógica.

“Dios es el teólogo originario, Su teología simbólica es la creación entera” .

Desde la perspectiva Cristiana (franciscana), el mundo no es Dios, pero Dios se hace presente en el mundo a través de su obra. La obra habla del creador, aunque no es el creador.

En el franciscanismo (cristianismo) no hay una concepción panteísta del mundo, por que Dios no se identifica con la naturaleza, pro ésta no es un obstáculo para aproximarse a Dios, sino una realidad que manifiesta a Dios

Francisco tiene una visión transparente de la naturaleza, sabe ver en ella lo que hay de invisible, inefable y misterioso.

Buscar a Dios en tiempos de incertidumbre exige una pedagogía de la interioridad humana pero también de la exterioridad.

La dimensión contemplativa de los hombres y mujeres de hoy está muy ligada a la exterioridad-realidad- bella, armónica y unitaria, como un gran campo de explotación instrumental.

Buscar a Dios en tiempos de incertidumbre es aprender a descifrar el sentido de la creación, iniciar otra forma de visión de la realidad.

La contemplación exige la superación de la dualidad sujeto-objeto. El contemplativo se siente muy unido a la realidad que contempla hasta el punto de que las fronteras de su yo se deshacen y llega a fusionarse con el objeto contemplado. En la experiencia mística, las fronteras del yo se disuelven. El místico vive totalmente unido a la realidad-otra que, como tal deja de ser otra para comprenderse como propia. San Francisco lo expresa, en sus oraciones y cánticos.

Buscar a Dios en tiempos de incertidumbre implica a ver y a sentir el ser natural de otra manera. Dios es el teólogo originario, se ha manifestado a través de la Palabra, pero la creación es la primera manifestación de Dios, la protorrevelación.

Ecología: planteamiento de la cuestión

1. La ecología supone una visión del mundo

La cuestión de la ecología es más que una cuestión puramente técnica (cómo garantizar la «biosfera» y la naturaleza en general) y más que una cuestión sólo social (de modelo económico y político).

Es también eso, pero más al fondo es una cuestión cultural, o sea, de concepción del mundo y de manera de comportarse frente a las cosas. Se trata, concretamente, de una «cultura de la vida» (como se ve, en nuestras culturas indígenas, en el hinduismo -, en Francisco de Asís, etc.).

Ecología supone, pues, una filosofía de vida verdaderamente ontológica, especialmente una sensibilidad biófila, afirmativa de la vida en todas sus dimensiones. Es la superación del racionalismo occidental, cuyo término final es el nihilismo, como desamor a la vida y al sentido de vivir (Nietzsche).

Entendida así, la cuestión ecológica se abre a la ética (justicia ecológica: «todo lo que vive merece vivir») y a la religión (la espiritualidad con dimensión ecológica), con formas de «culto de la vida». Tal vez incluso sólo en un horizonte religioso se puede dar radicalmente cuenta de la cuestión de la vida en cuanto implica la cuestión de la muerte (la muerte, que forma parte de la vida y no es su opuesto).

Pero sería exagerado tomar el ecologismo como una nueva religión (vitalista, naturalista, de tipo neo-panteísta), que pusiese en el centro la realidad de la naturaleza o de la vida (ecocentrismo).

2. El principio antrópico[1] en la ecología

El «descentramiento antropológico» desbanca sin duda el antropocentrismo de dominación, por el que el ser humano aparece en el mundo como déspota, «señor y dueño de la naturaleza» (Descartes). Pero es posible concebir un nuevo antropocentrismo, de comunión, según Gn. 2, en el que el hombre emerge como administrador responsable del mundo y, por eso, servidor de la vida.

No todos los seres vivientes son equivalentes. Existe una jerarquía de vida. La «vida del espíritu» representa la «flecha de la evolución» (Teilhard de Chardin). Pero, ¿no valdría aquí también la máxima evangélica «mayor es aquel que sirve»? ¿El ser humano sirve a la vida o se sirve de la vida? Tal vez valgan las dos cosas.

3. La ecología está implicada en el sistema social

Plantear la cuestión de la ecología sin ver su contexto social es quedarse en el ambientalismo o conservacionismo. Es necesario plantear la cuestión del sistema social, y particularmente del «control de los medios de producción» (que pueden ser también los grandes «medios de destrucción» ecológica). Hay pues una necesaria «ecología social» y una indispensable consideración económica (infraestructural) de la ecología. Ese es un punto que frecuentemente se deja en la sombra. Sin embargo, son los dueños de los grandes medios de producción los que son potencialmente los mayores agentes de contaminación.

Por su «lógica sistémica», el capitalismo concretamente es un modo de producción depredador (de la naturaleza humana y de la naturaleza cosmológica). La ecología cuestiona necesariamente ese sistema socioeconómico. Una política de tipo «ecocapitalista» no es capaz de resolver la cuestión ecológica (desde el punto de vista de las estructuras sociales). Eso no significa que no se puedan o incluso se deban apoyar estratégicamente medid as particulares de un estado capitalista (sobre la deforestación, leyes contra la polución, etc.).

Solamente en un sistema social de «economía democratizada» se puede resolver, en cuanto a estructuras sociales, la cuestión de la ecología. Decimos que «se puede», pero no necesariamente, pues ahí se necesita alto más que una economía social democratizada: se necesita una «cultura de la vida»; La ecología, en efecto, tiene una dimensión social, sí, pero va más allá.

4. Ecología a partir de las mayorías pobres

El enfoque correcto para tratar de la cuestión social de la ecología es a partir de los pobres, pues, es en ellos donde la vida, en su expresión más alta (humana, moral y espiritual), se encuentra más amenazada. Más que seres contaminantes, los pobres son las víctimas del desastre ecológico, porque tienen menos medios de defenderse.

Este criterio es importante dentro de la «jerarquía de la vida», pues permite hacer la crítica al ecologismo romántico, que lucha por defender mariposas y árboles, dejando de lado la inmensa mayoría de los pobres (cosa que ocurre frecuentemente en los círculos liberales y capitalistas).

Eso no dispensa a los pobres de la necesaria educación para la ecología, tanto desde el punto de vista de la sensibilidad cultural como de las técnicas ambientalmente sanas. Por el hecho de que son las mayores víctimas de la destrucción ecológica, tal vez los pobres puedan llegar a ser incluso los protagonistas en este campo.

La Eco teología: descubrimiento del ethos que busca a Dios[2]

El ethos[3] que integra

La ética es del orden de la práctica y no de la teoría. Por eso son importantes las figuras ejemplares que vivieron biográficamente el ethos humano. Para nosotros en Occidente la figura de mayor transparencia es Francisco de Asís,. No orientó su vida por el modelo imperial de Iglesia vigente, sino por la experiencia evangélica, rescatando el vigor del paleocristianismo, el cristianismo de los orígenes. En él se integran las distintas vertientes éticas

En él descubrimos el ethos que busca. De familia rica, buscó con extrema intensidad primero ser héroe de caballería, después monje benedictino, finalmente penitente. Insatisfecho, escoge la “vía de la simplicidad”, pues Dios me reveló que fuese “un nuevo loco en el mundo”. Es loco frente a los sistemas que abandona, pero no de cara a lo nuevo que inaugura. Se hace, según su primer biógrafo, Tomás de Celano, “un hombre de un nuevo siglo”.

Es un representante singular del ethos que ama. Salía por los bosques a llorar hasta hinchársele los ojos: “el Amor no es amado, el Amor no es amado”. Rescató el amor telúrico a la Tierra, a cada ser de la creación, a la mujer amada, Clara. Su lema es “Deus meus et omnia” “mi Dios y todas las cosas”. Dios no quiere que le amemos solo a Él sino a todos.

Vivió ejemplarmente el ethos que cuida. Cuidaba de las abejas en invierno para que no muriesen de hambre, cuidaba de liberar a los pajarillos de las jaulas, pedía a sus compañeros que cuidasen de las malezas en un rincón del jardín, pues también ellas a su modo alaban a Dios.

Es un arquetipo del ethos que se compadece. Fue a vivir entre los enfermos del mal de Hansen, los besaba y les daba de comer en la boca, repartía todo con los pobres, hasta la ropa que llevaba puesta y se compadecía de sus propios dolores, tratándolos de hermanos, y a la muerte, de hermana muerte.

Dio testimonio del ethos que se solidariza. Es paupérrimo, pero quiere que se dé todo al hermano enfermo, rompe el ayuno riguroso para ser solidario con el compañero que grita de noche “muero de hambre”; en la cruzada se solidariza con los “hermanos mahometanos” y va al encuentro del sultán, rezando con él.

Por fin mostró, de manera concreta, el ethos que se responsabiliza. Ante las guerras entre burgos instaura la “legatio pacis” o movimiento por la paz, reconciliando las partes. Prohíbe a los compañeros usar armas, dinero y títulos, fuentes de conflictos. Renuncia a todas las funciones, continuando lego, para quedar junto al pueblo y los pobres. Quiere una fraternidad sociocósmica a partir de los últimos.

El ethos franciscano integra todo. Confraterniza con todo y hace de este mundo la morada bienhechora del ser humano (ethos). La expresión suprema de este ethos se encuentra en el admirable “Cántico al Hermano Sol”. En él no tratamos solamente con un discurso poético-religioso sobre las cosas. Ellas sirven de vestimenta a un discurso más profundo, el del Inconsciente que llegó a su Centro, al Misterio interior, de ternura, que integra todas las cosas.

La ética se transfigura entonces en mística, experiencia profunda del Ser. Así como una estrella no brilla sin aura, tampoco una ética adquiere vigencia sin una visión mística y encantada del mundo, donde la Tierra y el Cielo y todos los elementos que surgen del matrimonio entre ellos se transforman en valor, en señal de un mundo de bondad.

El ethos que se compadece

El ethos, para ser plenamente humano, necesita incorporar la compasión. Hay mucho sufrimiento en la historia, demasiada sangre en nuestros caminos e interminable soledad de millones y millones de personas, cargando solas, en su corazón, la cruz de la injusticia, de la incomprensión y de la amargura. Tal es la condición humana de seres que son la convergencia de las contradicciones. El ethos que se compadece quiere incluir a todos esos en el \"ethos\" humano, es decir, en la casa humana, donde hay acogida y donde las lágrimas pueden ser lloradas sin vergüenza o ser enjugadas cariñosamente.

Pero primero necesitamos hacer una terapia del lenguaje, pues compasión tiene en la comprensión común connotaciones peyorativas. Tener compasión significa apiadarse del otro por considerarlo desamparado, sin fuerza interior para erguirse. Supone la actitud de alguien que mira de arriba abajo, humillándolo.

En el cristianismo de los primeros tiempos, sin embargo, com-pasión era sinónimo de misericordia, esa actitud generosa que quiere compartir la pasión con el otro y no dejarlo solo con su dolor.

En el budismo la compasión es considerada la virtud personal de Buda. Por eso es central y está ligada a la pregunta que dio origen al budismo como camino espiritual: \"¿cuál es el mejor medio para liberarnos del sufrimiento?” La respuesta de Buda fue: \"por la com-pasión, por la infinita com-pasión\". El Dalai Lama, actualiza esa respuesta ancestral así: \"ayuda a los otros siempre que puedas y si no puedes, jamás los perjudiques\".

Dos virtudes realizan la compasión: el desapego y el cuidado. Por el desapego renunciamos a poseer las cosas y las respetamos en su alteridad. Por el cuidado velamos por su bienestar y las socorremos en su sufrimiento.

La compasión tal vez sea la mayor contribución ética y espiritual que Oriente ha dado a la cultura mundial. Lo que hace penoso el sufrimiento no es tanto el sufrimiento mismo, sino estar solo en el sufrimiento. El cristianismo convocan a establecer una comunión en el sufrimiento para que nadie quede solo y desamparado en su dolor.

Como el amor y el cuidado, la compasión tiene un campo de realización ilimitado. No se restringe solamente a los seres humanos, sino a todos los seres vivos y al cosmos. El ideal cristiano de la compasión nos enseña cómo relacionarnos adecuadamente con la comunidad de vida: primero respetar su alteridad, después convivir con ella, cuidar de ella y en especial regenerar a los seres que sufren o están bajo amenaza de extinción. Y sólo entonces beneficiarnos de sus dones, en la justa medida y con responsabilidad, en función de aquello que necesitamos para vivir de forma suficiente y decente.

El ‘ethos’ que se solidariza

Vivimos tiempos de gran barbarie porque es extremamente escasa la solidaridad entre los humanos. 1.400 millones de personas viven con menos de un dólar al día, dos tercios de los cuales conforman la humanidad futura: niños y jóvenes menores de 15 años, condenados a consumir 200 veces menos energía y materias primas que sus hermanos y hermanas norteamericanos. Pero ¿quién piensa en ellos? Los países opulentos no tienen el mínimo sentido de solidaridad, pues destinan menos del 1% de su riqueza interna bruta a combatir este flagelo. Para enfrentarlo, más que una revolución política se hace urgente una revolución ética, es decir, despertar un sentimiento profundo de hermandad y de familiaridad que haga intolerable tal deshumanización e impida a los voraces dinosaurios del consumismo continuar con su vandalismo individualista. Necesitamos, pues, de un ethos que se solidarice con todos estos caídos del camino.

La solidaridad está inscrita, objetivamente, en el código de todos los seres, pues todos somos interdependientes unos de otros. Coexistimos en el mismo cosmos y en la misma naturaleza con un origen y un destino comunes. Cosmólogos y físicos cuánticos nos aseguran que la ley suprema del universo es la de la solidaridad y la cooperación de todos con todos. La misma ley de la selección natural de Darwin, formulada a partir de los organismos vivos, debe ser pensada al interior de esta ley mayor. Además los seres luchan no sólo para sobrevivir, sino para realizar virtualidades presentes en su ser. A nivel humano, en vez de la selección natural, debemos proponer el cuidado y el amor. Así todos pueden ser incluidos, también los más débiles, y se evita que sean eliminados en nombre de los intereses de grupos que se imponen por la fuerza o de un tipo de cultura que se autoafirma rebajando a las demás.

La solidaridad se encuentra en la raíz del proceso de hominización. Cuando nuestros antepasados homínidos salían a buscar alimento, no lo consumían de manera individual, lo traían al grupo para repartirlo solidariamente. La solidaridad permitió el salto de la animalidad a la humanidad y la creación de la socialidad, que se expresa por el lenguaje. Todos debemos nuestra existencia al gesto solidario de nuestras madres que nos acogieron en la vida y en la familia.

Estos datos objetivos deben ser asumidos subjetivamente, como proyecto de la libertad que opta por la solidaridad como contenido de las relaciones sociales. La solidaridad política será el eje articulador de la geosociedad mundial o no habrá futuro para nadie. Solidaridad a ser construida a partir de abajo, de las víctimas de los procesos sociales. El imperativo suena así: «solidarízate con todos los seres, tus compañeros y compañeras de aventura planetaria, especialmente con los más perjudicados, para que todos puedan ser incluidos en tu cuidado». También es importante alimentar la solidaridad con las generaciones futuras, pues también ellas tienen derecho a una Tierra habitable.

Nuestra misión es cuidar de los seres, ser los guardianes del patrimonio natural y cultural común, haciendo que la biosfera siga siendo un bien de toda vida y no sólo nuestro. Gracias al ethos que se responsabiliza, veneramos cada ser y cada forma de vida.

El "ethos" que se responsabiliza

Los límites de la Tierra para soportar la voracidad del crecimiento mundial y el consumismo que le acompaña, se encuentran en una fase de agotamiento rápido. Para imprimirle un cambio significativo no bastan los llamados de los organismos mundiales que estudian el estado de la Tierra ni las directrices gubernamentales. Es urgente una verdadera revolución molecular a partir de las conciencias de los hijos e hijas angustiados de nuestro planeta.

El ethos que busca, dominador del mundo, no es capaz de proporcionar por sí mismo los instrumentos para un salto cualitativo. Se ha desmoralizado porque no ha conseguido evitar el genocidio de los indígenas latinoamericanos, el holocausto nacifascista, los gulags soviéticos, las armas de destrucción masiva, las guerras preventivas recientes y la devastación del modo de producción capitalista con la generación de creciente miseria y exclusión. Logra imponerse, no por argumentos, sino por la fuerza. Una convicción surge de las conciencias más despiertas: o la civilización planetaria deja de ser prevalentemente occidental, o va a dejar de existir. Nos vemos obligados a desarrollar un ethos de una responsabilidad ilimitada hacia todo lo que existe, como condición de sobrevivencia de la humanidad y de su hábitat natural.

Responsabilidad es la capacidad de dar respuestas eficaces a los problemas que nos llegan de la realidad compleja actual. Y sólo lo conseguiremos con un ethos que ama, cuida y se responsabiliza. La responsabilidad surge cuando nos damos cuenta de las consecuencias de nuestros actos sobre otros y sobre la naturaleza: «Actúa de tal manera que las consecuencias de tus acciones no destruyan la naturaleza, ni la vida ni la Tierra». Ese imperativo vale especialmente para la biotecnología y aquellas operaciones que intervienen directamente en el código genético de los seres humanos, de otros seres vivos y de las simientes transgénicas. El universo trabajó 15 billones de años, y la biogénesis 3’8 billones para ordenar las informaciones que garantizan la vida y su equiulibrio. Nosotros, en una generación, queremos ya controlar esos procesos complejísimos, sin medir las consecuencias de nuestra acción. Por eso, el ethos que se responsabiliza impone la precaución y la cautela como comportamientos éticos básicos.

Ese ethos se impone algunas tareas prioritarias. Respecto a la sociedad, hay que desplazar el eje de la competición que usa la razón calculadora, hacia el eje de la cooperación que usa la razón cordial. Respecto a la economía, importa pasar de la acumulación de riqueza, a la producción de lo suficiente y digno para todos. Respecto a la naturaleza, urge celebrar una alianza de sinergia entre el manejo racional que necesitamos y la preservación del capital natural. Respecto a la atmósfera espiritual de nuestras sociedades, importa pasar del individualismo y de la autoafirmación para la construcción del bien cómún y del espíritu de cooperación.

La responsabilidad revela el carácter ético de la persona. Ella se siente corresponsable -junto con las fuerzas que dirigen la naturaleza- respecto del futuro de la vida y de la humanidad. Al asumir responsablemente nuestra parte, hasta los vientos contrarios ayudan a conducir al puerto el Arca salvadora.

El ethos que cuida

Cuando amamos, cuidamos, y cuando cuidamos, amamos. Por eso el ethos que ama se completa con el ethos que cuida. El «cuidado» constituye la categoría central del nuevo paradigma de civilización que trata de emerger en todo el mundo. La falta de cuidado en el trato dado a la naturaleza y a los recursos escasos, la ausencia de cuidado en referencia al poder de la tecnociencia que construyó armas de destrucción en masa y de devastación de la biosfera y de la propia sobrevivencia de la especie humana, nos está llevando a un impase sin precedentes. O cuidamos o pereceremos. El cuidado asume una doble función de prevención de daños futuros y de regeneración de daños pasados. El cuidado posee ese don: refuerza la vida, atiende a las condiciones físico-químicas, ecológicas, sociales y espirituales que permiten la reproducción de la vida, y de su ulterior evolución. Lo correspondiente al cuidado, en términos políticos es la «sostenibilidad» que apunta a encontrar el justo equilibrio entre el beneficio racional de las virtualidades de la Tierra y su preservación para nosotros y las generaciones futuras.

El ethos que cuida y ama es terapéutico y liberador. Sana llagas, despeja el futuro y crea esperanzas. Con razón dice el psicoanalista Rollo May: «en la actual confusión de episodios racionalistas y técnicos, perdemos de vista al ser humano. Debemos volver humildeente al simple cuidado. El mito del cuidado, solo él, nos permite resistir al cinismo y a la apatía, dolencias psicológicas de nuestro tiempo».

El ethos que ama

Cuando la razón busca hasta el final, encuentra en su propia raíz el afecto que se expresa por el amor, y sobre ella, el espíritu que se manifiesta por la espiritualidad. Y al término de su búsqueda encuentra el misterio. Misterio no es el límite de la razón sino lo ilimitado de la razón. Por eso, el misterio continúa siendo misterio en todo conocimiento que se siente desafiado a conocer siempre más[4].

Concretamente, el misterio es el otro. Por más que se quiera conocerlo y encuadrarlo, siempre se retrae para más allá. Es misterio desafiador que nos obliga a salir de nosotros mismos y a posicionarnos ante él. Cuando el otro irrumpe delante de mí, nace la ética. Porque el otro me exige una actitud práctica, o de acogida, de indiferencia o de rechazo. El otro significa una propuesta que pide una res-puesta con res-ponsa-bilidad[5].

El otro hace surgir el ethos que ama. Paradigma de este ethos es el cristianismo de los orígenes, el paleocristianismo. Este se diferencia del cristianismo oficial y de sus iglesias, porque en ética fue más influenciado por los maestros griegos que por el mensaje y la práctica de Jesús. El paleocristianismo, al contrario, da absoluta centralidad al amor del otro, que para Jesús es idéntico al amor a Dios. El amor es tan central que quien tiene amor lo tiene todo. El testimonia esta sagrada convicción de que Dios es amor (1Jn 4,8), y el amor no morirá jamás (1 Cor 13,8). Y ese amor es incondicional y universal, pues incluye también al enemigo (Lc 6, 35). El ethos que ama se expresa en la regla de oro, testimoniada por todas las tradiciones de la humanidad: “ama al prójimo como a ti mismo”; “no hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti”.

El ethos que ama fundamenta un nuevo sentido de vivir. Amar al otro es darle razón de existir. El existir es pura gratuidad. No hay razón para existir. Amar al otro es querer que exista porque el amor hace al otro importante. “Amar a una persona es decirle: tú no morirás jamas (G. Marcel), tú debes existir, tú no puedes morir”. Cuando alguien o alguna causa se hacen importantes para el otro, nace un valor que moviliza todas las energías vitales. Es por eso que cuando alguien ama rejuvenece y tiene la sensación de comenzar la vida de nuevo. El amor es fuente perenne de valores.

Solamente ese ethos que ama está a la altura de los desafíos actuales porque incluye a todos. Hace de los distantes, próximos, y de los próximos, hermanos y hermanas. Todo lo que amamos, lo cuidamos. Se abre así al ethos que cuida.

A modo de conclusión:

El gozo del mundo

La búsqueda de Dios no implica la negación del mundo, mucho menos la huida o el menosprecio de él. Con harta frecuencia se ha planteado a lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana (franciscana) la relación entre Dios y el mundo en términos antitéticos: afirmar a Dios significaba negar al mundo y viceversa,.

La mística cristiana, en este sentido, iluminadora. Es un místico encarnada en el mundo, una comprensión de la unión entre Dios y el hombre a través de la experiencia del mundo. Desde su visión, el mundo es obra de Dios, y el hombre ha sido creado para vivir y gozar en ese mundo, aunque el mundo no sea la última morada humana, pero es el ámbito en el que se puede desplegar el encuentro con Dios y con los demás.

El odio al mundo no es una actitud genuinamente cristiana. El cristiano que goza del mundo y de todo lo bello y armonioso que hay en él, es capaz de comprender la realidad como don, como algo inmerecido que ha sido dado libremente por Dios.

“Estamos en el mundo para vivir, y todo lo bello que hay en él hay que tomarlo con agradecimiento”

Creer en Dios no significa negar el mundo, ni dejar de creer en él y en su capacidad de transformación. Cuando Francisco inicia su vida de conversión, no tiene la impresión de haber dejado el mundo, sino estar allí de otra modo, de actuar en él a través de la oración y la estima a los leprosos, a los hermanos, a os pobres y ladrones del camino.

Buscar a Dios en tiempos de incertidumbre es afirmar el mundo, pero no como si fuera la última realidad o una realidad autosuficiente en sí misma, sino entendida como icono, obra de Aquél que está más allá de todo lugar y tiempo.

El mundo, en sí mismo, no confirma la existencia de Dios, pero tampoco la niega. somos consciente de ello, pero abre la posibilidad a una experiencia del mundo reveladora de la presencia de Dios en él.

La actitud central del creyente en el mundo es de servicio, la forma de vida diaconal. El icono se hace próximo a su fuente original cuando adopta la forma de siervo, por que el Dios infinito también toma forma de siervo cuando se encarna en el Hijo. La actitud de servicio, la forma diaconal, no prueba tampoco la existencia de Dios, pero asegura otra lógica, una vida amorosa que opera a través de la persona que ama y se da a los demás.

El presente es la posibilidad que en cada momento se nos ofrece par amar, gozar plenamente de la realidad, contemplar la belleza que nos ofrece... Está claro que en el presente también hay sombra, cruz y noche, pero también en estas experiencias es posible hacerse cercano a Dios. Por que el Dios cristiano es un Dios crucificado.



[1] Antrópico: conjunto de procesos de degradación del relieve y el subsuelo debido a la acción humana

[2] Conceptos tomados de Leonardo Boff “Etica y Moral, la búsqueda de los fundamentos”

[3] Ethos: Conjunto de rasgos culturales típicos que diferencias o individualizan a un grupos de otro: identidad, comportamiento, costumbre

[4] (La razón científica nos ratifica este recorrido. Ella comenzó con la materia, llegó a los átomos, descendió más, a los elementos subatómicos, a la energía y a los campos energéticos, al campo de Higgs, origen de todos los campos, al big-ban, hace 15 billones de años… para terminar en el vacío cuántico, que es el estado de energía de fondo del universo, aquella fuente alimentadora de todo lo que existe, misteriosa e innombrable, que el conocido cosmólogo Brian Swimme, identifica como presencia de Dios).

[5] El límite fatal del ethos que busca estriba en haberle reservado poco lugar al otro. El paradigma occidental siempre tuvo dificultades con el otro. Por eso, lo incorporó, lo sometió o lo destruyó. Negando al otro perdió la posibilidad de la alianza, del diálogo y de un mutuo aprendizaje con él. Triunfó el paradigma de la identidad sin la diferencia,

Eco teología, descubriendo la presencia del Creador en su creación

Motivación

Extracto del Cántico de las Criaturas …. (san Fco. de Asís)

3Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.

4Y él es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.

5Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.

6Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.

7Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.

8Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual alumbras la noche,
y él es bello y alegre y robusto y fuerte.

9Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.

Introducción:

Una de las formas en que Francisco se aproxima a Dios fue el camino hacia la exterioridad, la contemplación del mundo, de la belleza inherente a cada ente de la realidad.

El camino hacia Dios se puede desplegar desde la contemplación del mundo, por que el mundo -desde la perspectiva Cristiana - (franciscana)- no es un espacio neutro, una masa homogénea de objetos, una yuxtaposición caótica de cosas, sino que el mundo es creatio Dei y quien se deja interpelar por la belleza de la creación se acerca al Dios infinito y creador que se manifiesta a través de ella de una manera analógica.

“Dios es el teólogo originario, Su teología simbólica es la creación entera” .

Desde la perspectiva Cristiana (franciscana), el mundo no es Dios, pero Dios se hace presente en el mundo a través de su obra. La obra habla del creador, aunque no es el creador.

En el franciscanismo (cristianismo) no hay una concepción panteísta del mundo, por que Dios no se identifica con la naturaleza, pro ésta no es un obstáculo para aproximarse a Dios, sino una realidad que manifiesta a Dios

Francisco tiene una visión transparente de la naturaleza, sabe ver en ella lo que hay de invisible, inefable y misterioso.

Buscar a Dios en tiempos de incertidumbre exige una pedagogía de la interioridad humana pero también de la exterioridad.

La dimensión contemplativa de los hombres y mujeres de hoy está muy ligada a la exterioridad-realidad- bella, armónica y unitaria, como un gran campo de explotación instrumental.

Buscar a Dios en tiempos de incertidumbre es aprender a descifrar el sentido de la creación, iniciar otra forma de visión de la realidad.

La contemplación exige la superación de la dualidad sujeto-objeto. El contemplativo se siente muy unido a la realidad que contempla hasta el punto de que las fronteras de su yo se deshacen y llega a fusionarse con el objeto contemplado. En la experiencia mística, las fronteras del yo se disuelven. El místico vive totalmente unido a la realidad-otra que, como tal deja de ser otra para comprenderse como propia. San Francisco lo expresa, en sus oraciones y cánticos.

Buscar a Dios en tiempos de incertidumbre implica a ver y a sentir el ser natural de otra manera. Dios es el teólogo originario, se ha manifestado a través de la Palabra, pero la creación es la primera manifestación de Dios, la protorrevelación.

Ecología: planteamiento de la cuestión

1. La ecología supone una visión del mundo

La cuestión de la ecología es más que una cuestión puramente técnica (cómo garantizar la «biosfera» y la naturaleza en general) y más que una cuestión sólo social (de modelo económico y político).

Es también eso, pero más al fondo es una cuestión cultural, o sea, de concepción del mundo y de manera de comportarse frente a las cosas. Se trata, concretamente, de una «cultura de la vida» (como se ve, en nuestras culturas indígenas, en el hinduismo -, en Francisco de Asís, etc.).

Ecología supone, pues, una filosofía de vida verdaderamente ontológica, especialmente una sensibilidad biófila, afirmativa de la vida en todas sus dimensiones. Es la superación del racionalismo occidental, cuyo término final es el nihilismo, como desamor a la vida y al sentido de vivir (Nietzsche).

Entendida así, la cuestión ecológica se abre a la ética (justicia ecológica: «todo lo que vive merece vivir») y a la religión (la espiritualidad con dimensión ecológica), con formas de «culto de la vida». Tal vez incluso sólo en un horizonte religioso se puede dar radicalmente cuenta de la cuestión de la vida en cuanto implica la cuestión de la muerte (la muerte, que forma parte de la vida y no es su opuesto).

Pero sería exagerado tomar el ecologismo como una nueva religión (vitalista, naturalista, de tipo neo-panteísta), que pusiese en el centro la realidad de la naturaleza o de la vida (ecocentrismo).

2. El principio antrópico[1] en la ecología

El «descentramiento antropológico» desbanca sin duda el antropocentrismo de dominación, por el que el ser humano aparece en el mundo como déspota, «señor y dueño de la naturaleza» (Descartes). Pero es posible concebir un nuevo antropocentrismo, de comunión, según Gn. 2, en el que el hombre emerge como administrador responsable del mundo y, por eso, servidor de la vida.

No todos los seres vivientes son equivalentes. Existe una jerarquía de vida. La «vida del espíritu» representa la «flecha de la evolución» (Teilhard de Chardin). Pero, ¿no valdría aquí también la máxima evangélica «mayor es aquel que sirve»? ¿El ser humano sirve a la vida o se sirve de la vida? Tal vez valgan las dos cosas.

3. La ecología está implicada en el sistema social

Plantear la cuestión de la ecología sin ver su contexto social es quedarse en el ambientalismo o conservacionismo. Es necesario plantear la cuestión del sistema social, y particularmente del «control de los medios de producción» (que pueden ser también los grandes «medios de destrucción» ecológica). Hay pues una necesaria «ecología social» y una indispensable consideración económica (infraestructural) de la ecología. Ese es un punto que frecuentemente se deja en la sombra. Sin embargo, son los dueños de los grandes medios de producción los que son potencialmente los mayores agentes de contaminación.

Por su «lógica sistémica», el capitalismo concretamente es un modo de producción depredador (de la naturaleza humana y de la naturaleza cosmológica). La ecología cuestiona necesariamente ese sistema socioeconómico. Una política de tipo «ecocapitalista» no es capaz de resolver la cuestión ecológica (desde el punto de vista de las estructuras sociales). Eso no significa que no se puedan o incluso se deban apoyar estratégicamente medid as particulares de un estado capitalista (sobre la deforestación, leyes contra la polución, etc.).

Solamente en un sistema social de «economía democratizada» se puede resolver, en cuanto a estructuras sociales, la cuestión de la ecología. Decimos que «se puede», pero no necesariamente, pues ahí se necesita alto más que una economía social democratizada: se necesita una «cultura de la vida»; La ecología, en efecto, tiene una dimensión social, sí, pero va más allá.

4. Ecología a partir de las mayorías pobres

El enfoque correcto para tratar de la cuestión social de la ecología es a partir de los pobres, pues, es en ellos donde la vida, en su expresión más alta (humana, moral y espiritual), se encuentra más amenazada. Más que seres contaminantes, los pobres son las víctimas del desastre ecológico, porque tienen menos medios de defenderse.

Este criterio es importante dentro de la «jerarquía de la vida», pues permite hacer la crítica al ecologismo romántico, que lucha por defender mariposas y árboles, dejando de lado la inmensa mayoría de los pobres (cosa que ocurre frecuentemente en los círculos liberales y capitalistas).

Eso no dispensa a los pobres de la necesaria educación para la ecología, tanto desde el punto de vista de la sensibilidad cultural como de las técnicas ambientalmente sanas. Por el hecho de que son las mayores víctimas de la destrucción ecológica, tal vez los pobres puedan llegar a ser incluso los protagonistas en este campo.

La Eco teología: descubrimiento del ethos que busca a Dios[2]

El ethos[3] que integra

La ética es del orden de la práctica y no de la teoría. Por eso son importantes las figuras ejemplares que vivieron biográficamente el ethos humano. Para nosotros en Occidente la figura de mayor transparencia es Francisco de Asís,. No orientó su vida por el modelo imperial de Iglesia vigente, sino por la experiencia evangélica, rescatando el vigor del paleocristianismo, el cristianismo de los orígenes. En él se integran las distintas vertientes éticas

En él descubrimos el ethos que busca. De familia rica, buscó con extrema intensidad primero ser héroe de caballería, después monje benedictino, finalmente penitente. Insatisfecho, escoge la “vía de la simplicidad”, pues Dios me reveló que fuese “un nuevo loco en el mundo”. Es loco frente a los sistemas que abandona, pero no de cara a lo nuevo que inaugura. Se hace, según su primer biógrafo, Tomás de Celano, “un hombre de un nuevo siglo”.

Es un representante singular del ethos que ama. Salía por los bosques a llorar hasta hinchársele los ojos: “el Amor no es amado, el Amor no es amado”. Rescató el amor telúrico a la Tierra, a cada ser de la creación, a la mujer amada, Clara. Su lema es “Deus meus et omnia” “mi Dios y todas las cosas”. Dios no quiere que le amemos solo a Él sino a todos.

Vivió ejemplarmente el ethos que cuida. Cuidaba de las abejas en invierno para que no muriesen de hambre, cuidaba de liberar a los pajarillos de las jaulas, pedía a sus compañeros que cuidasen de las malezas en un rincón del jardín, pues también ellas a su modo alaban a Dios.

Es un arquetipo del ethos que se compadece. Fue a vivir entre los enfermos del mal de Hansen, los besaba y les daba de comer en la boca, repartía todo con los pobres, hasta la ropa que llevaba puesta y se compadecía de sus propios dolores, tratándolos de hermanos, y a la muerte, de hermana muerte.

Dio testimonio del ethos que se solidariza. Es paupérrimo, pero quiere que se dé todo al hermano enfermo, rompe el ayuno riguroso para ser solidario con el compañero que grita de noche “muero de hambre”; en la cruzada se solidariza con los “hermanos mahometanos” y va al encuentro del sultán, rezando con él.

Por fin mostró, de manera concreta, el ethos que se responsabiliza. Ante las guerras entre burgos instaura la “legatio pacis” o movimiento por la paz, reconciliando las partes. Prohíbe a los compañeros usar armas, dinero y títulos, fuentes de conflictos. Renuncia a todas las funciones, continuando lego, para quedar junto al pueblo y los pobres. Quiere una fraternidad sociocósmica a partir de los últimos.

El ethos franciscano integra todo. Confraterniza con todo y hace de este mundo la morada bienhechora del ser humano (ethos). La expresión suprema de este ethos se encuentra en el admirable “Cántico al Hermano Sol”. En él no tratamos solamente con un discurso poético-religioso sobre las cosas. Ellas sirven de vestimenta a un discurso más profundo, el del Inconsciente que llegó a su Centro, al Misterio interior, de ternura, que integra todas las cosas.

La ética se transfigura entonces en mística, experiencia profunda del Ser. Así como una estrella no brilla sin aura, tampoco una ética adquiere vigencia sin una visión mística y encantada del mundo, donde la Tierra y el Cielo y todos los elementos que surgen del matrimonio entre ellos se transforman en valor, en señal de un mundo de bondad.

El ethos que se compadece

El ethos, para ser plenamente humano, necesita incorporar la compasión. Hay mucho sufrimiento en la historia, demasiada sangre en nuestros caminos e interminable soledad de millones y millones de personas, cargando solas, en su corazón, la cruz de la injusticia, de la incomprensión y de la amargura. Tal es la condición humana de seres que son la convergencia de las contradicciones. El ethos que se compadece quiere incluir a todos esos en el \"ethos\" humano, es decir, en la casa humana, donde hay acogida y donde las lágrimas pueden ser lloradas sin vergüenza o ser enjugadas cariñosamente.

Pero primero necesitamos hacer una terapia del lenguaje, pues compasión tiene en la comprensión común connotaciones peyorativas. Tener compasión significa apiadarse del otro por considerarlo desamparado, sin fuerza interior para erguirse. Supone la actitud de alguien que mira de arriba abajo, humillándolo.

En el cristianismo de los primeros tiempos, sin embargo, com-pasión era sinónimo de misericordia, esa actitud generosa que quiere compartir la pasión con el otro y no dejarlo solo con su dolor.

En el budismo la compasión es considerada la virtud personal de Buda. Por eso es central y está ligada a la pregunta que dio origen al budismo como camino espiritual: \"¿cuál es el mejor medio para liberarnos del sufrimiento?” La respuesta de Buda fue: \"por la com-pasión, por la infinita com-pasión\". El Dalai Lama, actualiza esa respuesta ancestral así: \"ayuda a los otros siempre que puedas y si no puedes, jamás los perjudiques\".

Dos virtudes realizan la compasión: el desapego y el cuidado. Por el desapego renunciamos a poseer las cosas y las respetamos en su alteridad. Por el cuidado velamos por su bienestar y las socorremos en su sufrimiento.

La compasión tal vez sea la mayor contribución ética y espiritual que Oriente ha dado a la cultura mundial. Lo que hace penoso el sufrimiento no es tanto el sufrimiento mismo, sino estar solo en el sufrimiento. El cristianismo convocan a establecer una comunión en el sufrimiento para que nadie quede solo y desamparado en su dolor.

Como el amor y el cuidado, la compasión tiene un campo de realización ilimitado. No se restringe solamente a los seres humanos, sino a todos los seres vivos y al cosmos. El ideal cristiano de la compasión nos enseña cómo relacionarnos adecuadamente con la comunidad de vida: primero respetar su alteridad, después convivir con ella, cuidar de ella y en especial regenerar a los seres que sufren o están bajo amenaza de extinción. Y sólo entonces beneficiarnos de sus dones, en la justa medida y con responsabilidad, en función de aquello que necesitamos para vivir de forma suficiente y decente.

El ‘ethos’ que se solidariza

Vivimos tiempos de gran barbarie porque es extremamente escasa la solidaridad entre los humanos. 1.400 millones de personas viven con menos de un dólar al día, dos tercios de los cuales conforman la humanidad futura: niños y jóvenes menores de 15 años, condenados a consumir 200 veces menos energía y materias primas que sus hermanos y hermanas norteamericanos. Pero ¿quién piensa en ellos? Los países opulentos no tienen el mínimo sentido de solidaridad, pues destinan menos del 1% de su riqueza interna bruta a combatir este flagelo. Para enfrentarlo, más que una revolución política se hace urgente una revolución ética, es decir, despertar un sentimiento profundo de hermandad y de familiaridad que haga intolerable tal deshumanización e impida a los voraces dinosaurios del consumismo continuar con su vandalismo individualista. Necesitamos, pues, de un ethos que se solidarice con todos estos caídos del camino.

La solidaridad está inscrita, objetivamente, en el código de todos los seres, pues todos somos interdependientes unos de otros. Coexistimos en el mismo cosmos y en la misma naturaleza con un origen y un destino comunes. Cosmólogos y físicos cuánticos nos aseguran que la ley suprema del universo es la de la solidaridad y la cooperación de todos con todos. La misma ley de la selección natural de Darwin, formulada a partir de los organismos vivos, debe ser pensada al interior de esta ley mayor. Además los seres luchan no sólo para sobrevivir, sino para realizar virtualidades presentes en su ser. A nivel humano, en vez de la selección natural, debemos proponer el cuidado y el amor. Así todos pueden ser incluidos, también los más débiles, y se evita que sean eliminados en nombre de los intereses de grupos que se imponen por la fuerza o de un tipo de cultura que se autoafirma rebajando a las demás.

La solidaridad se encuentra en la raíz del proceso de hominización. Cuando nuestros antepasados homínidos salían a buscar alimento, no lo consumían de manera individual, lo traían al grupo para repartirlo solidariamente. La solidaridad permitió el salto de la animalidad a la humanidad y la creación de la socialidad, que se expresa por el lenguaje. Todos debemos nuestra existencia al gesto solidario de nuestras madres que nos acogieron en la vida y en la familia.

Estos datos objetivos deben ser asumidos subjetivamente, como proyecto de la libertad que opta por la solidaridad como contenido de las relaciones sociales. La solidaridad política será el eje articulador de la geosociedad mundial o no habrá futuro para nadie. Solidaridad a ser construida a partir de abajo, de las víctimas de los procesos sociales. El imperativo suena así: «solidarízate con todos los seres, tus compañeros y compañeras de aventura planetaria, especialmente con los más perjudicados, para que todos puedan ser incluidos en tu cuidado». También es importante alimentar la solidaridad con las generaciones futuras, pues también ellas tienen derecho a una Tierra habitable.

Nuestra misión es cuidar de los seres, ser los guardianes del patrimonio natural y cultural común, haciendo que la biosfera siga siendo un bien de toda vida y no sólo nuestro. Gracias al ethos que se responsabiliza, veneramos cada ser y cada forma de vida.

El "ethos" que se responsabiliza

Los límites de la Tierra para soportar la voracidad del crecimiento mundial y el consumismo que le acompaña, se encuentran en una fase de agotamiento rápido. Para imprimirle un cambio significativo no bastan los llamados de los organismos mundiales que estudian el estado de la Tierra ni las directrices gubernamentales. Es urgente una verdadera revolución molecular a partir de las conciencias de los hijos e hijas angustiados de nuestro planeta.

El ethos que busca, dominador del mundo, no es capaz de proporcionar por sí mismo los instrumentos para un salto cualitativo. Se ha desmoralizado porque no ha conseguido evitar el genocidio de los indígenas latinoamericanos, el holocausto nacifascista, los gulags soviéticos, las armas de destrucción masiva, las guerras preventivas recientes y la devastación del modo de producción capitalista con la generación de creciente miseria y exclusión. Logra imponerse, no por argumentos, sino por la fuerza. Una convicción surge de las conciencias más despiertas: o la civilización planetaria deja de ser prevalentemente occidental, o va a dejar de existir. Nos vemos obligados a desarrollar un ethos de una responsabilidad ilimitada hacia todo lo que existe, como condición de sobrevivencia de la humanidad y de su hábitat natural.

Responsabilidad es la capacidad de dar respuestas eficaces a los problemas que nos llegan de la realidad compleja actual. Y sólo lo conseguiremos con un ethos que ama, cuida y se responsabiliza. La responsabilidad surge cuando nos damos cuenta de las consecuencias de nuestros actos sobre otros y sobre la naturaleza: «Actúa de tal manera que las consecuencias de tus acciones no destruyan la naturaleza, ni la vida ni la Tierra». Ese imperativo vale especialmente para la biotecnología y aquellas operaciones que intervienen directamente en el código genético de los seres humanos, de otros seres vivos y de las simientes transgénicas. El universo trabajó 15 billones de años, y la biogénesis 3’8 billones para ordenar las informaciones que garantizan la vida y su equiulibrio. Nosotros, en una generación, queremos ya controlar esos procesos complejísimos, sin medir las consecuencias de nuestra acción. Por eso, el ethos que se responsabiliza impone la precaución y la cautela como comportamientos éticos básicos.

Ese ethos se impone algunas tareas prioritarias. Respecto a la sociedad, hay que desplazar el eje de la competición que usa la razón calculadora, hacia el eje de la cooperación que usa la razón cordial. Respecto a la economía, importa pasar de la acumulación de riqueza, a la producción de lo suficiente y digno para todos. Respecto a la naturaleza, urge celebrar una alianza de sinergia entre el manejo racional que necesitamos y la preservación del capital natural. Respecto a la atmósfera espiritual de nuestras sociedades, importa pasar del individualismo y de la autoafirmación para la construcción del bien cómún y del espíritu de cooperación.

La responsabilidad revela el carácter ético de la persona. Ella se siente corresponsable -junto con las fuerzas que dirigen la naturaleza- respecto del futuro de la vida y de la humanidad. Al asumir responsablemente nuestra parte, hasta los vientos contrarios ayudan a conducir al puerto el Arca salvadora.

El ethos que cuida

Cuando amamos, cuidamos, y cuando cuidamos, amamos. Por eso el ethos que ama se completa con el ethos que cuida. El «cuidado» constituye la categoría central del nuevo paradigma de civilización que trata de emerger en todo el mundo. La falta de cuidado en el trato dado a la naturaleza y a los recursos escasos, la ausencia de cuidado en referencia al poder de la tecnociencia que construyó armas de destrucción en masa y de devastación de la biosfera y de la propia sobrevivencia de la especie humana, nos está llevando a un impase sin precedentes. O cuidamos o pereceremos. El cuidado asume una doble función de prevención de daños futuros y de regeneración de daños pasados. El cuidado posee ese don: refuerza la vida, atiende a las condiciones físico-químicas, ecológicas, sociales y espirituales que permiten la reproducción de la vida, y de su ulterior evolución. Lo correspondiente al cuidado, en términos políticos es la «sostenibilidad» que apunta a encontrar el justo equilibrio entre el beneficio racional de las virtualidades de la Tierra y su preservación para nosotros y las generaciones futuras.

El ethos que cuida y ama es terapéutico y liberador. Sana llagas, despeja el futuro y crea esperanzas. Con razón dice el psicoanalista Rollo May: «en la actual confusión de episodios racionalistas y técnicos, perdemos de vista al ser humano. Debemos volver humildeente al simple cuidado. El mito del cuidado, solo él, nos permite resistir al cinismo y a la apatía, dolencias psicológicas de nuestro tiempo».

El ethos que ama

Cuando la razón busca hasta el final, encuentra en su propia raíz el afecto que se expresa por el amor, y sobre ella, el espíritu que se manifiesta por la espiritualidad. Y al término de su búsqueda encuentra el misterio. Misterio no es el límite de la razón sino lo ilimitado de la razón. Por eso, el misterio continúa siendo misterio en todo conocimiento que se siente desafiado a conocer siempre más[4].

Concretamente, el misterio es el otro. Por más que se quiera conocerlo y encuadrarlo, siempre se retrae para más allá. Es misterio desafiador que nos obliga a salir de nosotros mismos y a posicionarnos ante él. Cuando el otro irrumpe delante de mí, nace la ética. Porque el otro me exige una actitud práctica, o de acogida, de indiferencia o de rechazo. El otro significa una propuesta que pide una res-puesta con res-ponsa-bilidad[5].

El otro hace surgir el ethos que ama. Paradigma de este ethos es el cristianismo de los orígenes, el paleocristianismo. Este se diferencia del cristianismo oficial y de sus iglesias, porque en ética fue más influenciado por los maestros griegos que por el mensaje y la práctica de Jesús. El paleocristianismo, al contrario, da absoluta centralidad al amor del otro, que para Jesús es idéntico al amor a Dios. El amor es tan central que quien tiene amor lo tiene todo. El testimonia esta sagrada convicción de que Dios es amor (1Jn 4,8), y el amor no morirá jamás (1 Cor 13,8). Y ese amor es incondicional y universal, pues incluye también al enemigo (Lc 6, 35). El ethos que ama se expresa en la regla de oro, testimoniada por todas las tradiciones de la humanidad: “ama al prójimo como a ti mismo”; “no hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti”.

El ethos que ama fundamenta un nuevo sentido de vivir. Amar al otro es darle razón de existir. El existir es pura gratuidad. No hay razón para existir. Amar al otro es querer que exista porque el amor hace al otro importante. “Amar a una persona es decirle: tú no morirás jamas (G. Marcel), tú debes existir, tú no puedes morir”. Cuando alguien o alguna causa se hacen importantes para el otro, nace un valor que moviliza todas las energías vitales. Es por eso que cuando alguien ama rejuvenece y tiene la sensación de comenzar la vida de nuevo. El amor es fuente perenne de valores.

Solamente ese ethos que ama está a la altura de los desafíos actuales porque incluye a todos. Hace de los distantes, próximos, y de los próximos, hermanos y hermanas. Todo lo que amamos, lo cuidamos. Se abre así al ethos que cuida.

A modo de conclusión:

El gozo del mundo

La búsqueda de Dios no implica la negación del mundo, mucho menos la huida o el menosprecio de él. Con harta frecuencia se ha planteado a lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana (franciscana) la relación entre Dios y el mundo en términos antitéticos: afirmar a Dios significaba negar al mundo y viceversa,.

La mística cristiana, en este sentido, iluminadora. Es un místico encarnada en el mundo, una comprensión de la unión entre Dios y el hombre a través de la experiencia del mundo. Desde su visión, el mundo es obra de Dios, y el hombre ha sido creado para vivir y gozar en ese mundo, aunque el mundo no sea la última morada humana, pero es el ámbito en el que se puede desplegar el encuentro con Dios y con los demás.

El odio al mundo no es una actitud genuinamente cristiana. El cristiano que goza del mundo y de todo lo bello y armonioso que hay en él, es capaz de comprender la realidad como don, como algo inmerecido que ha sido dado libremente por Dios.

“Estamos en el mundo para vivir, y todo lo bello que hay en él hay que tomarlo con agradecimiento”

Creer en Dios no significa negar el mundo, ni dejar de creer en él y en su capacidad de transformación. Cuando Francisco inicia su vida de conversión, no tiene la impresión de haber dejado el mundo, sino estar allí de otra modo, de actuar en él a través de la oración y la estima a los leprosos, a los hermanos, a os pobres y ladrones del camino.

Buscar a Dios en tiempos de incertidumbre es afirmar el mundo, pero no como si fuera la última realidad o una realidad autosuficiente en sí misma, sino entendida como icono, obra de Aquél que está más allá de todo lugar y tiempo.

El mundo, en sí mismo, no confirma la existencia de Dios, pero tampoco la niega. somos consciente de ello, pero abre la posibilidad a una experiencia del mundo reveladora de la presencia de Dios en él.

La actitud central del creyente en el mundo es de servicio, la forma de vida diaconal. El icono se hace próximo a su fuente original cuando adopta la forma de siervo, por que el Dios infinito también toma forma de siervo cuando se encarna en el Hijo. La actitud de servicio, la forma diaconal, no prueba tampoco la existencia de Dios, pero asegura otra lógica, una vida amorosa que opera a través de la persona que ama y se da a los demás.

El presente es la posibilidad que en cada momento se nos ofrece par amar, gozar plenamente de la realidad, contemplar la belleza que nos ofrece... Está claro que en el presente también hay sombra, cruz y noche, pero también en estas experiencias es posible hacerse cercano a Dios. Por que el Dios cristiano es un Dios crucificado.



[1] Antrópico: conjunto de procesos de degradación del relieve y el subsuelo debido a la acción humana

[2] Conceptos tomados de Leonardo Boff “Etica y Moral, la búsqueda de los fundamentos”

[3] Ethos: Conjunto de rasgos culturales típicos que diferencias o individualizan a un grupos de otro: identidad, comportamiento, costumbre

[4] (La razón científica nos ratifica este recorrido. Ella comenzó con la materia, llegó a los átomos, descendió más, a los elementos subatómicos, a la energía y a los campos energéticos, al campo de Higgs, origen de todos los campos, al big-ban, hace 15 billones de años… para terminar en el vacío cuántico, que es el estado de energía de fondo del universo, aquella fuente alimentadora de todo lo que existe, misteriosa e innombrable, que el conocido cosmólogo Brian Swimme, identifica como presencia de Dios).

[5] El límite fatal del ethos que busca estriba en haberle reservado poco lugar al otro. El paradigma occidental siempre tuvo dificultades con el otro. Por eso, lo incorporó, lo sometió o lo destruyó. Negando al otro perdió la posibilidad de la alianza, del diálogo y de un mutuo aprendizaje con él. Triunfó el paradigma de la identidad sin la diferencia,

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