Habilidades sociales en el aula. Experiencias e ideas de un docente universitario

Este blog fue publicado originalmente en "Debate sociocultural": http://interactivoucv.blogspot.pe/2016/02/habilidades-sociales-en-e...

Proceder con habilidades sociales durante el desarrollo de la docencia universitaria es una opción necesaria e impostergable, si se quiere prestar un servicio educativo de relevancia mundial. Lograrlo será fácil o difícil en la medida que todos los docentes podamos respondernos las siguientes interrogantes: ¿quién soy?, ¿cuáles son mis fortalezas y debilidades?, ¿procedo con habilidades sociales ante mis estudiantes?, ¿cuento con un plan de mejora?
Ocurre con frecuencia que muchos docentes universitarios nos concentramos demasiado en el conocimiento bruto, sin embargo descuidamos elementos fundamentales para la educación de nuestros estudiantes como edad, cultura, religión, preferencias, preferencias sexuales, moda, entre otros. Al desentendernos de estos elementos, se nos escapa la posibilidad de dar el gran salto: pasar de ser simples instructores a educadores.
Decía José de la Luz y Caballero: “Instruir puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”. Según este criterio, educar es como esculpir, es como hacer brillar algo. Consiste, como decía Quiroga, en “No sacar de la luz humo, sino del humo luz”. Es como convertir la instrucción en un proceso integral por el bien de todos (alumno, docente, padres de familia y sociedad), pero ello solo es posible cuando el docente puede intervenir, cuando logra convertirse en familia, cuando sabe utilizar las habilidades sociales como vehículo fundamental para acelerar el crecimiento del estudiante. Cuando impone carácter, sin descuidar ternura, respeto y consideración.
Para convertirnos en educadores, orgullo de la sociedad, antes tenemos que preguntarnos: ¿me conozco? Personalmente, todo el desarrollo profesional que he alcanzado hasta ahora, ha sido posible gracias a ese viaje que he realizado al centro de mí mismo. He conquistado metas muy importantes, pero lo notable no es eso (creerlo sería la debacle). Lo destacable está en comprender que todo lo logrado hasta ahora no representa ni siquiera el 1% de lo que puedo aspirar. Por tanto, con más de un 99% de potencial por dinamizar se puede inferir que mis educandos, a pesar de todo, no reciben lo mejor de mí. Entonces se impone seguir creciendo. Un viejo adagio reza: “de conocimiento tenemos una gota, de desconocimiento un océano”, otro dice: “saber no ocupa espacio”.
Durante mis ocho años como docente universitario he aprendido que en cada uno de nuestros corazones duerme un sueño quijotesco, pero al lado de ese sueño también duermen perros rabiosos. Mientras no sales del letargo, los perros siguen ahí; apaciguados. Una vez que despiertas y comienzas a andar, ¿qué hacen los perros? Comienzan a ladrar, pero tú no te preocupes, ellos ladran porque vas caminando, entonces acelera el paso hasta que se cansen y desistan. Aprende a apartar las piedras del camino y sigue adelante en tu empeño, no te detengas. Recuerda que tienes en tus manos lo que más vale y brilla de la sociedad: los jóvenes. Por tanto necesitas apertrecharte de mucha cualificación, dedicación y entrega.
Otra medida es encontrar la motivación necesaria para hacer funcionar el motor grande. Pero lograr semejante hazaña sin echar a andar el motor pequeño es prácticamente imposible. Necesitamos dar el primer paso, romper la inercia, comenzar a andar. Antonio Machado decía: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. No existe meta sin punto de partida y mucho menos sin toma de decisiones. El cambio habita dentro de nosotros, pero su simbología es mucho más profunda.
Del mismo modo un docente poco empático es como un río sin agua o una ensalada de vegetales sin vinagreta, es una persona que, posiblemente, está en el lugar equivocado. La empatía es una habilidad social que se puede desarrollar. Aunque son muchos los factores que hacen la persona empática o no, surge otra pregunta: ¿cómo ser empático con nuestros estudiantes?
Lo primero es la humildad, si la persona (docente o quien fuere) no es humilde, ahí tenemos un gran problema, recuerdo a un reconocido periodista cubano cuando decía: “El que cree que ha llegado es porque todavía no ha salido”. Si el estudiante no entiende, ¿cuál es nuestro deber? Explicarle sin apuros, hacerlo entender citando ejemplos, casos, situaciones, etc. Si llegó tarde o faltó a clases, ¿qué se supone debemos hacer? Muchos optan por colocarles evaluaciones negativas o reprimendas sin antes haber averiguado cuáles fueron las causas que motivó ese hecho. En este caso, no se estaría demostrando empatía. Docentes así, podrán lograr muy poco o nada en el desarrollo integral del estudiante. Tampoco estaría haciendo algo útil por él mismo.
La empatía es saber ponernos en los zapatos de los demás y caminar con ellos. Hace un tiempo atrás experimenté dos casos:
Un alumno que todos los días llegaba tarde al salón. Un día me aburrí y le hablé en voz alta delante de los demás, prácticamente lo abochorné. El joven se sintió muy disminuido y hasta se retiró del salón esa mañana. Luego supe por él mismo que trabajaba en un motel y su turno de salida era a las 7:30 de la mañana la misma hora en que debía entrar a clases.
De las experiencias se aprende.
En otra ocasión, en horario vespertino, una alumna siempre llegaba tarde. Un día de esos la esperé fuera del salón e indagué el porqué de su actitud. Me dijo que estaba embarazada y justo ese día le coincidía el chequeo con el ginecólogo. Le pedí me mostrase su documentación porque solo tenía nueve semanas y no se le notaba el embarazo. Me mostró y corroboré el hecho. También, le ofrecí todo mi apoyo. La alumna, a pesar de tener 16 años y estar embarazada, asumió un compromiso tal con el curso, que terminó con una nota de las más altas del salón.
Y qué decir de los docentes, respetuosos, medidos, autorregulados, moderados, éticos, ¿están en fase de extinción? Ser docente y proceder con ética es muy complejo, porque ante todo somos seres humanos, tenemos gustos y preferencias como cualquiera, nos equivocamos, etc., y, siendo así, ¿cómo proceder correctamente con nuestros estudiantes?, ¿cómo asumir ese gran reto?
Imaginemos un estudiante que nos cae bien, tienen nuestro mismo apellido, llega temprano a clases, en fin, como se dice nos gana el afecto. Y qué tal si dicho estudiante sale mal en los exámenes. Ahí habría un dilema ético moral: ¿qué hacer? Si por el contrario otro alumno lamentablemente (no) nos cae bien, porque ¡no sé!, tiene mala caligrafía, llega tarde al salón, es conversador o sea cual fuere la causa, pero a la hora del examen demuestra haberse preparado bien y obtiene una nota ejemplar, ahí tenemos otro dilema moral: ¿qué harías?
Como docente, he enfrentado estas situaciones más de una vez y aprender a manejarlas me ha llevado mucho tiempo y empeño (todavía sigo en ello). En este afán he aprendido algo muy importante: el rol del docente universitario no consiste en ser bueno o malo con los estudiantes, sino en ser justo.

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