Introducción.
Este es un tema el cual ha sido abarcado por otros investigadores especialistas en el tema, no pretendemos hacer repetición sobre lo aportado por ellos ni crear una dicotomía solo pretendemos realizar una reflexión en torno a la filosofía de la educación en una etapa importante no solo para la educación en Cuba sino también para el surgimiento y consolidación de la nación y la nacionalidad cubana y el desarrollo de las gestas independentistas. A lo largo de este trabajo se pretende hacer un acercamiento a los primeros momentos que marcaron el inicio del pensamiento educacional en Cuba.
Estamos de acuerdo en que aun se podía incorporar otros precursores que aportaron a la educación en nuestro país y al posterior surgimiento y desarrollo de la filosofía de la educación.
La relación entre filosofía y educación constituye un rasgo característico de las tradiciones culturales cubana, cuyas raíces tienen su comienzo a fines del siglo XVIII y siglo XIX con aportes brindados por importantes figuras de las letras y la cultura entre los que se encuentran José Agustín Caballero, Félix Varela y José de la Luz y Caballero entre otros. Antonio Bachiller y Morales[1] calificaba el tratado de filosofía ecléctica del Doctor Caballero como “el primer paso de la filosofía docente en Cuba”
No sólo en estas insignes personalidades se da esta enriquecedora dualidad, como también se ha señalado “es característico que los pensadores criollos de avanzada como Caballero, Varela, de la Luz, Mestre, y más tarde Varona y Martí ejercieron también la pedagogía, que se pronunciaron siempre por el desarrollo de una educación popular y autóctona, enterrando el método escolástico de enseñanza basado en la memorización mecánica de los textos, introdujeron en la práctica pedagógica el método explicativo, así como potenciaron el pensamiento creador de los propios estudiantes y cultivaron el estudio de las ciencias naturales. Todos estos cambios no se lograron fácilmente al surgir precisamente a partir de discrepancias en torno a cuál debía ser el mejor método para la enseñanza y cuáles debía ser el mejor método para la enseñanza y qué ciencias debían inaugurar el programa de estudios en franca discordancia con las corrientes políticas de la época.
En sentido general, en todo el transcurso del siglo XIX y desde fines del XVIII concurren una serie de condiciones y factores históricos que tienden a convertir a la filosofía y la pedagogía en conocimientos armónicos. Fuera de la medicina y la matemática no figuraban materias científicas en el programa universitario. Por otra parte, el dominio absoluto que tenía la Iglesia Católica sobre el sistema de enseñanza, con el dogma escolástico como única filosofía, provoca la necesaria coincidencia entre reformas educativas, las que comienzan a producirse desde fines del siglo XVIII e inicios del XIX.
Dentro de toda esta variedad de influencias y articulaciones, podemos apreciar que lo más avanzado y representativo del pensamiento nacional de este siglo eligió, sobre todo, aquellas concepciones que más se ajustaban a las necesidades del desarrollo del país en aquel momento, en que lo económico, ideológico, cultural y político se orientaban hacia una corriente independentista en la Isla, la eliminación de todas las trabas del colonialismo y la defensa de la conciencia nacional, la cubanía, la identidad nacional y el patriotismo que habían calado profundamente en la conciencia de la burguesía criolla que aspiraba a una Cuba libre e independiente.
Este pensamiento filosófico criollo se sumó a la tendencia científico-natural y materialista de la época, que afirmaba el poder del conocimiento sensorial, la observación y el experimento como métodos de estudio de los fenómenos y prefería la razón antes de la fe, entre sus figuras representativas en el mundo se encontraban Descartes, Bacon[2], Locke y Condillac que se convirtieron en los principales inspiradores de los ilustrados cubanos.
La vocación científica, materialista y revolucionaria del pensamiento filosófico cubano en esta primera mitad del siglo XIX se robustece y retroalimenta con la asimilación de concepciones pedagógicas europeas de corte naturalista y renovador que se acentúan en Rousseau y se concretan ya con Pestalozzi y sus discípulos Herbart y Froebel, en una teoría educativa de contenido propio, con base en una ética y una psicología sensualistas. La teoría de Herbart se considera el primer sistema educativo y partió de un estudio profundo del proceso psicológico del conocimiento.
En la intelectualidad pedagógica cubana todas estas ideas tuvieron un profundo impacto. Ya a comienzo del siglo XIX Félix Varela y Juan Bernaldo O’ Gavan, trasmitían a través de sus enseñanzas la pedagogía avanzada de Pestalozzi.
Pero quien realizó la aplicación más amplia, profunda y creadora de estas nuevas concepciones, quien más captó el nuevo espíritu científico de la pedagogía de su época fue José de la Luz y Caballero (1800-1862). Prueba de ello es que en época tan temprana como el año 1832, afirmaba que la pedagogía era “un ramo tan experimental del conocimiento como la física o la química” [3], y algún tiempo después, al redactar el programa de creación del instituto cubano, se refirió a la pedagogía como “ciencia de la educación”, anticipándose no sólo a su tiempo y a su medio, sino incluso a la evolución que un marco universal seguía la “ciencia de la educación” en su proceso de desarrollo independiente. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que José de la Luz y Caballero rebasa las concepciones estrechas de Herbart al considerar la educación como un proceso mucho más amplio que la mera instrucción. Para él, la educación influye no sólo en la transmisión de conocimientos, sino también en la formación de capacidades, el desarrollo de intereses cognoscitivos y la preparación para la futura actividad laboral, a la que contribuyen la familia y la vida cultural de la sociedad. Las ideas de José de la Luz y Caballero sobre la educación no eran simples teorías sin argumentos sólidos, constituyeron los pilares de las reformas de la enseñanza que propuso y realizó en el colegio que más tarde dirigió.
Los objetivos de la reforma llevada a cabo por él se fundamentaban en:
1. Adecuar el contenido de la enseñanza a las necesidades concretas del país.
2. Proporcionar a la enseñanza un carácter práctico.
3. Elevar la calidad de los maestros.
Para el logro de estos objetivos, empezó por oponerse al método Bell - Lancaster que imperaba en las escuelas cubanas. Consideraba que ese método no atendía a la educación del carácter y el niño no recibía la influencia del maestro. Propone sustituirlo por el método explicativo, la observación y el experimento. Su método era de corte baconiano: se parte de los hechos a las consecuencias, a través de la inducción. Las ciencias naturales debían presidir la enseñanza y no la lógica y metafísica como era propio de la escolástica. Bacon para ello, entrevió la necesidad de una reforma del saber de su época, consistente en una reorientación de la ciencia hacia la naturaleza y hacia los hechos, y el recurso a una metodología adecuada, no basada en la lógica aristotélica.
Lo fundamental para José de la Luz y Caballero no sólo eran los planes de estudios, sino la correspondencia que debía existir con los métodos de enseñanza a utilizar en el o durante el proceso. Todas estas concepciones pedagógicas, profundamente renovadoras y modernas para la época, tenían su apoyo en una filosofía de filiación empírico - racionalista que se había ido formado en José de la Luz y Caballero a partir de la influencia principal de Bacon y Descartes. Pero no sólo tuvo José de la Luz y Caballero una formación filosófica general que lo condujo a su vez a una concepción de la pedagogía y de la práctica educativa, fue además defensor de una educación orientada por fines y valores y por un método, que sólo podría ofrecerlos una teoría filosófica; e incluso llegó a plantear la necesidad de que al maestro se le dotara de una preparación profunda sobre la filosofía de la enseñanza.
A estos aspectos él los llamaría posteriormente fines de la educación. La formación filosófica del maestro le aportaría a este, según afirmara, el don del pensamiento crítico y reflexión; principios básicos para ejercer su profesión de manera creadora, innovadora y consciente.
En 1833 cuando se refiere a las funciones de la Sección Educación de la escuela náutica expresa: “…Háganse respetables, y serán respetados los maestros”. En otra parte de este texto afirma: “En suma queremos maestros hábiles y teóricos profundos, antes que eruditos indigestos y prácticos superficiales, factores decisivos en este proceso fueron la creación del colegio de San Carlos y San Ambrosio (1773), la Sociedad Patriótica Amigos del País (1793) y la publicación del Papel Periódico de La Habana (1790). Estas instituciones, nacidas bajo el influjo del espíritu renovador y liberal de la Ilustración, tenían entre sus fines procurar el progreso de la ciencia, la filosofía, la educación, la economía y la cultura, y se convirtieron en su decursar en abanderadas de importantes reformas ideológicas que perfilaron el panorama espiritual del siglo XIX. Como ha señalado Medardo Vitier, “es de una densidad y de una articulación nada comunes, así en lo político como en filosofía, así en educación como crítica literaria. Apenas hay dirección del pensamiento que no encuentre representación en Cuba”. [4]
La tendencia científico - naturalista y de rechazo a la escolástica que domina la primera mitad del siglo XIX cubano se reafirma aún en la segunda mitad con el auge del positivismo, que trajo aparejado importantes progresos sociales de orden práctico y un renovado interés por el estudio de las ciencias y las bases científicas del conocimiento.
El descubrimiento del origen natural del hombre, u evolución natural de las especies, aunque sirvió de argumento a intereses clasistas diferentes, puso en crisis las tendencias creacionistas, clericales o teológicas y al neotomismo que se había oficializado en Cuba en 1879. En la defensa de las posiciones materialistas que se derivaban de este descubrimiento, se destacaron las figuras de Enrique José Varona, Luís Montané, Antonio Mestre y Ernesto Borrego.
El darwinismo inauguró toda una época de biologismo en el terreno científico en el mundo, que dejaría profundas huellas posteriores en la psicología, la sociología y la pedagogía. Una de las consecuencias valederas del positivismo fue la elevación definitiva de la pedagogía al rango de ciencia, de conocimiento experimental comprobable y medible objetivamente.
La filosofía y las ciencias del espíritu, la tradición humanista en general, no corrieron la misma suerte; ante la avalancha del dato, el experimento y la técnica, fueron marginadas. La obra de Enrique José Varona representó la mejor y más acabada expresión del positivismo pedagógico cubano. Sin embargo, ni en los momentos de más auge del positivismo y el cientificismo en general, el pensamiento cubano abandonó la tradición humanista. Las necesidades de una práctica liberadora e independentista y la vena eticista hispánica que nos aportara la cultura de la metrópoli, condicionaron que la dirección científica confluyera con la humanista, hasta alcanzar un alto grado de integración en los pensadores más avanzados y lúcidos.
En la obra del José Martí (1853-1895), máximo exponente del pensamiento cubano del siglo XIX, se encuentran, aunque en juicios dispersos, las soluciones más maduras y transcendentes a una de las contradicciones ideológicas fundamentales de fines de ese siglo e inicios del XX: cientificismo vs. humanismo.
Martí vivió las transformaciones que en el plano teórico y práctico se producían en la educación y la escuela cubana, y más aún, supo ver con ojo crítico lo positivo y lo negativo que traían los nuevos aires cienticifistas, positivistas y pragmáticos de fines de su siglo.[5]
Es evidente que José Martí capta la euforia cienticifista del momento y se afilia entre los que defienden la enseñanza científica, natural, no libresca, práctica, creativa, pública y organizada sobre la base de las nuevas técnicas y oficios de la industria naciente. Esta era, a su criterio, la educación que más necesitaban los pueblos de América: “Al nuevo Mundo corresponde la Universidad Nueva”[6] afirmaba. El apóstol cubano también aclara, aunque con menos énfasis en este texto, que esta nueva educación debe darse “sin merma de los elementos espirituales”. En efecto, para Martí esa nueva educación no tenía por qué negar la formación humanista, pero entendiendo por lo humano algo bien diferente al humanismo clásico tradicional sobrecargado de teología, metafísica y literatura.
Para José Martí, la nueva concepción del papel de la ciencia dentro de la sociedad y de la enseñanza en particular, encierra un nuevo humanismo.[7] “La felicidad general de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes, y esta independencia la obtienen los hombres cuando estudian conocimientos prácticos, útiles, que pueden asegurar a los que los poseen por ser constante el consumo de lo que producen una existencia holgada.”[8] El conocimiento de un oficio, de un arte, según Martí, garantizaba al hombre independencia personal y dignidad pública, “ventajas físicas, mentales y morales, vienen del trabajo manual, el ocio corrompe y envilece, depaupera, con el trabajo el hombre crece.” [9]
Como se puede observar, dentro de la exaltación martiana por las ciencias, por la educación pragmática y positivista, bulle una preocupación esencial: la educación debe ayudar a que se perpetre lo mejor del hombre, sus cualidades morales, por ello sentenció que “Hombres recogerá quien siembre escuelas”. El primer trabajo del hombre es reconquistarse. Urge devolver los hombres a sí mismos; urge sacarlos del mal gobierno de la convención que sofoca o envenena sus sentimientos, acelera el despertar de sus sentidos, y recarga su inteligencia con un caudal pernicioso, ajeno, frío y falso.[10] Con estos dos símbolos nos da Martí las claves de su época: libertad y ciencia. Estas son, señala con optimismo, “las llaves maestras que han abierto las puertas por donde entran los hombres a torrentes, enamorados del mundo venidero”.[11]
Para José Martí el vínculo imprescindible entre ciencia y libertad era la educación. Pero una educación nueva, que no sea “mera instrucción” o “morosa enseñanza de modo de leer y escribir”,[12] sino “una educación que ponga rieles a esta máquina encendida y humeante que ya viene rugiendo por la selva, como que trae en sus entrañas los dolores reales e innecesarios de millones de hombres”.[13]
Abarcador y amplio, múltiple y totalizador, es el concepto de educación de Martí. No podía el pensamiento cubano de siglo XIX haber arribado a un paradigma de educación más completo y progresista.
Tras treinta años de dura lucha del pueblo cubano en el siglo XIX por la independencia, la intervención de los EEUU en la Guerra, bien definida por Ramiro Guerra como la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana, tronchó las ansias más nobles y las aspiraciones de aquellos que ofrendaron sus vidas por tan alta y noble tarea.
A partir del 1 de enero de 1899 comienza la etapa de la intervención de los EEUU en Cuba, caracterizada por la toma de un conjunto de medias políticas, económicas y sociales que posibilitaría crear las condiciones necesarias para su perpetuidad en la isla. Muchos eran las necesidades existentes en todos los sentidos. En el plano de la educación se hacia necesario la toma de urgentes medidas que garantizaran el adoctrinamiento de las masas populares. Este era un sector básico dentro de los intereses de los norteamericanos ya que permitiría “(…) promover en Cuba el desarrollo de actitudes y valores compatibles con los objetivos más amplios de la política norteamericana”[14]
En las condiciones de Cuba, la intervención imperialista tendría que tener otro matiz. El pueblo cubano no era un pueblo pasivo que se sentaría a observar los cambios, recuérdese que en condiciones casi infrahumanas había llevado a acabo una lucha por la independencia catalogada por muchos como una epopeya. Se hacía necesario transformar por tanto los métodos y costumbres españolas que se habían transformado en la isla tras un largo proceso de transculturación que había dado al traste con la aparición de un pensamiento cubano propio y enriquecido a partir de fines del siglo XVIII y todo el siglo XIX.
Esta conciencia de cubanía debería ser anulada y neutralizada, se hacía necesario que los cubanos pensaran como los propios norteamericanos, a decir del investigador Justo Chávez Rodríguez “(…) los EEUU diseñaron para Cuba (…) una concepción político - educativa especial, para, a partir de ella, socavar la conciencia del cubano (…)”[15]
Para dar cumplimiento a sus aspiraciones el gobierno interventor realizó cambios en los programas de estudios permitiéndoles convertir en el medio ideal que le posibilitara, a través de la batalla de la conciencia, alcanzar el propósito de americanizar al pueblo cubano. Estas ideas educativas se sustentaron en concepciones eclécticas enriquecidas con elementos de las teorías de Spencer y de Pestalozzi y cambios en cuanto a los problemas relacionados con la didáctica donde se aprecia énfasis en la teoría neoherbartiana.
Los planes de estudios que se aprobaron eran completamente norteamericanos, en el no se permitió que los cubanos realizaran propuestas. Uno de los cambios que en aquella etapa marcó bastante en el descrédito y en el olvido lo fue la enseñanza de la Historia. Esta fue manipulada a su antojo por los norteamericanos con la marcada intención de remodelar la memoria del pasado colectivo. En las escuelas se enseñaba la historia de los EEUU y no la de Cuba y se aseguraba que el pueblo de Cuba le debía la independencia a los norteamericanos. Al respecto Ramiro Guerra afirmaba “Los textos de historia recogían (…) la versión norteamericana de que los cubanos habían contribuido muy poco al logro de su propia independencia (…) Una revolución de tres años de duración fue transformada en una guerra de tres semanas. Lo que se consideró importante, desde el punto de vista histórico para conformar las crónicas de la guerra, fueron las victorias norteamericanas (…) La guerra cubana de liberación nacional se convirtió en la “Guerra hispano-norteamericana”, nomenclatura que negaba la participación de los cubanos”[16]
No obstante a las medidas tomadas por el gobierno interventor y a sus manipulaciones en el terreno ideológico y educativo, el siglo XX tomaría tanto en el terreno político como pedagógico una herencia ideológica genuina, de fuerte proyección revolucionaria, independentista, científica y humanista, para crear un nuevo hombre y transformar la sociedad cubana.
Bibliografía.
1. Casanova, Elsa M. Para Comprender las Ciencias de la Educación. Editorial Verbo Diario; 1991; España.
2. Castro, Fidel, Discurso pronunciado en la clausura del Congreso Pedagogía 2003, en el teatro \"Carlos Marx\", el 7 de febrero del 2003. (Fragmentos).
3. de la Luz y Caballero, José, Filosofía y Pedagogía. Prólogo de Francisco G. del Valle. Secretaría de Educación. Dirección de Cultura. La Habana. 1935. Cuadernos de Cultura. 103 páginas.
4. de la Luz y Caballero, José, Obras de la Vida Intima Tomo I. Prólogo de Elías Entralgo. Editorial de la Universidad de La Habana. 1945. 414 páginas.
5. de la Luz y Caballero, José, \"La polémica filosófica\". Biblioteca de Clásicos Cubanos No10. Ediciones Imagen Contemporánea, La Habana, 2000, pág 403.
6. de la Luz y Caballero, José. Obras de la Vida Intima Tomo II. Prólogo de Elías Entralgo. Editorial de la Universidad de La Habana. 1949. 431 páginas.
7. de la Luz y Caballero, José. Aforismos y Apuntaciones. Prólogo de Rafael García Barcena. Editorial de la Universidad de La Habana. 1945. 431 páginas.
8. de la Luz y Caballero, José. Escritores Literarios. Prólogo de Raimundo Lazo. Editorial de la Universidad de La Habana. 1946. 294 páginas.
9. José de la Luz y Caballero, José. Aforismos, ed,cit. Nota de José Martí, pág XIII.
10. Husen, Torsten y Pstlethwaite, T. Neville. Enciclopedia Internacional de la Educación, Volumen 5. Editorial Vicens Vives y Ministerio de Educación y Ciencia; 1990; Madrid.
11. Martí, José, Obras completas.
12. Martí josé. \"José de la Luz por José Martí\". crónica publicada en el diario Patria en Nueva York en 1894.
13. Microsoft, Enciclopedia Encarta 97. 1997, Microsoft, Estados Unidos.
14. Moquete, Jacobo; Introducción a la Educación. Malibú y Editora Tavarez; 1995; Santo Domingo.
15. Varela, Félix: \"Espíritu público\", en Revista Bimestral Cubana, No9, Enero 1834, pág 265-275.
16. Vidal Morales y Morales: Hombres del 68. Rafael Morales y González. Ed Ciencias Sociales, La Habana, 1972. pág 85-86.
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[1] Apuntes para la historia de las Letras y la Instrucción Pública en Cuba”(1855),
[2] Aborda la naturaleza desde posiciones materialistas y ello repercute en la concepción de un nuevo método científico experimental; indaga en las verdaderas causas de los fenómenos naturales y argumenta la necesidad de que el conocimiento se ponga en función de dominar las fuerzas de la naturaleza y perfeccionar el ser humano.
[3] Cartaya, Perla : José de la Luz y Caballero y la Pedagogía de su Época, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1989. pag. 41-43
[4] Vitier, Medardo : Las Ideas y la Filosofía en Cuba, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1970, Pág. 37
[5] Martí, José : Educación Científica, La América, Nueva York, 1883, Obras Completas, Tomo 8, Editorial de Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1965, Pág. 277-279
[6] Martí, José : Ibídem
[7] Martí, José : Ibídem
[8] Martí, José : Ibídem
[9] Martí, José : Ibídem
[10] Martí, José : Prólogo al poema del Niágara, 1882, Obras Completas, Tomo 7 Editorial de Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1965, pag. 24.
[11] Martí, José : Respecto a nuestra América, 1884, Obras Completas, Tomo 6 Editorial del consejo Nacional de cultura, La Habana, 1965, pag. 24.
[12] Mart, José : Ibídem.
[13] Martí, José : Prólogo a Cuentos de Hoy de Mañana de Rafael de Castro Palomino, 1883, Obras Completas, Tomo 5, Editorial del CNC, La Habana, 1965, pag. 102.
[14] Castro Ruz, Fidel. Informe Central al Primer Congreso del PCC. Pág. 12.
[15] Chávez Rodríguez, Justo A. Bosquejo histórico de las ideas educativas en Cuba. Editorial Pueblo y Educación. Ciudad de la Habana. 2002. Pp. 81-82.
[16] Guerra, Ramiro. La educación cubana en el período de la República, en revista Trimestre, Vol. IV, Nro. 2, abril-mayo-junio, La Habana, 1950, pp. 182 y 194.
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