LA SACRALIDAD ONTOLÓGICA Y LOS EDUCADORES Por: Dr. C. Paúl Antonio Torres Fernández Instituto Central de Ciencias Pedagógicas

¿Quién dijo que se aprende solo en la institución escolar?... ¿Cuánto no puede aportar también un congreso científico?... Es cierto que un evento de esa naturaleza suele ser –por momentos– agotador y hasta tedioso, justificando así –ante nuestras conciencias– breves espacios de digresión y viajes de pasarela, como mismo la aceptación de la tentadora invitación de un viejo amigo a tomar una cerveza clara allá, “en la yerbita”; pero “UNIVERSIDAD 2016” me dejó hoy con la pepe grillada sensación de que faltaré a mis más sagrados principios éticos si me acuesto a dormir, esta noche, sin terminar de escribir esta sentida Nota.
Ha sido una jornada especialmente activa, que se inició con la extraordinaria conferencia de Carlos Alberto Libanio –inspiración principal de esta reflexión– y continuó con la posibilidad se saciar esa curiosidad profesional que -de seguro- ha generado en muchos de nosotros el 17D, en la mesa redonda dedicada a las perspectivas de incremento de la cooperación entre las universidades cubanas y las norteamericanas, así como con la no menos trascendental conferencia de nuestro Abel Prieto, dedicada a los reales peligros de los consumos culturales en la era postmodernista. Ha sido un gran día de congreso, sin dudas. Mas, me centraré –como ya dije– en la primera de las actividades del programa científico.
La espaciosa Sala 1 del Palacio de Conversiones de La Habana parecía pequeña esta mañana con tantos delegados detrás del eminente orador, quien nos sorprendió –incluso antes de empezar– acercándose modesta y sigilosamente por la espalda de su agitado público, que esperaba ansioso que acabaran de abrirse las puertas del salón. Carlos Alberto llegó a hurtadillas, entre los stands que bordean la entrada pública de la excelsa sala, en vez de por la oficial entrada de los invitados especiales, como para dejarnos claro una vez más que él, Frei Betto, se considera tan mortal como nosotros y que si flota por sobre nuestras cabezas, cuan ángel celestial, es porque lo han elevado hasta allí nuestra admiración y respeto, y no otra razón banal.
El sacerdote dominico e intelectual revolucionario fue hoy especialmente holístico cuando inició su conferencia recordándonos que el físico teórico Robert Oppenheimer, quien dirigió el Proyecto Manhattan, a partir del cual se fabricaron las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, –en efecto– los medios causantes de los dos atentados terroristas más graves de la historia de la humanidad, se había graduado en una de las mejores instituciones escolares del mundo, la Universidad de Harvard; como mismo su colega del Proyecto Manhattan, Edward Teller, había sido profesor de las universidades –igualmente prestigiosas– de Londres y Berkeley.
Como si fuera poco, nos remembró que los dos presidentes norteamericanos que ampararon el fatídico Proyecto Manhattan se habían titulado precisamente de Derecho, por demás en las universidades de Harvard y Columbia. Ya a esa altura de la presentación nos quedaba claro a todos los asistentes que Frei Betto nos estaba argumentando –magistralmente– que la razón sin la ética no hace a los individuos precisamente humanos.
No puedo reproducir aquí –completamente– la conferencia de Frei Betto. Pero, tampoco puedo dejar de referir otros importantes pasajes de su genial discurso.
Betto nos reflexionó que las universidades habían aparecido, a semejanza de los monasterios del Medioevo, con la predisposición de sus miembros al distanciamiento del sufrimiento humano de sus excluidos, cuan torres de marfil puestas a la disposición plena de la razón y la cualificación para el mercado. A ello siguió una bien argumentada crítica a la transformación elitista y liberal de las universidades norteamericanas, como mismo a la pedagogía pragmatista que la sustentó. Apoyado de ese análisis arremetió, entonces, contra la vigente escisión de las ciencias naturales y humanísticas, como también de la ética y la investigación científica.
Su mensaje de fondo quedó nítidamente plasmado en el siguiente fragmento de su discurso: “Tanto en el mundo capitalista como en el socialista, las universidades transitaron del humanismo regado con agua bendita al racionalismo cientificista abrazado al mito positivista de la neutralidad de la ciencia. Pero la brújula de la ciencia es la ética, como bien demostró Aristóteles. Y la ética es el conjunto de valores que incorporamos para hacer más digno y feliz nuestro breve período de vida (…)”. Y continuó sentenciando: “Ese humanismo debería ser la estrella polar de nuestras universidades, capaz de señalar el rumbo de todas las investigaciones científicas, los inventos tecnológicos, la formación de profesionales y de hombres y mujeres dedicados a la política y a la administración pública”.
Frei Betto seleccionó para concluir su intervención a sendas citas de dos pensadores modernos, tan extraordinarias ellas como las tesis que sostuvieron su despliegue argumentativo: una del filósofo de las ciencias Gastón Bachelard, tomada de “La filosofía del no”, y la otra de nuestro José Martí, recogida en esa electrizante crítica política y educativa que es “Nuestra América”. Del primero citó: “Preguntémosles, pues, a los científicos: ¿cómo piensan, cuáles son sus intentos, sus ensayos, sus errores? (…) ¿Por qué razón se expresan tan sucintamente cuando hablan de las condiciones psicológicas de una nueva investigación? Transmítannos, sobre todo, sus ideas vagas, sus contradicciones, sus ideas fijas, sus convicciones no confirmadas”.
De Martí refirió una cita mucho más extensa que reduciré a su esencia: “(…) El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella (…)”.
Así, de la mano de esos dos grandes filósofos de la era de la razón y de los sueños de libertad plena, Frei Betto puso punto final a su genial intervención, no sin antes dejar vibrando en mí –como, supongo, también en otros muchos- sus reflexiones de medio término, acerca de que las páginas bellas del cristianismo y del socialismo se han nutrido de una misma raíz, que es la ética bíblica, la que nos revela a los humanos como seres dotados de sacralidad ontológica. Sé que, aún sin decirlo, nos dijo que les toca especialmente a los educadores cultivarla.
(Tomada de la List@ de Discusión de la comunidad cubana de investigadores educativos y replicada en sus páginas asociadas de Facebook y Twitter, así como en el Blog de Google “Investigación Educativa”).

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