LAS ACCIONES POLÍTICAS DE RIGOBERTO CABEZAS EN GUATEMALA

LAS ACCIONES POLÍTICAS DE RIGOBERTO CABEZAS EN GUATEMALA

LILLY SOTO VÁSQUEZ

Rigoberto Cabezas es conocido por la historia nicaragüense como el fundador del diarismo y por su lucha por la reincorporación de la Mosquitia. En Guatemala, es conocido por su participación en la lucha en la que perdió la vida el General Justo Rufino Barrios, en Chalchuapa en 1885 y por haber fundado el diario “EL PUEBLO”, de efímera existencia, pues sólo pudo publicar tres números y que, por sus acertadas publicaciones, el mandatario de turno, el General Barillas, mandó a expulsar de este territorio al periodista y también Coronel del Ejército de Guatemala, Rigoberto Cabezas.

Esta historia pude recobrarla de el número 35 de “El Unionista” órgano del Partido Unionista, con sede en Guatemala , y este número del periódico con fecha Martes 24 de febrero de 1920, contiene un artículo titulado “Piedra de Toque” que relata y rememora las acciones políticas de Rigoberto Cabezas en Guatemala. El artículo se encuentra en las páginas 3-5 del citado periódico.

El artículo consta de quince párrafos e informa sobre estas acciones y revela que Rigoberto Cabezas formaba parte del escalafón del Ejército de Guatemala, es llamado “el periodista de los Lagos” así como que Andrés Dumas y Rafael Spínola eran sus amigos en estas luchas. Rechaza la acción del General Barillas y compara las acciones posteriores del General Barillas y de Rigoberto Cabezas, situando a este último como un caballero de las letras en el Siglo de Oro, como un héroe de leyenda.

Transcribo el texto como una contribución a la historia de Nicaragua y a la historia del periodismo centroamericano y como aporte a los estudiosos de la vida y obra de Rigoberto Cabezas.

PIEDRA DE TOQUE

Pluma acerada la de Rigoberto Cabezas¡ Ora la esgrimiese como hoja toledana contra la administración conservadora de su tierra nativa; ya la enristrase como lanza para arremeter al gobierno liberal salvadoreño; ya la blandiese sobre la proteica política de Honduras, o la empuñase para azotar el absolutismo radical guatemalteco, siempre resultaba arma formidable en la mano viril del escritor nicaragüense.

Llamábase Cabezas; y la suya, melenuda y alborotada como la de un león guardaba adentro fósforo bastante para encender polémicas, estallar ruidosamente y fulminar a los contrarios.

Acabada la trágica aventura que culminó en Chalchuapa con la muerte del caudillo, caído con el estandarte de la Unión en la mano, Cabezas tomó parte en la política interior que se iniciaba. Dejó el traje oliente a la pólvora y orlado con las franjas coronelicias, y colgando la espada empuñó la pluma. Pensar y ejecutar eran actos continuos en aquella alma inquieta y vigorosa. El diario “El Pueblo” salió al punto como un Veraguas que hacía mesa limpia en el ruedo de las contiendas periodísticas, acometiendo con tal vigor y ligereza tanta, que ni picas ni capas ni carreras valían para librarse de un achuchón, cuando menos.

¡Desde cuándo no se veía en Guatemala un periódico de combate en la candente arena de la política ¡ Bajo el puño férreo del General Barrios no habría podido ni soñarse siquiera la prensa de oposición.

Absorto el público leyó el número 1 del periódico, aspirando a plenos pulmones aquel vivificante soplo de libertad.

-Esta prensa- dijo el periodista de los Lagos: -sólo la aguanta un gobierno democrático de veras: es la piedra de toque de las libertades públicas. No sé si el General Barillas sea republicano sincero o liberal de pega; pero si llego al número 10 de mi diario, lo postulo candidato a la presidencia.

Andrés Dumas y Rafael Spínola, acólitos de aquel pontífice del periodismo, volaron con la buena nueva del maestro, augurando un gobierno de amplias libertades.

Salió la segunda edición del periódico. El número 2 produjo delirante explosión en el público. Barillas arrugó el ceño más de lo que usualmente se marcaba en su no muy anda ni pensadora frente. Y como un suceso de escándalo perpetrado por alto jefe del Ejército conmoviera a la ciudad, un “alcance” al número 2 de “El Pueblo” dio cuenta de él, condenando con apostrofes de fuego las violencias del sable. El número 3 traería detalles de la Cueva de Reinaldos de donde salían al asalto los malhechores; y sacaría a plaza a los caballeros de la Tabla Redonda que se proponían la conquista del Poder. Barillas frunció los labios bajo la rigidez de su típico bigote: la milicia aprestó rabiosa empuñadura de la charpa: los palaciegos temblaron y la intriga se abrió camino. Una orden perentoria previno al periodista el inmediato extrañamiento del país, por extranjero pernicioso.

En donde se acababa de emprender la campaña de la Unión, se expulsaba por extranjero a un nicaragüense, que figuraba en el escalafón militar de Guatemala¡
Para los tiranos no hay lógica ni razón ni leyes: arremeten desatentados contra todo en son de venganza, con arrebatados furores de animal bravío.

La piedra de toque reveló la alquimia del gobernante provisional, y Cabezas se fue sin postular la candidatura de Barillas, para cuya elección hubo que modificar la carta constitucional.

Quedaba Guatemala sin Cabezas. Y realmente, no las había que pensaran hondo y vieran lejos: cabezas de estadista, de político que ventea lo que esconden las malezas del porvenir¡ Eso de cambiar la Constitución para habilitar a un hombre, pecado mortal en contra de la democracia y la majestad de las leyes ya se trate de un designado, a la muerte de Barrios, o de un jefe que se reelige indefinidamente.

La oposición de caracteres y de valía y de nombre entre el presidente de Guatemala y el periodista expulso, se manifestó al principio directamente después, por la muda comparación entre los papeles que les reservara el Destino.

La actitud de violencia del gobernante alejó un enemigo formidable, ciertamente; pero le enajenó la confianza que el país fincaba en la ecuanimidad de un mediano comandante y le hizo aparecer en el exterior como tiranuelo vulgar.

La espada del Designado, casi siempre fue en sus manos hacha de matarife contra las libertades públicas, maza de pesadumbre sobre su pueblo, cuando debió ser guardia de la ley y defensa del honor nacional. Las armas de Rigoberto lucen en Centro-América con reflejos de gloria: tremendo látigo su pluma, relampagueó sobre las cumbres como el rayo, y como el rayo purificador despertó a las muchedumbres adormidas con el rodar de sus ecos atronadores: acero diamantino el de su espada, a sus filos cortó el nudo gordiano en la Costa Atlántica, con la incorporación de la Mosquitia: pluma y espada, como los caballeros de las letras en el Siglo de Oro: pensamiento y acción, como los héroes de la Leyenda. Tal, Rigoberto Cabezas.

No sabe la fuerza en sus ciegos arrebatos, lo que es luchar contra el Derecho: efímero es el tiempo de la arbitrariedad; perdurables y santas las victorias del talento. La fuerza la tienen el tigre que asalta, el boa que asfixia y el asno que acocea: la gloria la alcanza el cóndor que se cierne entre las nubes, el águila que ve de frente al Sol.

Guatemala de la Asunción, 23 de enero de 2013

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