En educación es urgente un cambio de “chip”

Por:
Jesús Octavio Toro Chica
Facultad de Educación y Ciencias Sociales de Uniremington

Cuando nos adentramos en el mundo del diseño instruccional, los primeros desafíos que se nos vienen a la mente tienen que ver con las respuestas que dentro de nuestra planeación debemos dar, no solamente desde lo teórico y lo conceptual, sino también desde el diseño de todas aquellas estrategias pedagógicas, metodológicas, didácticas y estratégicas que nos tienen que convocar, tanto a docentes como a estudiantes, a resolverlas.

En este sentido, ¿qué es lo que los estudiantes de hoy deben aprender? Y, por ende, ¿qué es lo que se les debe enseñar? Las respuestas son claras y hasta obvias: los estudiantes de hoy tienen que aprender todo aquello que les permita la realización de su existencia en el mundo actual. Perogrullada, pero verdad. Por su parte, los docentes deben enseñar otras cosas, especialmente aquellas que posibiliten a sus estudiantes la evolución en la época moderna. Una perogrullada más, y hasta peor, porque se desprende de la anterior.

Podemos entonces afirmar que el maestro tiene que “enseñar” otras cosas y los estudiantes tienen que “aprender” otras; y en ambos casos, bien distintas a lo que se hace tradicionalmente en la actualidad. Si expreso lo anterior, es porque, en definitiva, estoy convencido de que ni los docentes enseñan lo que tienen que enseñar, ni los estudiantes aprenden lo que tienen que aprender. Y es así. Ojalá cada uno de nosotros, quienes nos consideramos académicos, en aquellas conversaciones informales, pero altamente enriquecedoras con nuestros estudiantes, nos atrevamos, no solo a plantearles una simple pregunta, sino a valorar con seriedad y responsabilidad sus respuestas. ¿De qué o para qué les sirve lo que “supuestamente” están aprendiendo en este momento?

Competencias humanas…

Si asumimos entonces nuevas formas de “enseñar” y nuevas formas de “aprender”, desde los puntos de vista pedagógico y didáctico, es necesario recurrir al rescate de algunas competencias humanas que desde tiempos inmemoriales han sido aniquiladas por la escuela y por los modelos pedagógicos obsoletos y anacrónicos, y hasta por docentes que las consideran “peligrosísimas”, y que hacen de ellas, si no parias, sí enemigas del statu quo imperante en el ambiente educativo.

Esas competencias humanas de las que hablo, son: la imaginación, la curiosidad, la creatividad, la fantasía, la intuición, la iniciativa y la visión; y alrededor de ellas –y con ellas–, la incertidumbre.

Valga la anotación, muy respetuosa, por cierto, que no estoy de acuerdo con algunos expertos que desde hace algún tiempo han venido llamando a estas competencias humanas que he señalado, como: “habilidades blandas”. Además, no entiendo porque, siendo habilidades y competencias humanas considerablemente fuertes, estas, como otras que hacen parte de esas clasificaciones, se denominen así. Pero continuemos…

Imaginación, curiosidad, creatividad, fantasía, intuición, iniciativa, visión, incertidumbre y otras cuantas, de aquellas que muchos llamarían: “entelequias”, y que son tan solo habilidades y competencias humanas, las que por los formalismos de la escuela y de los currículos, así como de las rigideces de los maestros, tienden a desaparecer hasta de los diccionarios pedagógicos. Estos sí son, así me aleje un poco del concepto academicista sobre metaconocimiento, verdaderos metaconocimientos. Lo ideal es que con estos metaconocimientos, el estudiante, acompañado conveniente por aquel que guía u orienta su proceso de aprendizaje, puede allegarse para sí mismo cualquier conocimiento que le sea útil y necesario. ¡Ah!, y, además, tendríamos a “maestros” y estudiantes haciendo lo que realmente tienen que hacer.

Considero meramente ético que, desde la academia, nos hagamos este tipo de reflexiones, pues estoy seguro que la mente y el corazón del verdadero maestro sienten repugnancia frente a lo que hacemos en las instituciones educativas y que llamamos “educación”; donde por miles de años nos hemos dedicado a cambiar y a buscar modificaciones; donde el “síndrome Lampedusa”, que consiste en que todo cambie para que todo siga igual, se instala en todo y en todos, dejando las cosas un poco peor de lo que estaban. O es qué no hemos escuchado aquella manida expresión que se ha dejado oír en cualquier cantidad de escenarios donde se trate el tema educativo, y la cual se enfoca en que es mediante la educación que podemos modificar la sociedad, y aun, con los “ingentes” esfuerzos que hacen gobiernos, autoridades educativas e instituciones, la educación avanza, pero no en modelos pedagógicos, los cuales siguen siendo los mismos; se avanza en aspectos de infraestructura, cobertura y calidad, aunque de verdad, no sé de qué calidad hablan, mientras que la sociedad, cada día, es mucho más compleja, más perversa, con niveles de convivencia, participación, solidaridad e interrelación humana, cada vez más bajos.

Con todo esto de las competencias humanas reflejadas en la imaginación, la curiosidad, la creatividad, la fantasía, la intuición, la iniciativa, la visión, la incertidumbre, entre otras, y teniendo en cuenta las exigencias que demandan que desde la academia se deben “enseñar” otras cosas muy distintas a las que se tratan de “enseñar” hoy, y que además los estudiantes, definitivamente están exigiendo “otros” aprendizajes completamente diferentes y que de verdad respondan a su ubicación en el universo y a sus necesidades de responder adecuadamente a las exigencias que esa ubicación demanda, lo cierto es que rotundamente hay que despedirse de muchos vicios, paradigmas y estereotipos que han sido dañinos para la educación.

Esos reflejos dañinos…

Me atrevo a señalar algunos aspectos que considero que le han hecho daño a la educación –y no poco–:

• Un sistema, como tal, revestido de paquidermia mortal.
• Docentes que llegan al sistema sin la más mínima idea sobre conocimientos esenciales de educación, enseñanza, aprendizaje, pedagogía, currículo, etc.. Y no se trata de solo términos, sino de conocimientos básicos para su desempeño adecuado como “educadores”.
• Estudiantes que llegan al sistema sin la más mínima motivación por el aprendizaje y que les ha de propiciar la institución.
• El maestro “sabelotodo”, “culmen de la sabiduría”, “oráculo del conocimiento”, “poseedor de la verdad” …
• Libros de texto con procedimientos y respuestas incluidas, que únicamente contribuyen a la “pereza mental” en la que fácilmente caen los principales actores del acto pedagógico: maestros y estudiantes, cercenando las búsquedas, la imaginación, la curiosidad, la creatividad, la fantasía, la intuición, la iniciativa, la visión, la incertidumbre y otras cuantas…
• Didácticas, metodologías y pedagogías tradicionales, además de obsoletas.
• Conceptos sobre la posesión del conocimiento que lo hace exclusivo y elitista. Este es de unos cuantos privilegiados.
• El transmisionismo al que estamos acostumbrados, independientemente de la corriente pedagógica que impere, pues es lo que más nos facilita poder entregar en dosis remarcadas por el currículo y por los funcionarios que velan por su “estricto cumplimiento”, aquellos conocimientos que ya vienen preestablecidos en compartimientos llamados “libros”, muchas veces de acceso restringido para el mal llamado maestro, pero que se convierte en ficha clave para el descreste con su supuesta sabiduría.
• Sabiendo que todo lo puede dar el maestro y que todo lo extrae de aquellos misteriosos libros de texto, los estudiantes no tienen que pensar; no vale la pena ese esfuerzo, pues la sabiduría del maestro los sacará de los apuros en los cuales se puedan encontrar.
• La memorización, confundida muchas veces por el sistema educativo con “inteligencia”, pero que solo es demostrable en momentos de respuestas sobre preguntas cerradas, sin la menor oportunidad de poner a funcionar la imaginación, la curiosidad, la creatividad, la fantasía, la intuición, la iniciativa, la visión, la incertidumbre y otras cuantas cosas más.

Deteniéndome un poco para ahondar en lo anterior, los aprendizajes generados en contravía, o sea al revés, serán aprendizajes dinámicos en movimiento, continuados y multidireccionales. Hago esta anotación, porque venimos haciendo pesquisas y allegando información acerca de todo lo que tiene que ver con el método de “clase invertida”.

Desaprender para enseñar

En fin, quedan muchas aspectos que debemos desaprender para poder “enseñar” cosas distintas y, ahí sí, poder aprender diferente; de tal manera que aquellos lugares destinados para el aprendizaje, que no son solamente las aulas físicas o virtuales de clase, sino que son todos los espacios por donde se mueven nuestros estudiantes, sean verdaderos recintos para las interacciones sociales, académicas, personales y profesionales, convirtiéndolos en ambientes motivadores, provocadores y apasionantes, basados en el desafío constante y en la actividad mental permanente y productiva.

La educación en general tiene que propender por todos aquellos cambios paradigmáticos, en especial, todo aquello que tanto daño le ha hecho a la educación, exigiendo, eso sí, un nuevo maestro y un nuevo estudiante, que han de compartir novedosos y distintos conocimientos y, por ende, propiciadores de nuevos y diferentes aprendizajes, donde en realidad, todo lo que se torna como acción pedagógica sea para el disfrute de estudiantes y maestros; que todo lo que allí se realice, rompa con el estrés que producen las aulas de hoy, que no son más que “estancos” llenos de estudiantes estigmatizados y supeditados a comportamientos establecidos y, en la más de la veces, alienantes.

En suma, no sigamos haciendo lo mismo, pues haciéndolo, nos seguiremos equivocando... ¡Cambiemos de chip!

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