Daniel Quineche Meza*

Estimadas autoridades académicas de la universidad, padrinos de la promoción, profesores, familiares y amigos:

El ingreso al Doctorado ha significado para todos nosotros el reencuentro con la Filosofía. Los problemas de la cotidianeidad y su urgencia de buscarles soluciones satisfactorias nos tienen envuelto en un practicismo caracterizado por las soluciones fáciles, de logros inmediatos, sin medir las consecuencias futuras. Hoy existe el convencimiento de que la introducción de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en la economía y en la educación son suficientes para estar a la par de la modernidad con la esperanza que de ellas dependerá la solución de los problemas.

Los problemas no se resuelven sólo porque ya se tiene una fórmula para actuar con posibilidades de éxitos y de la disponibilidad de recursos. Ante todo, los problemas de la sociedad, al fin al cabo problemas humanos, requieren de una profunda reflexión sobre los pro y los contra de nuestras acciones. No se trata sólo si nos gusta o no, si podemos o no, si ganamos o perdemos, si nos aplauden o nos rechiflan. Se trata de optar por caminos que engrandezcan a la humanidad.

El maestro Obdulio Banda tuvo la virtud de abrirnos el panorama de la reflexión filosófica, de cómo ella ha venido desarrollando a la par que los grandes procesos de cambios que se han venido dando y continúan ante nuestra perplejidad. Virtud que no sólo fue informativa sino también de una nueva pedagogía que nos desafiaba a pensar por nosotros mismos, a contraponer nuestros puntos de vista a la de grandes pensadores, a poner en cuestión nuestra ligereza y superficialidad de pensamiento y a ser más profundos. Desafío que aún permanecerá en nosotros y que nos ha puesto en el camino de la innovación y de la creatividad.

Este reencuentro con la filosofía es el que nos aclaró el norte y se convirtió en la luz que guió los trabajos de investigación que emprendimos en los cursos de Problemas del Desarrollo Nacional, Política educacional comparada, Elaboración y evaluación de proyectos educativos y Problemas de la Educación Nacional, con las herramientas académicas que nos aportaron los Seminarios de investigación científica.

Es indudable que nos resultaron muy atractivos diferentes planteamientos sobre el hombre, la sociedad, la economía, la educación y el desarrollo. Pero uno de ellos caló muy hondo y sobre todo se mostró muy retador. Explícito con mucha claridad en la obra de Emmanuel Mounier. Es en razón de ello que los integrantes de esta promoción del doctorado de Educación y Economía decidimos poner en relieve su nombre para que cada vez que actuemos, primero pensemos, reflexionemos, valoremos nuestra acción y sus consecuencias en el hombre y la sociedad, tomando conciencia del momento histórico en que vivimos.

Emmanuel Mounier, nació en Grenoble (Francia) en 1905, en el seno de una familia católica. Estudió tres años filosofía con Jacques Chevalier y luego se trasladó a París. Estando a punto de iniciar una prometedora carrera universitaria renunció a su puesto de Profesor de filosofía con estas palabras: “… ¿cómo ceñirse a una confrontación teórica, cuando el Cristo sigue mutilado o esclavizado en tres cuartas partes de la humanidad? Hay que lograr el equilibrio entre la teoría y la práxis, al menos, mientras toda la humanidad no tenga satisfechas las necesidades vitales."

En 1932, en la ciudad pirenaica de Font-Romeu, con amigos cristianos, fundó la revista Esprit (Espíritu), que fue el mejor foro europeo de debate entre humanistas creyentes y no creyentes, y el movimiento “Tercera Fuerza”. Ambos grupos (la revista y el movimiento) tenían distintas formas de actuar, aunque era un trabajo de equipo. Murió muy joven, a los 45 años, y su pensamiento crítico y propositivo ha quedado plasmado en varias obras entre las que destacan: Revolución personalista y comunitaria (1935), Manifiesto al servicio del Personalismo (1936), ¿Qué es el Personalismo? (1947), El pequeño miedo del siglo XX (1948), El Personalismo (1949).

La principal fortaleza de Mounier consistió en haber ligado su manera de filosofar con la toma de conciencia de una crisis de civilización y en haberse atrevido a proyectar una nueva civilización (Rehacer el Renacimiento) en su totalidad. Esto último, sin saberlo, fue el anuncio de la postmodernidad. Jean-François Lyotard y Gianni Vattimo, principales teóricos de la postmodernidad, se iniciaron en la filosofía de Mounier.

El pensamiento filosófico de Mounier se centra en lo que el mismo denomina “El Personalismo” y que es una redefinición del concepto de hombre. El hombre es “persona” en la medida en que no se esconde en la masa, ni se deja negar por la tecnología, ni cae en abstracciones conceptuales individualistas. En palabras de Mounier: «Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una manera de subsistencia e independencia de su ser; mantiene esta subsistencia por su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos por un compromiso responsable y una conversión constante: unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla por añadido a golpe de actos creadores la singularidad de su vocación».

La persona debe ser comprendida desde un punto de vista relacional: Encontrarse dos en recíproca presencia permite que cada cual se haga persona. Se es persona en cuanto el YO se relaciona con el TU. Es en la comunidad, en la relación concreta de comunicación con los demás, donde realmente se constituye la persona. En esta perspectiva, la persona sólo existe en la comunidad. La comunidad es personalista, una persona de personas.

Pero más aún, Mounier agrega que «quien ha penetrado profundamente en Dios, es capaz de amar a  humanidad. Amo algunos hombres, y la experiencia me ha resultado tan fértil que por ella me siento ligado a cada prójimo que atraviesa mi camino».

“Persona” y “amor” son conceptos trascendentales y expresión de la sacralidad de la vida en el pensamiento de Mounier. Es en este sentido que el personalismo tiene una profunda vocación pedagógica: se trata no sólo de amar, sino de educar para el amor y la trascendencia a una nueva humanidad: Educar no consiste en hacer –y hacernos– “mejores personas”, sino en “despertar” a la persona. «Por definición, una persona se suscita por una llamada, no se fabrica por domesticación».

Desde esta perspectiva el personalismo cuestiona tanto al Capitalismo como al Comunismo por cuanto en ambos casos el hombre sólo es parte de la masa y les contrapone la Sociedad cristiana en tanto comunidad de personas.

«Despersonalizada en cada uno de sus miembros, y en consecuencia, despersonalizada como totalidad, la masa se caracteriza por una mezcla singular de anarquía y tiranía. Por la tiranía  del anónimo, la más vejatoria de todas en cuanto que oculta todas las fuerzas, aquellas auténticamente innominadas, que se recubren de su personalidad. Es hacia la masa donde tiende el mundo de los proletarios, perdido en la triste servidumbre de las grandes ciudades, de los inmuebles cuarteles, de los conformismos políticos, de la máquina económica. Es hacia la masa donde se desliza una democracia liberal y parlamentaria olvidadiza de que la democracia era primitivamente una reivindicación de la persona.»

Mounier fue un defensor de la democracia como base para cualquier actividad política y social:

«Llamamos democracia con todos los calificativos y superlativos que se quiera,  para no confundirla con sus minúsculas falsificaciones, al régimen que reposa sobre las personas que constituyen la comunidad social. Entonces sí estamos al lado de la democracia.  Agregamos que, desviada desde sus orígenes por sus primeros ideólogos, después estrangulada en su propia cuna por el mundo del dinero, esta democracia jamás ha sido realizada en los hechos, sino apenas en los espíritus.»

En esta nueva democracia el Estado cumple un rol y Mounier explicó con estas palabras su función: «El Estado es una comunidad espiritual, o persona colectiva en el estricto sentido de la palabra.  No está sobre la patria, ni sobre la nación, ni- a mayor abundamiento- sobre las personas. Es un instrumento al servicio de las sociedades, y a través de ella, con ellas si fuera preciso, al servicio de las personas.  Instrumento artificial y subordinado, pero necesario.»

En Mounier siempre está presente el compromiso como una de las cualidades fundamentales de la persona. Pero compromiso comprendido como expresión de la libertad. Ser libre es hacer. No hay libertad en el hombre sino en la realización de un compromiso, y no hay compromiso en el hombre sino en libertad. La libertad sí, pero, bajo condiciones. La condición de que haya libertad es que haya personas y sólo hay personas si hay vínculos de amor. Y nadie ama más a su prójimo que el que da la vida por él. La libertad exige la presencia en la lucha: estoy presente. No es una libertad de abstención, sino de compromiso.

Los que hoy estamos a punto de optar al grado de Doctor en Educación y Economía, en el momento en que nuestro país cada vez es más atractivo a las inversiones y se hacen esfuerzos para que la exportación de bienes con valor agregado sea el pilar de la economía nacional, lo que a su vez exige elevar los niveles educativos de la población y liberar de la pobreza a casi un tercio de la misma, así como asegurar la continuidad y perfeccionamiento de la gobernabilidad democrática expresamos:

- Asumimos la tesis central de Emmanuel Mounier de que el hombre es ante todo persona sólo en comunidad, en una relación de comunicación con los demás, impregnada de valores.

- Convenimos con él que el ejercicio de nuestra libertad se expresa en el compromiso para seguir forjando una sociedad más justa y solidaria.

- Nos reafirmamos junto con él en que educar no es domesticar sino despertar personas, promover el desenvolvimiento y expresión de todas sus capacidades en un marco de respeto a la persona humana.

- Y,  nos ponemos en el camino de “rehacer el Renacimiento”, remontando el discurso de la modernidad para enunciar una promesa de vida colectiva que esté afincada en la reconciliación con nuestra diversidad cultural y en la reconciliación con el entorno. Es el momento del “derecho a la diferencia” y el “derecho a la pertenencia cultural”, dos derechos que se condicen difícilmente con el discurso igualitario y culturalmente desvinculado del proyecto de la modernidad renacentista. Asimismo es el momento de la responsabilidad con respecto al entorno, lo que es ajeno a la explotación ilimitada de la naturaleza, al progreso ilimitado del proyecto de la modernidad. Es tiempo que se asuma la interculturalidad como eje central no sólo del sistema educativo sino del conjunto de las relaciones humanas.

 

* Discurso pronunciado el 14/01/2011 en el acto de graduación de la Promoción 2009-2010 del Doctorado en Educación y Economía de la Escuela de Posgrado ¨Luis Cervantes Liñan" de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega de Lima, Perú.

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