Por Hilde Adolfo Sánchez F.

Gracias a la permanente invitación del Doctorado de Educación de la Universidad de Carabobo, recientemente tuve la oportunidad de ser jurado externo de la tesis[1] del profesor Gerardo Barbera quien con un análisis crítico y profundo nos brindó una cara poco vendida comercialmente de Édgar Morin. El ahora doctor Barbera puede ayudarnos a mirar con cuidado la moda de insertar el “proyecto educativo de la complejidad”, si es simplemente porque instituciones y personalidades de prestigio lo hacen o lo imponen como una moda. Sin embargo lo que más me llamó la atención de la tesis de Gerardo fue el toque, aunque tangencial, que dio a lo teológico y a lo espiritual a la luz de la razón, hasta presentarnos una especie de “Pensamiento Complejo hacia la trascendencia espiritual de lo real y de lo humano como fundamento de alternativas educativas”, o tal vez, como se lo dije, sobre “La trascendencia espiritual de lo real y de lo humano como fundamento de alternativas educativas, más allá del pensamiento complejo”. Aquí estuvo lo creativo, lo interesante porque diciendo algo nada nuevo y muy trillado abrió inteligentemente la discusión de lo espiritual en la Universidad cuando son temas privativos de centros de formación religiosa y partiendo de un autor materialista, nihilista, pero a mi modo de ver, muy espiritual, interesado en la “metamorfosis” con el retorno de cada uno de nosotros a sus necesidades interiores, a la vida interior y a la primacía de la comprensión del prójimo, del amor y de la amistad. No se nos aclara la duda si religión y espiritualidad son términos equivalentes pero es que jamás terminaremos de hacernos esa pregunta entre lo espiritual y lo religioso. ¿Cuándo somos una cosa y cuándo otra, o ambas? Evidentemente que hay distinciones que tienen que ver con nuestra ontología y con nuestra estructura de conocimientos. Según el DRAE, lo espiritual (del latín tardío, spirituālis) se refiere a lo perteneciente o relativo al espíritu. También nos dice que se da en una persona para calificarla de “muy sensible” y “poco interesada por lo material”.
Por su parte, cuando hablamos de religioso nos referimos a lo perteneciente o relativo a la religión. Igualmente nos referimos a una creencia religiosa o a quien profesa una religión con la práctica de sus normas y preceptos. Por supuesto que se denomina religioso a todo integrante “de una orden o congregación religiosa y es un apelativo para referirnos a una cosa o acción con características consideradas propias de la religión o de lo sagrado”.
Me cuento entre los que separan drásticamente la religión de la espiritualidad porque considero más sano distinguirlas que asumirlas con una sinonimia automática e irreflexiva. El camino es tortuoso pero alentador, tentador y hasta interesante. Su distinción nos permite aceptar o rechazar afirmaciones que favorecen o estigmatizan irreflexivamente religiones sin argumentos válidos hasta la “eliminación” de la etiqueta de religión por el solo prurito excluyente muy característico de las religiones establecidas hegemónicamente. De ahí los enfrentamientos entre el judaísmo, el cristianismo y el Islam y la exclusión de otras (religiones, para muchos, incluyéndome) como el taoísmo o el budismo. Por ello, con arengas religiosas, se puede disponer de la vida (propia o ajena), mientras que con la espiritualidad la vida se fortalece.
Como dice Frei Betto[2], espiritualidad y religión se complementan, no se confunden; la espiritualidad existe desde que el ser humano irrumpió en la naturaleza, hace más de 200 mil años pero las religiones son recientes, no traspasan los 8 mil años de existencia. Igualmente la religión es la institucionalización de la espiritualidad, así como la familia lo es del amor. “Hay relaciones amorosas sin constituir familia; del mismo modo, hay quien cultiva su espiritualidad sin identificarse con ninguna religión. Hay incluso espiritualidad institucionalizada sin ser religión, como el caso del budismo, que es una filosofía de la vida”.
Y es que las religiones debieran ser fuentes y expresiones de espiritualidades, pero no siempre es así, y se nos presentan como catálogos de reglas, ritos, creencias y prohibiciones, en contraste con una espiritualidad libre y creativa. En la religión predomina la voz exterior, la de la autoridad religiosa; en la espiritualidad predomina la voz interior, el “toque” divino. Resulta, entonces, que la religión es espiritual y la espiritualidad también puede ser considerada religiosa. Una tiende a ser más personal y privada, mientras que la otra tiende a incorporar rituales públicos y doctrinas organizadas.
En las “Pléyades”[3] (visión extra-religiosa) se lee que la religión es una institución establecida por el hombre para ejercer el control, inculcar la moral, golpear los egos, o lo que sea que hace. “Todas las religiones organizadas, estructuradas no hacen sino eliminar a Dios de la ecuación. Usted confiesa sus pecados a un miembro del clero, asiste a iglesias elaboradas a rendir culto, le dicen qué rezar y cuándo hacerlo. Todos estos factores lo alejan de dios”.
“La espiritualidad es nacida en una persona y se desarrolla en la persona. Pudiera ser detonada por una religión, o pudiera detonarse por medio de una revelación. La espiritualidad se extiende a todas las facetas de la vida de una persona. La espiritualidad es elegida, mientras que la religión es a menudo forzada. Ser espiritual para mí es más importante y mejor que ser religioso.”
“La verdadera espiritualidad es algo que se encuentra profundamente dentro de uno mismo. Es su manera de amar, aceptar y relacionarse con el mundo y la gente que lo rodea. No se puede encontrar en una iglesia o creyendo de una cierta manera”.
Por todo esto respeto las religiones pero también respeto y admiro la espiritualidad que yace fuera… y a pesar de las religiones. Por intuición o por revelación, pero siempre por convicción propia y responsable la espiritualidad es una necesidad social e individual; la religión es una posibilidad más, no siempre definitiva. Gracias a Gerardo Barbera, se ha abierto un telón para la discusión de lo que pudiera ser una estrategia de conexión de la familia y la Universidad en el diseño de proyectos educativos requeridos urgentemente por la sociedad, con la espiritualidad (inmanente) como una posible oferta de formación en colectiva y democrática participación y aceptación más allá de los límites naturales, en la trascendencia.
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[1] Barbera, G. (2018) La ontología inmanente como fundamento de las propuestas antropológicas, epistémicas y educativas de Edgar Morin. Universidad de Carabobo. Doctorado en Educación. Venezuela.
[2] https://www.alainet.org/es/active/51490
[3] https://www.bibliotecapleyades.net/mistic/mistic_11.htm

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