Siempre vinculamos el reinicio de clases con las voces de los estudiantes y el sonar de las carpetas esparciéndose por todos los rincones del colegio. Los saludos interminables entre docentes y estudiantes, entre docentes y padres de familia y, el más esencial, el saludo y abrazo entre estudiantes, con su alegría que siempre los acompaña. Y este año 2021, las esperanzas estaban en el regreso presencial a las aulas. Pero nos encontramos en un ambiente parecido al 2020.

La extensión de las clases virtuales, al inicio del año escolar 2021, genera una nostalgia por los pasillos, patios y aulas de la institución educativa. Si el año 2020 lo convertimos en un año de experimentación, innovación y dominio de nuevos recursos tecnológicos y digitales para fines educativos. Una forma de lucha de los docentes, estudiantes y padres de familia para lograr nuevos conocimientos enfrentando el Covid-19. Este año, un año más de pandemia, nos plantea un regreso a clases diferente.

No se duda de la importancia y potencial de la educación a distancia o educación virtual. Al contrario, se reafirma lo esencial que es para el sistema educativo, en el mejoramiento y logro de aprendizajes. Recurso para conservar la comunicación y enriquecer el proceso de enseñanza y aprendizaje en los estudiantes. Y ahora que se recurre a los mensajes y llamadas a través de aplicaciones de mensajería instantánea para ‘conectarse’ con los estudiantes, estamos sujetos a los límites y disponibilidad del tiempo de conexión y carga de una batería, en donde la interacción docente y estudiante busca despertar el interés y mantener la atención en el proceso de enseñanza y aprendizaje.

La interacción social, ese vínculo de grupo que da vida a un clima escolar armonioso, no es dominante en la virtualidad. Ocasionando la percepción de extrañeza. Planteándonos la importancia de lo presencial. La presencialidad es una característica dominante del ser social de la especie humana. La escuela, el espacio físico para el contacto humano, es una fuente de emociones y sentimientos que permiten el impulso motivacional por aprender, el trabajo colaborativo que compromete la solidaridad y el compromiso personal con la sociedad. Y eso se echa de menos.

Podemos afirmar que a la escuela se la extraña. No solo por sus aulas o por ser punto de constante reencuentro. Se le extraña porque nos permite aprovechar su ambiente para motivar al estudiante por aprender; para prevenir, atender y superar los problemas y dificultades escolares, para asumir compromisos y obligaciones; y principalmente, por ser parte indispensable de la formación del futuro ciudadano.

Este es un reinicio diferente. Añoramos las instituciones educativas en donde vivimos, experimentamos y dejamos parte de nuestras emociones, para construir nuevas personalidades que esta pandemia no podrá vencer.

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