Reflexiones de una profesora de inglés sobre ChatGPT
Por Julia Pich
Uno puede leer acerca de ChatGPT, cuán confiable es, cómo incide a grandes rasgos en el proceso educativo, pero hasta que no lo prueba por sí mismo, esta realidad sigue sonando a ciencia ficción. Comparto con ustedes mi primer acercamiento espontáneo a la herramienta como profesora de inglés, profesión que no dejo de ejercer ni siquiera en vacaciones.
En enero me entretuve con esta herramienta que ya no es tan nueva por la velocidad vertiginosa a la que viajamos:
ChatGPT. Nos pide que nos registremos con un e-mail y contraseña y ya podemos empezar a charlar con esta especie de Frankenstein de la inteligencia artificial.
No me enteré de su existencia por colegas, sino por las noticias. En Davos se hablaba más de esto que del calentamiento global. Seguramente tenga consecuencias legales mucho más serias que la copia en un examen pero como nadie se iba a poner a pensar en las consecuencias que va a tener en mi aula, me puse a hacer mi propia investigación.
Con el objetivo secreto de refinar las consignas a usar con mis estudiantes de inglés como segunda lengua este año, me propuse descubrir qué no podía hacer bien y qué rastros de inteligencia artificial no lograba ocultar.
Debo confesar que los resultados de mi investigación fueron bastante desalentadores: resume, compara, sugiere, explica, complejiza, simplifica, edita, traduce, argumenta… Pero eso no es todo. Además, crea. Le pedí cuentos, anécdotas, chistes, y ensayos. Hasta la famosa composición tema “La vaca”. Todo lo puede. Y si se lo vuelvo a pedir mañana, “me” escribe otra composición diferente.
Genera textos usando las mismas fuentes de las que antes se podía copiar y pegar pero ahora no hay detector de plagio que valga. Sí existe una herramienta
GPTZeroque nos dirá que probablemente sea inteligencia artificial o probablemente sea un humano lo que haya detrás, pero la realidad es que la duda siempre estará. Quizás incluso algún día terminemos escribiendo como el chat: todos igual, sin errores pero sin estilo propio.
El panorama suena cada vez peor. Para colmo de males si yo me enteré de la existencia de esto ahora, mis estudiantes ya lo han usado. Y no los culpo. Es instantáneo como todo a lo que los hemos malacostumbrado. Y es tal la naturalidad (al menos en español y en inglés) que asusta. Sólo le cuesta un poco el lenguaje metafórico y la primera persona, se disculpa y se repite demasiado, y cuando le pregunté cómo va a ser la vida después de este chat (sí, se lo pregunté) me respondió sin pánico —clara señal de que se trata de inteligencia artificial y no docente.
Sin embargo, una vez superada la fascinación por los espejitos de colores, me doy cuenta de que no tanto ha cambiado y no se trata de descubrir qué consignas no puede resolver. Siempre ha habido recursos para copiarse. En todo caso, esta herramienta democratiza el acceso al hermano mayor ideal que nos resuelve la tarea impecablemente sin pedir nada a cambio. El desafío en el aula siempre fue y será generar consignas que sirvan a su vez de valla y trampolín (Tobelem, 1994), consignas que den ganas de escribir. Si les queda claro que buscamos inferir si podrán o no extrapolar el conocimiento a otros contextos entenderán la importancia de hacerlo solos. Si no les queda claro… quizás la culpa la tengamos nosotros.
Cambian los estudiantes, lo que traen en la cabeza, los recursos de los que disponen. Cambia todo. ¿Cómo no cambiar nosotros? No olvidemos que también somos un recurso para ellos. Para no convertirnos en la enciclopedia de 100 tomos que ya nadie consulta, tendremos que seguir reinventando nuestras clases y naturalizando los nuevos recursos a medida que surgen. ¿O ya nos olvidamos del miedo que en algún momento nos daba el celular en el aula?
Los invito a probar la herramienta y pensar formas de incorporar su uso crítico a la clase inglés.
Referencias
Tobelem, M. (1994) El libro de Grafein: Teoría y práctica de un taller de escritura. Buenos Aires : Santillana.
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