La ONU, que reúne a 192 estados, asumió en 1945 el compromiso de mantener la paz y la seguridad internacionales, desarrollar relaciones amistosas entre las naciones y promover el progreso social, mejores niveles de vida y los derechos humanos. Sin embargo, viene capitalizando nuevas tendencias que lesionan los objetivos que debería defender.
Tendencias que aparecen como panaceas de los males del mundo y como alternativas frente a los resultados de experimentos fallidos que fracasan por no responder a las exigencias de la condición humana.
Las nuevas tendencias responden a un proyecto global que brota de las Naciones Unidas y de las organizaciones y estados satélites que quieren aparecer como adalid de la modernidad y el progreso. Son grupos políticos apoyados por el poder financiero que invierten muchos recursos para imponer nuevos paradigmas de conducta alterando los valores auténticos de los derechos humanos. ¿Cómo hemos de llamar a esta tendencia postmoderna que disfrazada de progreso intenta establecer una nueva hegemonía?
Las tendencias se orientan a homogeneizar el pensamiento y la cultura a nivel global. Si la globalización ofrece grandes ventajas para la humanidad también existe el riego de despersonalizar las culturas haciéndola homogénea, fraccionada y sin identidad propia. Por un lado, la globalización favorece a algunos sectores sociales y por otro excluye a las grandes mayorías. Así mismo, ofrece posibilidades de acceso a la tecnología y a la vez genera nuevas formas de desarraigo de la realidad y divisiones sociales. También afecta la cosmovisión y la identidad cristiana, cuando se instalan nuevos modelos económicos deshumanizantes y pensamientos asimétricos sobre los valores y la concepción religiosa. Tal realidad se verifica en la vivencia nacional cuando un sector favorecido por este fenómeno se impone frente a otro que difícilmente tiene acceso a ello.
Nuestro país empieza a experimentar estos cambios culturales como intromisión de ideas ajenas a la tradición cultural de la Nación. No ha de extrañarnos que en los próximos años respiremos un ambiente tóxico dañado por una mentalidad permisiva vivida ya en los países llamados desarrollados.
Esta situación se agrava al percibir que legisladores y políticos de nuestro país y de América Latina, en su intento de no aparecer cómo retrógrados, se alinean con estas tendencias haciéndose eco de ideas que luego las presentan como iniciativas legislativas en pro de la modernidad y el desarrollo, dejándose seducir por los designios de un nuevo orden mundial en nombre de una reconstrucción del hombre y la sociedad.
A esto se añade los intentos de instaurar una mentalidad laicista que sitúa a la religión como algo privado y ausente de la vida pública, dejando en situación precaria lo que es tan propia de la persona humana, aquella que le da sentido y pertenencia.
Las tendencias no son buenas por ser nuevas, ellas son fuerzas poderosas y ocultas que normalmente se manifiestan en sus efectos, de allí la necesidad de estar atentos a los signos de los tiempos, a mirar con objetividad lo que prevalece en el mundo, averiguando sus causas primeras y últimas. Estas tendencias van desde la educación, el medio ambiente, la ideología del género hasta lo contrario a la dignidad de la persona humana.
Se va construyendo una “dictadura del relativismo” que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas. Pensar en el relativismo es llevar nuestra mente al mundo de las ideologías hoy en boga.
Un análisis de esta situación puede provocar no sólo desánimo sino también claudicar a las nobles ideales, sin embargo, existe la certeza que surgirán nuevos líderes libres, que defiendan el bien común y consagren sus energías e inteligencia a favor de un auténtico humanismo, que respete la libertad y la inteligencia y responda a las legítimas aspiraciones de los seres humanos.
La ONU que presenta una excelente estructura de organización e intercomunicación entre las naciones del mundo, está llamada a ser la plataforma para un auténtico desarrollo, sin embargo declina a favor de tendencias que agreden a la dignidad del hombre presentando una imagen desfigurada del éxito y la eficacia.
Hace falta personas decididas, decisiones políticas y voluntad gubernamental para no sólo proponer políticas nuevas y buenas, sino para lograr que el “nuevo orden” existente sea realmente nuevo para responda a lo genuino del ser humano y contribuya a su auténtico desarrollo, social, económico, cultural y espiritual.
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