INTRODUCCIÓN
La pertinencia de las reflexiones de los clásicos del marxismo se reafirma cuando se examinan algunos de los acontecimientos que a partir de fines del siglo XX y principios del XXI se están sucediendo en América Latina. En los últimos veinte años la región ha sacudida por una serie de grandes movilizaciones populares ante el fracaso de la política neoliberal que se ha estado imponiendo en el continente, la que ha sido incapaz de cumplir con su promesa de hacer crecer la economía y distribuir sus frutos así como los efectos desquiciantes que el desenfreno de los mercados capitalistas ha producido y produce en el mundo.
La respuesta de los pueblos no se ha hecho esperar, basta recordar que la insurgencia popular puso fin a gobiernos neoliberales en Ecuador –en 1997 y en 2000; en Perú, acabando con la autocracia fujimorista (2000); en la Argentina, destronando al gobierno impopular, de dudosa legitimidad –por el ejercicio de su poder, no así por su origen– e ineficaz de la Alianza en diciembre de 2001 y finalmente, en Bolivia, donde en octubre de 2003 las masas campesinas e indígenas desalojaron del poder a Gonzalo Sánchez de Losada. Sin embargo, estas gestas de los desposeídos fueron tan vigorosas como insuficientes. Las masas populares, lanzadas a la calle con un auge de espontaneidad e indiferentes ante las cuestiones de organización, no pudieron ni instaurar gobiernos de signo contrario al que desalojaran con sus luchas, ni construir un sujeto político capaz de modificar en un sentido progresivo la correlación de fuerzas existentes en sus respectivas sociedades. De ahí que poco después de estas revueltas se produjera una restauración de las fuerzas políticas.
Las clases sociales se diluyen en los nebulosos contornos de la “multitud”; los problemas del Estado desaparecen con el auge de la crítica al “Estado-centrismo” o los reiterados anuncios del fin del Estado-nación; y la cuestión crucial e impostergable del poder se desvanece, como afirmara Hardt:
“… ante las teorizaciones del “contra-poder o la demonización a que es sometido en las concepciones del “anti-poder” que brotan de la pluma de uno de los representantes intelectuales del Zapatismo como John Holloway” (2000; s/p)
Ante la acumulación de contradicciones no queda otra alternativa de comprender que las masas populares en su lucha, no tienen otra salida que tomar el poder y para esas luchas, no tiene más arma que la organización. La realidad latinoamericana está demostrando que esa sentencia es más verdadera en las circunstancias actuales que en otros momentos.
De ahí el emplazamiento de Lenin a lo que, denominaba las “formas artesanales” de organización de los círculos socialdemócratas rusos. Tenemos que recordar, que la centralidad del problema de la organización era, en Lenin, por encima de cualquier otra clase de consideración, una cuestión política ligada estrechamente a su concepción de la estrategia revolucionaria. No se trataba, por lo tanto, de una opción meramente técnica sino profundamente política.
DESARROLLO
La intensa propaganda sobre la llamada “crisis del marxismo” hizo mella en las fuerzas populares y se expresa en el rechazo –visceral en algunos casos– o en la indiferencia más o menos generalizada ante toda tentativa de discutir la problemática de la organización, la estrategia política y la conquista del poder teniendo como referencias teóricas los elementos abordados a comienzos del siglo XX europeo.
¿Qué ocurre realmente en América Latina?
Prosperan en la región, reflexiones que plantean para la izquierda la inutilidad y, más que eso, la inconveniencia de conquistar el poder. Esto es pura fantasía.
Para el politólogo Atilio Borón la ausencia de la discusión respecto a la problemática de la organización, constituye una falta muy grave si se tiene en cuenta que en la coyuntura actual el escenario latinoamericano aporta una riqueza y variedad de experiencias populares realmente notables pero no por ello exentas de críticas.
Fenómenos como el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra del Brasil, el Zapatismo mexicano, las organizaciones indígenas y campesinas en Ecuador y Bolivia, los piqueteros en la Argentina, la formidable movilización del pueblo venezolano en el marco de la Revolución Bolivariana y otras manifestaciones similares muy importantes en Centroamérica y el Caribe constituyen un laboratorio político muy importante y complejo que no sólo merece el apoyo militante de toda las fuerzas progresistas, sino también que se le aporten los mejores esfuerzos del intelecto revolucionario. Es necesario examinar todos los aspectos y facetas de la lucha de clases en la actual coyuntura y la relevancia que, para su adecuada comprensión y orientación, retienen las teorizaciones políticas más variadas, tanto las “clásicas” de principios de siglo XX como las contemporáneas.
Han existido hasta hoy una diversidad de enfoques teóricos en los estudios sobre los actuales movimientos sociales. Hacemos nuestra las corrientes explicativas con la categoría clase social como eje fundamental de todos los análisis que se realizan sobre los actuales movimientos sociales. El enfoque clasista aporta importantes elementos para el análisis y la comprensión de los mismos; pero al reproducir esquemas rígidos como resultado de una realidad y contexto histórico diferente al que vemos hoy en nuestro continente y sin la creatividad necesaria se puede desviar de determinados aspectos fundamentales, también en sus generalizaciones, lo que la realidad nos muestra es que la teoría de clases del marxismo-leninismo no está enterrada ni muerta; que sus fundamentos teórico-metodológicos pueden ofrecer valiosos argumentos para la valoración sobre los nuevos movimientos sociales.
Para nadie es un secreto que Lenin sufrió, a manos de sus sucesores soviéticos, el “embalsamamiento” de sus ideas, “codificadas” por Stalin en los fundamentos del Leninismo (1924) y en la Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS (1953) porque, a su criterio, la obra que había dejado inconclusa Lenin debía ser completada por sus “discípulos”, y nadie “mejor” capacitado y pertrechado que el propio Stalin para acometer semejante tarea. Sin embargo, la codificación del leninismo, su transformación de un marxismo viviente y una “guía para la acción” en los manuales, ha tenido serias y lamentables consecuencias sobre varias generaciones de revolucionarios.
La canonización del leninismo como una doctrina oficial del movimiento comunista internacional acarreó gravísimas consecuencias en el plano de la teoría tanto como en el de la práctica. Por una parte, porque esterilizó el reverdecimiento de una genuina reflexión marxista en distintas latitudes y precipitó la conformación de aquello que Perry Anderson llamara “el marxismo occidental”, es decir, un marxismo vuelto enteramente hacia la problemática filosófica y epistemológica, que renuncia a los análisis históricos, económicos y políticos y que se convierte, por eso mismo, en un saber esotérico encerrado en escritos casi herméticos que lo alejaron irremediablemente de las urgencias y las necesidades de las masas. Un marxismo que se olvidó de la tesis once de Marx sobre Feuerbach y su llamamiento a transformar el mundo y no sólo insistir en la mejor forma de interpretarlo.
Hay que reconocer además, que cuando los principales movimientos de izquierda y, fundamentalmente, los partidos comunistas adoptaron el canon “marxista leninista”, se demoró bastante la apropiación colectiva de los importantes aportes originados por el marxismo del siglo XX. Basta recordar el retraso con que se accedió a la imprescindible contribución de Antonio Gramsci al marxismo, cuyos Cuadernos de la Cárcel estuvieron disponibles, en su integridad, a mediados de la década de los setenta, es decir, cuarenta años después de la muerte de su autor. O la demora producida en la incorporación de la sugerente recreación del marxismo producida, a partir de la experiencia china, por Mao Zedong. O el ostracismo en que cayera la recreación del materialismo histórico surgida de la pluma de José Carlos Mariátegui, quien con razón dijera que “entre nosotros el marxismo no puede ser calco y copia”. O la absurda condena de la obra, excelsamente refinada, de Gyorg Lúkacs en Hungría. Más cercana en el tiempo, esa codificación anti-leninista de las enseñanzas de Lenin (y de Marx) hizo aparecer a Fidel Castro y al Ernesto Che Guevara como si fueran dos aventureros irresponsables, hasta que la realidad y la historia aplastaron con su peso las monumentales “enseñanzas” de los “ideólogos” soviéticos y sus principales divulgadores de todas partes.
No sería posible calcular el daño que se hizo con tamaña tergiversación al movimiento revolucionario mundial.
¿Cuántos errores prácticos fueron cometidos por vigorosos movimientos populares ofuscados por tales recetas? Un examen del impacto negativo del marxismo-leninismo sobre el pensamiento revolucionario cubano, y sobre el vibrante marxismo, se encuentra en el excelente texto de Martínez Heredia (2001). Consultar especialmente su capítulo sobre “Izquierda y Marxismo en Cuba”.
Un oportuno y necesario “retorno a Carlos Marx” nada tiene pues que ver con un regreso al marxismo codificado por los “académicos” ex soviéticos; sí con una fresca relectura del brillante genio político e intelectual. Regresar a Marx no significa pues volver sobre textos sagrados, sino regresar a un inagotable manantial del que brotan preguntas e interrogantes que conservan su actualidad e importancia en el momento actual. Claro que el derrumbe del mal llamado “socialismo real” o “clásico” como algunos llaman arrastró consigo, en un movimiento muy vigoroso, a toda la tradición teórica del marxismo, y de la cualLenin es uno de sus máximos exponentes.
Afortunadamente ya estamos asistiendo a la reversión de dicho proceso, pero no podemos engañarnos porque aún queda un trecho muy largo que transitar. Por otra parte, tampoco se trata meramente de volver, porque los que regresamos al estudio de las fuentes originales, ya no somos los mismos que antes; si la historia barrió con las excrecencias del dogma que habían impedido captar el mensaje de Lenin adecuadamente, lo mismo hizo con las normas que nos aprisionaron durante décadas. No la certidumbre fundamental acerca de la superioridad ética, política, social y económica del comunismo como forma superior de civilización, esa que abandonaron los fugitivos autodenominados “post-marxistas”, sino las certezas marginales, al decir de Imre Lakatos, como por ejemplo las que instituían una única forma de organizar el partido de la clase obrera, o una determinada táctica política o que, en la apoteosis de la irracionalidad, consagraban un nuevo Vaticano con centro en Moscú y dotado de los dones papales de la infalibilidad en todo lo relacionado con la lucha de clases. Todo eso ha desaparecido. Se está viviendo los comienzos de una nueva época sin que signifique una victoria inmediata como ya se ha expresado.
Es posible, y además necesario, proceder a la relectura de las obras de Marx, Engels y Lenin, con la seguridad de que ellas pueden constituir un aporte valiosísimo para la orientación, en los desafíos de nuestro tiempo. Se trata de un retorno creativo y promisorio: no volvamos a lo mismo. Lo que persiste es el compromiso con la creación de una nueva sociedad libre de los males heredados, con la superación histórica del capitalismo. Persiste también la idea de la superioridad integral del socialismo y de la insanable injusticia e inhumanidad del capitalismo, y la vigencia de la tesis onceava de Marx sobre Feuerbach que nos invitaba no sólo a interpretar el mundo sino a cambiarlo radicalmente.
En lo que concierne a la conciencia socialista debemos aclarar que el desarrollo de la lucha de clases indudablemente enseña, pero que tales enseñanzas no son suficientes para adquirir una conciencia socialista que, a la vez que señale con claridad las características opresivas, expoliadoras y predatorias del capitalismo, identifique los contornos de una buena sociedad considerada no sólo como deseable sino también como posible y alcanzable en un plazo razonable. Rebelarse contra el burgués no necesariamente convierte al obrero en un enemigo del capitalismo; la resistencia a la explotación capitalista no necesariamente hace que sus protagonistas accedan a una concepción socialista del mundo y de la vida.
Creer que con la sola lucha basta para la construcción de la conciencia de clase, con todo lo que ella implica, es un romanticismo que poco tiene que ver con la vida política real. La lucha al comenzar la revolución, es más difícil, más honda y más decisiva que el derrocamiento de la burguesía, porque es una “victoria” que se obtiene sobre la propia rutina y el relajamiento, sobre el egoísmo pequeño-burgués y sobre muchos hábitos que la burguesía ha dejado en herencia al obrero y al campesino. Cuando la victoria esté consolidada es entonces que se creará la nueva disciplina social, la disciplina socialista. (Lenin: 1976; p.34)
Tales resultados se producen pese a la incansable labor de organizaciones de izquierda que han intentado, por diversos medios, acelerar una toma de conciencia socialista entre las masas, porque nos sitúa ante la necesidad de evaluar realísticamente los mecanismos y los dispositivos de manipulación y control ideológico de que dispone la burguesía y que le permiten neutralizar los intentos de concientización y, simultáneamente, consolidar un “sentido común” congruente con las necesidades de la reproducción capitalista.
En cuanto a las dificultades organizativas y movilizativa para la lucha popular, resulta incuestionable que la metamorfosis del capitalismo contemporáneo provoca cambios en la estructura socio-clasista con tendencia a la fragmentación de los sectores que conforman el bloque popular, pero también fragmenta y polariza, quizás aun en mayor medida, a la propia burguesía, porque la forma fundamental de reproducción del capital es la expropiación de unos capitalistas por otros. (Balaguer. 2002; p.21)
Las visiones del marxismo vulgar subestimaban grandemente estos factores, en buena medida porque su desarrollo es, en términos generales, un fenómeno que adquiere dimensiones especiales a lo largo del siglo XX. Es en ese momento cuando los “aparatos ideológicos” de la dominación burguesa adquieren una gravitación excepcional que los convierte en formidables obstáculos al desarrollo de la conciencia de clase de los explotados y oprimidos. Todo el tema de la hegemonía y la “dirección intelectual y moral” explorado por Gramsci y el papel de la industria cultural examinado por la Escuela de Frankfurt apuntan precisamente en esta dirección y ponen de relieve la actualidad de la tesis kautskianoleninista.
Si antes la empresa de adquirir una conciencia de clase socialista era ardua y sumamente laboriosa, en el capitalismo del siglo XXI tal proceso se ha vuelto muchísimo más complicado. El papel de los medios de comunicación de masas ha sido, en este sentido, de una importancia extraordinaria a la hora de impedir el desarrollo de una conciencia socialista en masas cada vez más explotadas de la población.
No resulta temerario afirmar que en el pensamiento del joven Marx se encuentran algunas raíces de lo que luego sería la tesis plenamente desarrollada por Lenin en el ¿Qué Hacer? En efecto, para el autor de El Capital la sociedad capitalista es opaca. A diferencia de sus predecesoras, en donde los mecanismos de la dominación y la explotación eran transparentes y explícitos, en el capitalismo ellos se encuentran ocultos tras el velo del fetichismo de la mercancía y la alienación consustancial a la vida política en el marco del estado burgués.
En sus textos juveniles Marx habla del “rayo del pensamiento” que fecunda “el candoroso suelo popular”, es decir, la conciencia del proletariado. Un pasaje célebre de su obra sentencia que “así como la filosofía encuentra en el proletariado sus armas materiales, el proletariado encuentra en la filosofía sus armas espirituales”. Lenin “traducirá la ‘filosofía’ (la ‘conciencia’) en ‘organización’, arma intelectual a la que le es indispensable la ‘espontaneidad material’ del proletariado”. Esa gran parte de la especie humana, que sobrevive a la implacable miseria, no reúne las condiciones siquiera mínimas para reflexionar sobre las causas profundas de su desdicha y acceder a una visión científicamente fundada de la naturaleza de la sociedad capitalista y sus vías de superación. Esa humanidad, bombardeada las veinticuatro horas del día por medios de comunicación de masas controlados en una aplastante mayoría por grandes monopolios capitalistas y con centenares de millones de analfabetos y miles de millones de analfabetos funcionales, no puede jamás elevarse al nivel de reflexión y conciencia exigidos para dar finalmente vuelta a esta página de la historia.
La situación de las luchas de clases en América Latina en la actualidad con la existencia de varios partidos y movimientos sociales populares de la región demuestra la pertinencia de las tesis leninistas. Esto no quiere decir, por supuesto, que el modelo de partido que Lenin proponía en 1902 pueda ser el paradigma organizativo de un gran movimiento de masas, o de un gran partido político en 2004, como no lo fue en Cuba en 1959. El mismo Lenin descartaba esa eventualidad después de 1905, de manera que es inimaginable suponer que seríamos fieles a su legado teórico político si propusiéramos esa fórmula más de un siglo después y en condiciones muy diferentes a las que prevalecían en su tiempo. Veamos. La experiencia de diversas organizaciones demuestra la importancia asignada a la educación política de las masas. Esto es particularmente importante en el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil, sin duda el más importante movimiento social de América Latina y, por su gravitación nacional e internacional y por la índole y extensión de sus realizaciones, uno de los más importantes del mundo. La permanente campaña para educar a sus seguidores y al público en general ha sido un elemento decisivo para elevar la rebeldía espontánea de algunos sectores populares del campo a un nivel de conciencia y organización que les permita constituirse como un sujeto político relevante en la vida política brasileña.
De modo general en América Latina la cuestión de la organización ha sido lamentablemente desatendida, mientras que la burguesía perfecciona incesantemente sus estructuras organizativas y extiende el alcance de sus operaciones coordinadas por todo el planeta.
No deja de ser una cruel paradoja que la derecha haga permanentes esfuerzos por repensar y renovar sus diseños organizativos al paso que algunos intelectuales de izquierda aconsejan archivar definitivamente toda reflexión sobre el poder y el estado y caen en eso que Lenin adecuadamente llamaba en su época, y podemos todavía usar esa expresión hoy en día, en un ingenuo “culto a la espontaneidad”.
Nos atrevemos a confirmar que en las actuales condiciones internacionales, se reafirma para nosotros que el socialismo es un imperativo provocado no solo como resultado lógico del desarrollo de las fuerzas productivas a escala internacional, sino como única alternativa para garantizar la supervivencia humana.
No es posible negar que ya hoy sean precisamente los problemas globales factores de gran peso a escala mundial que estimulan, unido a las contradicciones internas de clase, la lucha por una nueva alternativa social. Se internacionaliza con creses la contradicción capital-trabajo, lo que obliga a profundizar sobre la vía socialista en el siglo XXI más allá de las fronteras y las contradicciones nacionales y ratificar la importancia de la consigna: ¡Proletarios de todos los países uníos! cuya vigencia se amplía, incluyendo a otros sectores y movimientos sociales que también sufren la barbarie del capital. (Marx. 1976; p.14)
Aspiración que necesariamente trasciende los marcos de una clase y nacionales para convertirse en una necesidad de la comunidad latinoamericana y mundial.
CONCLUSIONES
No se pretende reincidir en el error de diseñar un único modelo abstracto de socialismo para todos los países. Se aspira a un socialismo que se desarrolle a partir de las características específicas de cada nación y para ello sólo los más necesitados tendrán primero que asegurar el poder.
La opción socialista continúa siendo una alternativa clara no solo al capitalismo, sino también a las frustradas experiencias de Europa del este y la Unión Soviética, es un hecho que los errores, desviaciones y excesos que allí tuvieron lugar bajo el nombre de “socialismo real” o “clásico”, unido al sobredimensionamiento que de ello han hecho las transnacionales de la información, han devaluado la imagen del socialismo en las conciencias de los trabajadores y oprimidos del mundo
BIBLIOGRAFÍA
1.-Atilio A. Borón. Actualidad del ¿Qué hacer? Septiembre 2002
2.-Boron, Atilio A. 2003 Estado, capitalismo y democracia en América Latina (Buenos Aires: CLACSO) [Nueva edición corregida y aumentada].
3.-Marx, Kart 1982 “En torno a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Introducción”, en Marx, Carlos y Engels, Federico, Marx. Escritos de Juventud.
4.- Martínez Heredia, Fernando 2001 El corrimiento hacia el rojo (La Habana: Letras
Cubanas).
5.-V. I. Lenin Una Gran Iniciativa.
6.-V. I. Lenin. ¿Qué Hacer?
7.-Taller Internacional: “El Socialismo hacia el siglo XXI” (21-23 de octubre de 1997)
8.- José Ramón Balaguer. La política de alianzas de la izquierda marxista en el inicio del siglo XXI. Revista Cuba Socialista nro. 24-2002
9.- K. Marx y F. Engels Manifiesto del Partido Comunista. Editora Política 1976.
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