La convivencia pacífica en Chimbote se ve lesionada por una serie de actos que trasgreden la dignidad de la persona humana. Parece que vamos perdiendo la sensibilidad y el respeto por el don de la vida. La verdad se ve distorsionada por el desorden de los apetitos personales y la justicia truncada por la debilidad de quienes les toca administrarla.

Una vida frenética y llena de muchas ocupaciones, a menudo terminan endureciendo el corazón y hacen sufrir el espíritu y más aún nos vamos acostumbrando a evaluar todo con el criterio de la productividad y de la eficiencia.

Sabemos que una gota de agua modifica la estructura de un océano o bahía, lo mismo, un acto nuestro por pequeño que sea modifica la convivencia social. Un acto de corrupción no sólo altera las cifras del dinero sino que daña la fibra moral de la sociedad, debilita la confianza ciudadana y mancilla el corazón del corrupto.

Una infidelidad rompe la ternura del amor, provoca un momentáneo frenesí encantador pero a la vez lo aleja de la paz interior, cambia su horizonte de vida y declina en la banalidad.

Pero también un acto bueno, ayuda a la convivencia pacífica. La generosidad creativa permite un clima de confianza, de ayuda fraterna, de compartir los dones recibidos y construir una sociedad más justa, humana y solidaria.

De modo que nuestro actuar, aquí y ahora, contribuirá a mejorar la convivencia pacífica de Chimbote, hacer realidad la ciudad que soñaron nuestros padres y fructificar esta tierra de promisión.

Todos de algún modo estamos propensos, implícita o explícitamente, a la tentación del poder, del tener y del placer, llevamos inscritos en el corazón estas inclinaciones que pueden hacer de nosotros los más viles personajes o los más sabios y prudentes personas.

Estamos llamados a ser artífices de la paz, constructores de una nueva civilización, de un nuevo Chimbote, nuevo en su modo de vida, de pensar y de actuar. Donde las familias vivan constituidas; las universidades promuevan una cultura de paz y desarrollo sostenible; los ministros del evangelio enseñen con su vida; las autoridades sean honestas y creativas; y los profesores enseñen el amor y la paz a sus estudiantes.

Promover la paz es tener la paz interior, que es nuestra auténtica riqueza. Todo nos pueden arrebatar; el cargo, el dinero, los bienes, el prestigio, pero jamás la paz interior porque allí habita Dios. De modo que para ser artesanos de la paz debemos vivirlo en nuestra vida interior y personal. Nadie da lo que no tiene, sino tenemos paz en el corazón que podremos ofrecer a los demás, a los hijos, a los estudiantes y a los ciudadanos.

La paz no es aquella que nos ofrece los cementerios, donde todo es quietud y silencio, tampoco es aquella de las aguas estancadas, donde se respira tranquilidad pero en el fondo subyace un olor fétido y de muerte. La paz para los cristianos es aquella que brota del corazón que sabe amar y perdonar, es la fuente dinámica que ama la vida y la hace fructificar.
Pablo VI decía que las paz es fruto de la justicia, de modo que no nos engañemos, si no hay justicia en las oportunidades, en las obras de construcción y en las decisiones de las autoridades, no tendremos justicia.
Estamos llamados a ser artífices de la paz viviendo en el orden y la justicia. Invocamos aquellos que han desviado el camino y se encuentran sumergidos en la algarabía del poder, del tener y del placer, reflexionen, que amplíen sus horizontes hasta alcanzar la luz y la paz interior. Lamentablemente “a veces, el hombre ama más las tinieblas que la luz, porque está apegado a sus pecados”.

El Papa Benedicto XVI, nos recuerda que solamente cuando se confiesan “sinceramente las propias culpas a Dios, se encuentra la verdadera paz y la verdadera alegría”.

En este contexto nos toca desenmascarar el mal en cualquier lugar donde anide. Seguiremos anunciando a Dios para hacerlo conocer a Chimbote. Si no tiene este conocimiento, el hombre se construye sus paraísos artificiales y no descubre la vía de salvación.

Es necesario reflexionar, orar, hacer el firme propósito de cambiar, de orientar nuestros esfuerzos en hacer el bien a los demás. Sin la oración diaria fielmente vivida, nuestra acción se vacía, pierde su alma profunda, se reduce a un simple activismo sencillo que con el tiempo nos deja insatisfechos. Hay una hermosa invocación de la tradición cristiana para ser recitada antes de una actividad: "Inspira nuestras acciones, Señor, y acompáñalas con tu ayuda, para que todo nuestro hablar y actuar, tenga siempre en ti su principio y en ti su cumplimiento". Cada paso de nuestra vida, cada acción, debe estar realizada ante Dios, a la luz de su palabra.

Pbro. Juan Roger Rodríguez

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